Es, prácticamente, el final de las
fiestas de la Navidad. En España se prolongan estas fiestas
hasta el día de Reyes. En muchas otras partes, desde el día
2 de enero hay que volver a la normalidad de todo el año.
En esta parte final es cuando se dan los regalos, aunque,
cada vez más, se va extendiendo la tendencia a que sea con
el Papá Noel, también en nuestras tierras con quien llegan
esos regalos, el 24 de diciembre. Esto es cuestión de modas,
simplemente eso.
Sin embargo, la noche de la ilusión, desde que yo me
acuerdo, fue siempre la del 5 al 6 de enero. Hace años,
cuando no había casi nada, era aun más grande la ilusión que
nos hacía a los que entonces éramos niños, el pensar
únicamente en que, por la mañana tendríamos algún regalo.
Esos regalos se reducían a muy poco, pero con ello éramos
felices.
De mis años de niño, cuando no había cumplido más que 5, 6 o
7 años no recuerdo que a mí, particularmente, los Reyes
Magos me dejaran algo especial que pueda traer ahora a la
mente. Los Reyes Magos llegaban a mi barrio y se debían
equivocar siempre, porque a mi casa, si es que llegaban, lo
hacían con “las sobras” de lo mucho que habían repartido. No
había más, era lo que teníamos.
Y mañana, por la noche ¿Sabrán llegar a mi casa?. Yo, de
momento, aunque llevo diciendo desde hace rato que la de
mañana es la noche de la ilusión, no voy a soñar mucho,
pensando en qué me van a traer, prefiero ver a los
chavalines, a la mañana siguiente, aferrados a la tradición
ilusionada por la llegada de unos Reyes Magos, a quienes
“sólo los mayores” ven alguna vez, mientras que los mejores
regalos, como no podía ser de otra forma, van hacia los
niños.
La tradición, tal y como se ha marcado, desde tiempos
inmemoriales, en España, ha significado el entretenimiento
de los chavales, con esos juguetes u otros regalos que,
desde Oriente, trajeron los Reyes que entraron por la
chimenea. Así, a lo largo de unas horas, después, se han
desentendido de lo que va siendo el final de las vacaciones
y la vuelta al colegio.
No siempre podemos decir que lo nuestro está mejor, en este
caso no, porque mientras los regalos que llegan el 24 de
diciembre se pueden disfrutar mucho más, al tener por
delante varios días de vacaciones, los que llegan el 6 de
enero y, especialmente si las vacaciones, como este año, se
cortan el día 8, apenas pueden saborearse como es debido.
No me quejo, que conste, bien lo saben quienes me conocen,
del regreso a las clases el día 8, aunque sí debo decir que
el regreso un viernes, para luego cortarse otros dos días
“no se le ocurre programarlo ni al que asó la manteca” y,
desde luego, ha quedado claro que quienes han programado
esto así, no saben mirar hacia la izquierda, ni hacia la
derecha y, posiblemente, tampoco hacia el centro, por
tenerse que conformar con mirar insistentemente a ese carné
que llevan en la boca y que no quieren perder, para tampoco
perder el puesto.
Es lo primero que se me ocurre en estos comienzos de año,
igualmente que se me está ocurriendo ahora que, a pesar de
ellos, la ilusión de los niños, en la noche de mañana no
habrá nadie que se la pueda quitar, precisamente porque esa
ilusión va mucho más lejos de lo que nosotros, los mayores,
intentemos programar, muchas veces sin sentido. La ilusión
de los niños es otra cosa y se renueva cada año, exactamente
igual.
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