Hoy, último día del año, dedicaré
mi colaboración a reflexionar en relación a una problemática
que provoca la muerte a más de 600.000 personas al año,
señalada por la Organización Mundial de la Salud como la
tercera causa de mortalidad en la sociedad actual, el
tabaquismo pasivo como enfermedad que afecta a un no fumador
al aspirar el humo proveniente del consumo del tabaco. Un
estudio realizado por la Clínica Universitaria de Navarra
señala, que el humo que inhala un fumador pasivo contiene
hasta tres veces más nicotina y alquitrán que la corriente
principal que aspira el fumador y unas cinco veces más de
monóxido de carbono lo que provoca mayores posibilidades de
padecer enfermedades coronarias y pulmonares en este
colectivo durante la edad adulta.
También indica, que los hijos de padres fumadores expuestos
al humo del tabaco tienen un 20% más de riesgo de padecer
asma, un 30% de insuficiencias respiratorias, un 50% de
otitis, catarros frecuentes, tos persistente, etc. En la
mujer en edad fértil, reduce la posibilidad de quedarse
embarazada y en el caso de que esto sucediera, provoca
mayores riesgos de tener abortos prematuros y espontáneos,
hemorragias durante el embarazo, complicaciones en el parto,
retrasos en el crecimiento intrauterino y bajo peso al nacer
los bebes.
Informaciones frías cuando no nos afectan directamente pero,
que evidencian las graves consecuencias de una problemática
protagonizada por quienes pretenden defender su derecho a
decidir sobre su propia vida desatendiendo totalmente las
recomendaciones provenientes de científicos, investigadores
y expertos sanitarios así como, desoyendo las peticiones
solidarias de quienes no deseamos convertirnos en enfermos
crónicos como consecuencia de un vicio ajeno. Personas que
demuestran su insolidaridad con el prójimo y una falta total
de principios democráticos en la convivencia cotidiana.
En definitiva, la Ley antitabaco aprobada por el Gobierno
socialista en diciembre de 2005 significó el inicio de la
solución a esta grave problemática cuya resolución
definitiva sólo puede ser la creación de ambientes
totalmente libres del humo del tabaco a través, de la
prohibición total de fumar en espacios públicos cerrados ya
que, las zonas de fumadores separadas o ventiladas no
protegen a los no fumadores contra la inhalación del humo
ajeno. Por tanto, los no fumadores somos inflexibles por una
sencilla pero lógica razón, no queremos convertirnos en
enfermos crónicos por el vicio insano de los insolidarios
fumadores.
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