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OPINIÓN - SÁBADO, 2 DE ENERO DE 2010

 

OPINIÓN / EL OASIS

Espejo cruel
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Empezó a vestirse con parsimonia. Como si fuera un torero. Aunque sin la ayuda de mozo de espada alguno. Pero, de haber solicitado vestidor, habría recibido infinidad de ofrecimientos. No en vano lleva mucho tiempo viviendo momentos de gloria. Miró el reloj para comprobar que aún tenía tiempo suficiente para demorarse.

Cuando le tocó anudarse la corbata, el espejo le devolvió una imagen que le puso nervioso. Era la tercera vez que le ocurría, en apenas unos meses. Así que volvió a sentirse mal. Porque en tales momentos se apoderaba de él un enorme desasosiego. Una inquietud extrema. Y hasta respirar le costaba lo suyo.

Decidió que la mejor manera de combatir ese sentimiento de culpa que le entraba al enfrentarse a la luna del armario, era hablando consigo mismo. Y no dudó en echar mano de la llamada conversación de los locos. Mas tampoco, en esta ocasión, sus excusas pudieron conseguir que se viera reflejado como él deseaba. Tal y como lo percibía toda esa gente que decía tenerle en tan alta estima.

Y, como prueba de ello, allí continuaba altanera esa mueca desagradable que no lograba erradicar de su rostro por más que lo intentara haciendo visajes para ver si, al fin, hallaba el mejor semblante para presentarse en la fiesta donde le esperaban unos incondicionales dispuestos a dedicarle ditirambos y conjurados para hacerle pasar una noche maravillosa.

Llegó a su cita con ligero retraso. Como siempre. Una tardanza realizada a propósito para que le permitiera hacer su entrada triunfal en la sala donde los ahora sus más cercanos colaboradores le esperaban con impaciencia sumisa y sonrisas adulonas.

Al frente de esa cohorte de agradecidos figuraba la pareja que actualmente goza de todo el impostado beneplácito suyo. Ella cundiendo comidillas tan innecesarias como despiadadas; y él, moviéndose con el sigilo que suelen usar las fieras africanas cuando divisan a su víctima.

Los reunidos, en noche tan mágica, no dudaron en gritar a voz en cuello la alegría que les había producido la llegada del jefe. Del cual depende el que ellos continúen ocupando cargos que exigen poco trabajo y están magníficamente remunerados. Canonjías que no están dispuestos a perder aunque en el empeño deban dejar a heridos o muertos por el camino.

Cenaron opíparamente. Tomaron las uvas con la algarabía consiguiente. Con esa bulla tan especial que surge entre las personas que saben perfectamente que están viviendo por encima de sus posibilidades y a costa de unas prebendas nunca acordes con sus conocimientos, en la mayoría de los casos. Brindaron con el mejor champaña por su causa y porque el año que había empezado fuera igual de generoso, o más, que el recién terminado. Y bailaron hasta el alba. En medio de un entusiasmo indescriptible.

Mientras el líder, agasajado y lisonjeado por doquier, recuperaba su estado ideal y su cara reflejaba los motivos que tenía para sentirse sumamente importante. Sobre todo por las muestras de afectos de los suyos. Eso sí, a medida que pasaban las horas menos deseos tenía él de abandonar la fiesta. Necesitaba estar acompañado. Todo menos regresar a su casa y enfrentarse nuevamente con el espejo y con esa horrible mueca que éste le reflejaba. Sin el menor atisbo de piedad.
 

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