Me invitan a tomar el aperitivo en
‘Casa Ángel’. Y me encuentro con una agradable sorpresa:
regenta el negocio Ángel Vilar. A quien conocí hace
ya muchos años cuando éste era jefe de barra de la entonces
llamada Cafetería Real. Un tipo estupendo y que ha vuelto
con ganas de hacerse un sitio en la hostelería. Y si sigue
el camino emprendido lo va a conseguir sobradamente.
El aperitivo me despierta la gazuza y decido quedarme a
comer. Y lo hago en compañía de alguien con quien converso
acerca de cómo se les ha visto el plumero a los que antes
iban delante de Pedro Gordillo abriéndole paso
triunfal y ahora corren detrás de él. Como hacían aquellos
mozos valencianos de la época de Vicente Blasco Ibáñez,
durante los rosarios de la Aurora.
Incluso está sucediendo algo peor -le digo-: los hay que
antes querían darle su merecido en los medios, pero como
Gordillo mandaba tela marinera, el miedo les paralizaba y
sufrían en silencio la imposibilidad de airear la aversión
que sentían hacia él. Y ahora, sin embargo, sacan pecho y
dicen cuanto no tuvieron huevos de publicar en su momento.
Es lo de siempre. Y que suelen resumir muy bien ciertas
expresiones adverbiales, por más que éstas estén tan
denigradas por los escritores que se la cogen con un papel
de fumar. Y que sueñan con mejorar tales imaginativas
construcciones cargadas de años. Sin darse cuenta de que
clásico es lo que no se puede mejorar. He aquí dos de ellas:
“A moro muerto gran lanzada”. O lo que es igual: “A toro
pasado...”.
Los inquisidores que le han ido saliendo a Gordillo, tras su
defenestración, deberían estar calladitos. Porque de esa
manera no se estarían retratando como individuos que
carecieron de la decisión necesaria para enfrentarse al
todopoderoso vicepresidente de la Ciudad, en su día, debido
a que la jindama les podía.
Pero si antes era el canguelo, recorriéndoles las arterias,
el que les hacía no atreverse a criticar acerbamente al
presidente del PP, ahora tales sujetos cometen un error
mayor: creerse que despotricar contra el caído es bien visto
por el presidente de la Ciudad. Y se equivocan: porque
Juan Vivas lo último que desea es que se siga
sambenitando a un hombre que no ha cometido ninguna
fechoría.
Y es así, continúo mi disertación, al margen de los afectos
que hayan podido producir los roces por tantos años
compartiendo tareas políticas, porque Vivas sabe que los
locos endiosan a los hombres para luego destruirlos. Y está
convencido de que él no está libre de verse en cualquier
momento sometido al juicio de los descerebrados. Y no crean
que no habrá pensado en lo de cuando las barbas...
Y para que algunos se enteren, conviene distinguir entre
despotismo, nepotismo y clientelismo. Que, aunque los tres
vocablos terminen en ismo, no significan igual. Gordillo, ya
lo dije en su momento, ha ganado mucha gente para la causa
de su partido a cambio de favores. A la par que hacía el
bien en muchos otros aspectos. Y, aunque por su carácter
diera la impresión de ejercer de cacique, lo era menos que
otros. Lo cual sería demostrable si se hiciera público un
listado de Recursos Humanos. Y así podríamos saber los
nombres de las personas que fueron colocadas a dedo en el
Ayuntamiento. Y, por tanto, conoceríamos a sus colocadores.
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