Creo haberlo contado ya. Pero no
tengo el menor inconveniente en hacerlo otra vez. Un día, de
hace ya muchos años, quedé citado con Juan Luis Aróstegui
para entrevistarle. Y, dando pruebas evidentes de su
mala educación, llegó tarde a la cita.
Y no crean que se excusó por su tardanza, ni mucho menos;
sino todo lo contrario: pues comenzó la conversación con una
arrogancia que para sí la hubiese querido el príncipe
Ernesto Augusto de Hannover. Estaba tan poseído de
cuanto él creía significar en la ciudad, que, en un momento
determinado, sacó a pasear su inveterada altanería. Tal vez
convencido de que en las elecciones que estaban a punto de
celebrarse, conseguiría volver a ocupar un sitio
privilegiado en el Ayuntamiento.
Recuerdo que lo miré fijamente. Y vi que tenía ante mí a
alguien convencido de que era el no va más de la política
local. Hablaba de manera engolada y recreándose en la suerte
de escucharse así mismo. Semejante tono de superioridad, me
avivó los deseos de hacerle una pregunta trampa para poner a
prueba sus reflejos y comprobar de paso si su
ensimismamiento narcisista le reduciría su capacidad de
pensar bien. O si, a pesar de estar meciéndose en ese estado
complaciente de sentirse una cabeza privilegiada, era capaz
de salir airoso de la prueba.
De modo que le pregunté de sopetón:
-¿Se considera usted inteligente?
Y la respuesta fue tan rápida como contundente:
-Me considero el hombre más inteligente de Ceuta.
Y Aróstegui se quedó tan pancho. Incluso exagerando aún más
su expresión de criatura superdotada y, por tanto, con
derecho a proclamar que poseía la cabeza mejor amueblada de
esta tierra. Así que di por finalizada la entrevista,
saboreando el magnífico titular que había obtenido de quien
alardeaba de tener un caletre galáctico.
El epígrafe de la entrevista no podía ser otro que el
siguiente: Aróstegui dice que es la persona más inteligente
de Ceuta. Y la gente lo tomó a cachondeo. Y, claro, dos o
tres días después no lo votaron. Bueno, sí, lo votaron los
que pueden caber un autobús y sus familiares. O sea, los de
siempre.
A partir de entonces, el muchacho lo único que ha hecho es
no dejar de pensar en cómo puede destacar para obtener un
escaño de concejal a cualquier precio. Aunque en el empeño
haya ido acumulando la mayor pasión de la vida: la envidia.
Ésa que le pone en disposición de mostrarnos, cada vez más,
la mala baba que viene empleando contra un Delegado del
Gobierno que, hasta el momento, está cumpliendo su tarea de
manera notable. Una persecución tan injusta cual miserable.
Cierto es que cuenta con ayudas inestimables de medios
locales. Uno creado por él; y otro, alquilado a conveniencia
para poder fustigar con insistencia a las instituciones.
Porque así se lo dicta su espíritu de fracasado. Sin
embargo, no se da cuenta el dirigente del PSPC de que en él
se está cumpliendo a rajatabla lo que dijera César
González Ruano: “El tonto, a la hora de acostarse y
quedarse solo consigo mismo, no se plantea que es tonto,
duda tremenda que acompaña al inteligente hasta la muerte”.
La vida sigue... Aun con la mala baba que no cesa de
destilar Aróstegui. ¿El más inteligente?
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