Para quienes no lo sepan, les diré
que era un flamenco, mozo de estoques de Joselito ‘El
Gallo’, y nada menos que padre de Manolo Caracol.
Y de quien se cuentan ocurrencias de todo tipo. Clásico es,
para Antonio Burgos, su histórico lance del
deshonroso paso ferroviario de Despeñaperros en los años del
hambre y las carestías, en un renqueante tren movido por una
locomotora de vapor que no podía con su alma por aquellos
repechos, desfiladeros, saltos del fraile y órganos pétreos.
La renqueante máquina que cuando tras tantas fatiguitas
entró por fin en el andén de Atocha, soltó el histórico
chorro de vapor que nubló la castiza figura del flamenco
Caracol, hizo que éste se dirigiera a la locomotora,
diciéndole en tono recriminatorio:
-¿Ahora? ¿Ahora me vas a venir con un roneo de vapor? ¡Esos
cojones, en Despeñaperros!
Igual les digo a quienes se les ha ocurrido airear a los
cuatro vientos la destitución, como subdirector de Menores,
de Luis María Fernández -a la que llaman cese,
erróneamente-: ese roneo de la destitución del tal Fernández
lo quería yo haber visto en el Despeñaperros de cuando
estaba aún mandando tela marinera el que todos sabemos.
A Fernández, Luis María él, lo hallé yo el lunes pasado,
donde casi siempre nos vemos quienes vivimos en esta ciudad,
paseando por el centro de ésta, y me puso al tanto de que la
Consejera de Bienestar Social, Carolina Pérez, iba a
comunicar muy pronto su destitución.
Y me lo dijo sin el menor asomo de aflicción ni tampoco le
descubrí ni un adarme de ira contra los que no le pueden ver
ni en pintura, por sus magníficas relaciones con la persona
que es mejor dejar de nombrar. Sobre todo para no caer en el
redoble de tambor
Pero a mí no se me ocurrió ronear con la noticia porque
pronto me percaté de que hacerlo sería poner en evidencia a
las personas que se creían obligadas a tomar la decisión de
desposeer a Fernández de su cargo. Máxime cuando éste había
dado ya muestras palpables de pasarse su destino en Menores
por donde él lo había creído conveniente.
Y es que ronear a destiempo, es decir, cuando se ha dejado
atrás el Despeñaperros de los obstáculos, me parece no sólo
una pérdida de tiempo sino, también, un atrevimiento de tan
mal gusto como expuesto a que las posaderas de los actuantes
sean víctimas del relente.
Porque hay decisiones que, aun siendo acertadas, requieren
la discreción adecuada para que no se conviertan en bumerán.
Y ésta, la de destituir a Fernández, no necesitaba
propagarse a bombo y platillo. Pues no venía al caso. Por
muchos motivos.
Ya que, al margen de lo que dijera tan acertadamente Caracol
el del Bulto -¡Esos cojones, en Despeñaperros!, egoístamente
quienes han dado pie a que se haya hecho tratamiento tan
sonado de la destitución del subdirector del Área de Menores
deberían saber que, en política, cualquier acto hostil
innecesario se vuelve en contra de quienes lo realizan.
Lo que no entiendo es cómo el gobierno, tan repleto de
miembros con cordura e inteligencia, ha podido cometer
semejante error: el de festejar una destitución que quizá,
en su día, hubiera sido si no justa, al menos oportuna. En
cambio, ahora...
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