El amarillismo no tiene una buena reputación ni en el medio
ni tampoco entre el público, ya que se considera una muy
mala vía para desarrollar el periodismo, lo cual no implica
que no exista; por el contrario, el amarillismo, es decir,
la información sin ningun tipo de escrúpulos es propia de
acomplejados incapaces de promover seguidores en base a
contrastar evitando que la realidad no estropee un buen
titular, lo que se convierte en una manifiesta
irresponsabilidad ante la sociedad y aunque se pretenda
disfrazar de información -erre que erre- sin torcer
humildemente el brazo de la equivocación. La soberbia es una
mala compañera de profesión, y el ‘arosteguizamiento’, a fe
que también. Los hechos están ahí, en cada una de las
comparecencias electorales de los últimos 10 años.
Ejercer el sensacionalismo, el amarillismo, es un arma de
doble filo donde se busca contar o mostrar aspectos de una
noticia que no tienen como fin comunicar para el bien de la
comunidad, salvo el de mantener el criterio de la inquina
personal o particular hacia otro. En este sentido, calificar
de sumiso al responsable es tanto como tildar al insumiso de
terrorista informativo.
En el caso de la seguridad en Ceuta, pocas veces antes de
esta época se ha actuado con tanta profesionalidad entre las
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Los datos así lo
revelan, los resultados también. Plasmar titulares
sensacionalistas con el fin de llamar la atención, más el
‘sostenella y no enmedalla’, es una afrenta directa a la
tranquilidad social cuando los hechos objetivos no dan para
establecer una correlación causa-efecto por inacción, además
de ser un insulto a la inteligencia.
Pero claro, decir que un medio es amarillista, o tiene una
tendencia por el amarillismo es, en pocas palabras, decir
que es inescrupuloso, que carece de ética, de
responsabilidad social, pero, sobre todo, que se aprovecha
del dolor o de los malos momentos de otros para lograr una
mayor audiencia y obtener más beneficios económicos. Eso lo
dicen los libros. Y también que la prensa amarilla
tergiversa la información, inventa noticias, resalta el
morbo, incentiva la violencia y banaliza la vida social.
Los grandes teóricos de la prensa española de los años 70 y
80, que convirtieron al periodismo español en referente
mundial y materia de estudio en todas las escuelas de
comunicación, establecieron que el periodismo tiene por
objeto hacer efectivo el derecho de la gente a saber. Los
periodistas y los periódicos, supuestamente, reúnen
información, la contrastan, la amplían y la publican para
que los lectores estén enterados y, con el poder que da la
información, puedan actuar mejor en su realidad.
Esta idea choca con la visión neoliberal. La visión del
periodismo de William Randolph Hearst, pues, el “periodismo
amarillista”, que sustituye la información por titulares
engañosos, exagera los acontecimientos, promueve el
escándalo, atiza el sensacionalismo, busca proselitizar para
vender productos diversos y oculta la información que podría
moderar, aclarar o de otro modo desactivar el escándalo. Y
ese periodismo amarillista, antiperiodismo puro, define las
prácticas de ‘exitosos’ empresarios sin escrúpulos.
Pero, sin embargo, llega un punto en que la comunidad
reacciona. Pasó con Hearst: sectores religiosos, políticos,
sociales, etc., se le opusieron. Sobre todo cuando apoyó a
Hitler, a quien hizo columnista de sus periodicuchos. Los
medios son poderosos, pero no todopoderosos; lo que
demuestra que no hay poder absoluto. Solo hay poderes más
poderosos que otros. Y todo poder expira. Cuestión de
tiempo.
Uno de los vicios del poder es creerse absoluto y eterno.
Una inmediatez relampagueante lo conduce a esa idea tan
perversa como ingenua. Se necesita una sobredosis de
sabiduría para entender que todo poder es limitado y
temporal. Que aun los dictadores más estables son
biodegradables, porque se mueren.
Hay gente que pierde el poder por torpe y pasa años
batiéndose como niño malcriado. Pero si ese torpe se junta
con un medio sensacionalista, la mezcla se convierte en un
espectáculo tan rocambolesco como divertido por lo circense
y absurdo.
|