Otra semanita cargada de fiestas,
con el niño de vacaciones escolares y con ganas de apurar
los últimos segundos de su ocio infantil (juegos).
Escribo esta nota con una sensación de helor corriendo por
el despacho, a pesar de la calefacción, y luciendo el sol
afuera.
Afuera hace un frío que pela. No sé porque decimos este
dicho, hasta ahora el frío no me ha pelado nunca.
Ha salido a estirar las piernas, ya las estiraré
definitivamente cuando me llegue la hora, dando paseos por
los alrededores de mi casa. De paso he contemplado a unos
señores, todos mayores de setenta años, jugando a la petanca
en un descampado cercano y preparado ex profeso para éste
¿deporte?
Ignoró cómo aguantan el tremendo frío, portado por
corrientes de aire nada buenas.
Acabo de entrar en el bar al que acostumbro a tomar un
“tallat amb poca llet” con el pitillo encendido y colgando
de mis labios. Juan, el camarero, me indica que pronto
tendrá que prohibir fumar en el local cagándose, de paso, en
la madre que parió a los señores y señoras del Gobierno y a
estos mismos.
Está cabreado seriamente porque se gastó entre 20.000 y
25.000 euros en acondicionar su local dividiéndolo en dos
salas, con campanas extractoras, mamparas separadoras, etc.,
y ahora viene con que hizo un dispendio para nada.
Muchos de los clientes que van a este bar suelen ser
fumadores. Muchos se dedican a leer el periódico mientras
chupa de vez en cuando la colilla… ahora ¿qué?
Alguna que otra vez acostumbro a llevar el portátil al bar y
escribir notas y artículos mientras disfruto de la bebida y
del Pall Mall. El cigarrillo me ayuda sobremanera a escribir
y que conste que no es una manía cerebral.
Juan me dice que cuando entre en vigor al ley contra el
tabaco perderá muchos clientes, muchos no, muchísimos. De
hecho los asiduos que son fumadores me van diciendo que si
lo prohíben dejarán de venir, ya que comprarán las máquinas
esas de capsulas y se servirán en casa.
Sólo puedo entender que exista una corriente “criminal”
provinente de quienes se autodenominan fumadores pasivos o
no fumadores contra los que fumamos.
¿Quién le manda a un NO FUMADOR entrar en la sala de los
fumadores? No sólo aducen los contras sino que lo hacen de
manera dictatorial, como si quisieran imponer su santa
voluntad por cojones.
Sigo sin entender a éste país… si no quieren que fumemos que
cierren las fábricas y los almacenes de los intermediarios
de una puñetera vez. Que quiten todos los estancos y
máquinas expendedoras… El paro lo agradecerá. Batiremos
récords de parados.
Pero sería inútil. Los fumadores seguiríamos buscando el
tabaco como sea. Hasta podríamos cambiar de país e irnos a
aquellos que permiten fumar, como Grecia y Turquía por
ejemplo.
Yo me iría a Marruecos, cerca de mi ciudad natal. Total para
lo que me queda por vivir…
Cuando salgo del bar, con el estómago algo calentito por el
“tallat amb poca llet”, enciendo un cigarrillo en la puerta…
una señora que pasea a su perro me mira con ojos severos e
intenta decir algo. La interrumpe su perrito, que acaba de
soltar una cagada del tamaño de un melón mediano. La señora
se marcha tranquilamente dejando el mojón humeante a escasos
centímetros de la puerta de entrada al bar…, sin
comentarios.
El Gobierno… ¿no ha pensado que los mejores escritores del
país fuman? No lo digo por mí mismo, de escritor no tengo ni
un palmo, pero…
Bueno, dejemos de elucubrar sobre el humo y digamos
sinceramente que el fumar no mata, Mata enfermedades a las
que suelen achacarle el tabaco, cosa que en realidad es
falsa.
Seguiré fumando, pese a quién pese, aunque me pese a mí
mismo.
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