A las mujeres del Partido Popular,
concretamente a las que están en el gobierno, parece ser que
no les gusta demasiado que yo hable tanto de quien fuera
hasta hace nada hombre todopoderoso en el partido. Lo sé,
amén de que la obligación de uno es estar al cabo de la
calle, porque ellas, en cuanto me ven, se hacen las suecas.
Y a mí la postura de esas señoras, la verdad sea dicha, me
tiene acongojado. Hasta el punto de que puedo tocarme los
congojos en la garganta. Y a veces el temor me paraliza. Y
me entran unas ganas locas de quitarme el canguelo
acercándome a ellas para pedirle disculpas por estar dando
tanto la tabarra sobre un asunto del que creen ha de imperar
el silencio más absoluto.
Días atrás, por ejemplo, vi a Mabel Deu, a la que
siempre dispensé el mejor de los tratos, y tuve la impresión
de que aceleró el paso para evitarme. Y lo hizo a una
velocidad que nunca pensé pudiera tener una consejera de
Educación, Cultura y Mujer, que hasta hace poco caminaba con
la cabeza gacha y moviéndose a paso de tortuga. Otra que tal
anda es la consejera de Sanidad, Adela Nieto. Tan
dada a compartir tertulia, no ha mucho, en la barra de un
hotel, y que ahora parece que se la ha tragado la tierra.
Parece mentira que haya perdido las ganas de dejarse ver por
donde antes iba asiduamente.
Yolanda Bel, en cambio, jamás frecuentó tertulias ni
fue amiga de corrillos. Las cosas como son. Pero se le nota
demasiado lo bien que le ha sentado lo que todos sabemos. Ha
ganado en alegría e incluso se muestra en sus intervenciones
con esa tranquilidad que proporciona el saber que nadie
importante en el partido cuestiona ya sus actuaciones.
Por cierto, que el miércoles vi a Yolanda en la plaza de los
Reyes y estuve tentado de aproximarme a ella para
felicitarla las fiestas y de paso preguntarle si es verdad
que no se lleva con Francisco Márquez. Pero pronto me
di cuenta de que su lenguaje corporal me decía que ni se me
ocurriera acercarme siquiera a dos metros de distancia. Así
que me quedé hablando con Manolo Gómez Hoyo.
A quien, por no pecar de indiscreto, no quise sonsacarle
sobre cómo son sus relaciones actuales con su jefa. Después
de lo ocurrido cuando el problema de la desaladora. Momentos
en los que uno trató por todos los medios de requerir calma
ante un error que otros calificaban de imperdonable. Y por
el que muchos no se cansaban de pedir responsabilidades en
todos los sentidos.
Pero está comprobado que estas criaturas dedicadas a la
política activa son tan egoístas como desagradecidas. Y
están convencidas de que han nacido especiales. Y que los
demás hemos de vivir siempre pendientes de ellas para
alabarlas por lo bien que realizan el cometido que les
corresponde.
De no ser así, pasa lo que pasa: es decir, que todas ellas
terminan frunciendo el ceño y haciéndose las distraídas
cuando les conviene. Como si el hecho de ser mujer les
concediera licencia para mostrar de cuando en cuando
ramalazos de educación a la baja.
En fin, esperemos que con la llegada del nuevo año las
mujeres del PP se percaten de que ese mirar por encima del
hombro a los demás no les conviene ni a ellas ni al partido
que representan. Y mucho menos deben mosquearse porque uno
tenga la debilidad de no hacer nunca leña del árbol caído.
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