Es decir de los que, rondando el medio siglo, año arriba,
año abajo o año para los lados, conservamos íntegra las
principales cualidades de la adolescencia, idéntica
curiosidad, mayor ilusión por el camino porque hemos
conseguido superar, aunque sea malamente, muchas fatiguitas
y muchas calamidades y un infinitamente superior
inconformismo.
Será que para mí, el niño comienza a ser “persona” cuando
dice “¿Por qué?” y la persona se afianza cuando es capaz de
silabear un “no me conformo”.
Hace ya algunos años, en otra publicación escribí mi “Elogio
de la Madurescencia” como glosa a la rebeldía adulta, a la
leche de Mayo del 68 aunque nos tiñamos las canas con tintes
de L´Oreal. Natural. El ser humano ha de ser rebelde por
naturaleza y llevar la curiosidad y el afán de búsqueda
impresas en el ADN, digo yo, reflexiono yo, que tampoco soy
una gran filósofa, ni pensadora que se mueva en los foros de
las tertulias culturetas . Pero también las catetas rifeñas
paridas en el Marruecos del Protectorado y destetadas con
leche de camella, nos despabilábamos la primera vez que nos
despiojaban y echábamos talante acostumbrándonos a vivir en
aquella tierra árida, mágica y salvaje donde las gentes
pasaban más hambre que un lagarto detrás de una pita. Y ese
pequeño contingente de hispanorrifeños desarrapados,
retornados a la civilizada Patria nos tuvimos que integrar
con el corazón partío entre las dos orillas del Estrecho.
Pero con la sensación y el sentir de que, en algún lugar de
aquellos años oscuros, cuando leíamos con incredulidad en el
“Mademoiselle Age Tendre” o en el “Salut les copains”
traídos a los quioscos morunos desde la zona francesa,
cuando bebíamos del espíritu del mayo francés, una crueldad
si consideramos que españoles del ex Protectorado
subsistíamos con veinte años de atraso con respecto a la
península, repito, el sentir de que nos estaban arrancando
la adolescencia y robándonos a fuerza de restricciones,
moralina, gori-goris y convencionalismos paletos, el corazón
mismo de nuestra juventud.
Ciertamente que no son circunstancias análogas a las de las
privilegiadas madrileñitas que tuvieron la fortuna de
educarse en aquellos siniestros años sesenta en el Liceo
Francés o en unas elegantes monjitas irlandesas. Y que
jugaban en parques con césped. Y que no tenían que vacunarse
periódicamente del temido “piojo verde” el tifus que tantas
vidas arrebató, ni del cólera, ni contraían hepatitis por el
agua que no era potable. Pero supongo que como esta rifeña,
criada en circunstancias extremas, les iría a muchas niñas y
adolescentes de la España rural, todas en general más
puteadas que los infortunados leones del circo de Ángel
Cristo.
De ahí el encanto de la madurescencia, del empeño por vivir
o revivir en condiciones cada etapa del camino, sin malos
rollos ni síndromes de Peter Pan, sino con el plus que da la
experiencia o el superplus que dan las malas experiencias.
Pluses porque, si las superas, aún saliendo descalabrada, se
te va formando amianto en las tripas, adquieres temple y aún
teniendo que echar mano a alis olis de bruja con nombre de
compuestos farmacéuticos inhibidores de la serotonina,
ansiolíticos y demás jarca de mejunjes que, con muchos
circunloquios en los prospectos, muchas explicaciones y
mucha palabrería hueca sobre efectos secundarios que, si los
lees crees que, en lugar de curarte lo que quieren es
asesinarte directamente, aún teniendo que recurrir a esas
pócimas encapsuladas que podrían poner como explicación un
“Aguanta y échale huevos”, por muchos que sean los errores,
los tropiezos y los pesares, vives y creces. Miajita a
miajita.
Y si creces es con un “no me conformo”. No nos conformamos
con abandonar la búsqueda del conocimiento, ni con
convertirnos en fondones y convencionales con el alma
anclada en la moral del “Cuéntame”, ni en que nos obliguen
al progresismo impuesto ni al pensamiento único de esta
nueva y cutre dictadura de “la corrección política”. Somos,
como lo fue Orson Welles, “mavericks”, antisistema sin ser
chusmones, anarcolibertarios ante el Estado Policial, el
miedo a las represalias de los Poderosos, los SITELES y los
linchamientos mediáticos. Nuestra rebeldía es a la par
endógena y exógena, nos surge de las túrdigas y nos la
reafirman la maldad, la falta de valores, la indigencia
moral y la injusticia institucionalizada.
Somos madurescentes, tenemos los conocimientos y la
experiencia. Y las vemos venir. Somos madurescentes y hoy,
ahora, seremos el motor del cambio. Apuesten algo a que sí.
|