El pasado día 3 de los corrientes
nos dejó D. Ignacio, después de una larga enfermedad y
permanecer hospitalizado tres semanas en el Hospital Civil.
Ignacio Tendero no pudo superar esta asignatura, él que se
había visto comprometido con otras y, éstas sí, las aprobó.
Nuestra trayectoria como estudiantes y, posteriormente
profesional, estuvo íntimamente relacionada. Juntos
emprendimos nuestros estudios de Bachillerato Magisterio.
Ambos procedíamos del mundo laboral. Ignacio como empleado
de una Agencia de Consignaciones de buques –gran mecanógrafo
y mejor pendolista-; yo como empleado del desaparecido
Parque de Artillería. Nuestros estudios de Bachillerato los
iniciamos y terminamos en el Instituto “Siete Colinas”, en
régimen nocturno; los de Magisterio en la Normal de nuestra
ciudad, también en régimen nocturno.
Conseguido el título de Maestro, Ignacio, al mismo tiempo
que yo, nos presentamos en la primera oportunidad a las
Oposiciones para Maestro Nacional. Las preparamos juntos y
nuestro esfuerzo se vio recompensado: plazas para los dos.
Llegado el tiempo de nuestro destino, los dos, junto a otros
compañeros, fuimos enviados a la Delegación de Cádiz para la
elección de colegios. Allí nos ofrecieron colegios de varias
localidades y elegimos Barbate. Dos razones nos hicieron
elegir al magnífico pueblo de Barbate: la primera, que nos
ofrecían vivienda; la segunda, un lugar con una costa y
playas estupendas, para sentirnos como en nuestra propia
casa.
El Delegado de Educación mostró su satisfacción, porque de
esta forma Barbate iría cubriendo vacantes, muy necesarias,
ya que en esos momentos –nos encontrábamos a 10 de Octubre,
con el curso ya iniciado- era fundamental que las unidades
que faltaban se fuesen cubriendo.
Con nuestras maletas sin abandonar nos dirigimos, sin
pérdida de tiempo a coger el llamado “coche de la hora”,
autobús con el que nos trasladamos a Barbate.
En este periplo inicial, nos acompañaba otro maestro, de
Ceuta, Eusebio Pereira, ya fallecido, que tampoco le pareció
mala idea nuestra elección. Así, que con un desconocimiento
total de lo que teníamos que hacer, arribamos en la villa
barbateña, sin abandonar nuestras maletas.
A uno de los tres se le ocurrió que teníamos que visitar al
Sr. Alcalde. Era ya media tarde y teníamos que reponer
fuerzas. Entramos en la desaparecida “Cafetería Atlántico” y
tomamos un ligero refrigerio. Y, mientras, nuestras mentes
planteándose lo de la visita al Sr. Alcalde. La amabilidad
de un agente municipal nos indicó su domicilio, muy cerca de
donde nos encontrábamos. Nos recibió una chica, que a
nuestras indicaciones, se puso en contacto con el primer
edil municipal, que despertó, porque en esos momentos dormía
su siesta. Desde su lecho preguntó por los motivos de tan
intempestiva visita. Informado que fue, amablemente nos
indicó que por la mañana nos atendería el Presidente de la
Junta de Educación, un maestro muy veterano, que de
inmediato nos extendió el documento de “toma de posesión”, y
que al día siguiente nos incorporábamos a nuestros centros
de destino, cada uno en lugar distinto.
Como nuestro destino era provisional, estábamos expuestos a
ser desplazados a otro lugar. Ignacio, previsor, al segundo
año de estar en Barbate, solicitó plaza en la vecina
localidad de Tarifa, en un centro de nueva construcción,
moderno y donde ya pudo poner de manifiesto su valía, ya que
al curso siguiente ya lo vemos destinado en un nuevo centro
de Algeciras, por lo que administrativamente pasaba a se
diezmilista.
Su estancia en Tarifa le permitió poner en marcha nuevos
métodos de lecto-escritura, de la llamada “escuela
Teresina”, por lo que su prestigio de buen maestro creció
como la espuma. De ahí su rápido ascenso, inaugurando
centros educativos dentro del Patronato del Campo de
Gibraltar. Después de aguantar cinco años en Barbate,
conseguí también acceder al Campo de Gibraltar,
precisamente, de nuevo me encuentro con Ignacio, pero en
centro distinto, en la barriada de Los Pastores, aunque
nuestros contactos eran frecuentes. Precisamente, siempre
había que aprender, observé el magnífico trabajo de
coordinación que mantenía con un compañero que impartía el
mismo nivel que él. Se trababa de un gran profesional,
llamado Apolinar. Después de la jornada escolar se reunía
para planificar, previas programaciones anuales y
trimestrales, la diaria. Una labor muy meritoria en
beneficio de la enseñanza. Ambos se encontraban muy
satisfechos de la labor realizada.
Transcurridos unos años, yo ya destinado en Ceuta, después
de permanecer un solo año en Algeciras, Ignacio deja
Algeciras, y de nuevo nos encontramos juntos. El destino,
nunca mejor empleada esta palabra, nos vuelve a unir. Ya por
un largo período, interrumpido, por mi parte después de
veinte años, por mi traslado al Juan Morejón. A Ignacio no
le gustó mi cambio, pero si profesionalmente se produjo la
separación, nuestra amistad no se sintió debilitada, al
contrario, fortalecida.
Cuando sus problemas físicos aumenta, Ignacio, después de
dejar una huella imborrable, de buen hacer, de haberse
sentido útil a la sociedad, le conceden la baja anticipada
por enfermedad y se refugia en su casa (acompañado de su
familia) donde el olvido de todos es su mejor compañero. No
existe. Él que se sentía un “fiel servidor de los demás”, se
ve sumido en la más espantosa soledad. Y es significativo
que esa sencilla ceremonia que anualmente celebra la ciudad
homenajeando a sus profesores y maestros, llegado su
momento, se olvidaron. Se reconoció sus méritos
transcurridos tres años.
¡Adiós, amigo Ignacio! Tú que lo diste todo, que tanto te
esforzaste para que tus niños dieran sus primeros pasos en
la lecto-escritura, donde eras un magnífico MAESTRO, ellos,
sí te recordarán.
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