Técnica es el perfecto
conocimiento del oficio. De cualquier oficio. Eso es algo
que debe saber todo entrenador de fútbol. Porque una cosa es
manejar el balón con maestría y habilidad de malabarista
circense, y otra, conocer los secretos del juego para que la
capacidad de golpear la pelota con todas las superficies y
en los sitios adecuados, sea rentable para el equipo y a su
vez un regalo para la vista de los espectadores.
Nayim, en su día, allá cuando los años ochenta
estaban tocando a su fin y comenzaban los noventa, ya
destacaba por el excelente trato que le daba al esférico
pero también por cómo lo ponía al servicio de las cualidades
de sus compañeros. De no haber sido así, jamás hubiera
podido estar varias temporadas en el Tottenham Hotspur.
Cuando en la Premier League aún se le agradecían más los
servicios prestados a los jugadores que corrían sin tomarse
el menor respiro.
De aquella época, de cuando Nayim se atrevió a afrontar el
reto de jugar en una liga donde todavía eran mirados con
recelos los jugadores extranjeros, conservo yo un grato
recuerdo de él. Por lo bien que me atendía en cuanto le
llamaba, que no eran pocas veces, para que me contara
detalles de un fútbol que trataba de acercarse
definitivamente al del continente.
Tras ese paso por el Reino Unido, donde el jugador ceutí
consiguió crecer en todos los aspectos, porque contaba con
una base excelente, llegó al Zaragoza y se encontró con que
José Aurelio Gay estaba en su apogeo futbolístico,
acompañado también por Solana y Aragón, en la
zona vital del medio terreno, y lo pasó mal. Hasta el punto
de que sus deseos de jugar llegaron a cambiarle el carácter,
siempre amable y repleto de buenas maneras. Y, claro,
tardaron muy poco en tildarle de polemizante. Y resaltaron
sus enfrentamientos con Víctor Fernández.
Así, la estancia de Nayim en el club maño, de no haber sido
porque la Diosa Fortuna, caprichosa en extremo, tiene en
ocasiones un comportamiento tan razonable como justo,
hubiera pasado sin pena ni gloria, por más que su enorme
calidad, como futbolista y persona, estuviera fuera de toda
duda.
Mas llegó el momento crucial de su vida. Nada que ver con
aquel otro de la final de la Copa del Rey frente al Celta de
Vigo, sino la noche mágica que vivió en el Parque de los
Príncipes, en París, donde dejó a Seaman, portero del
Arsenal, llorando por los rincones. Mientras él, el jugador
ceutí, autor de una volea jamás vista, pasó a engrosar el
museo de los grandes de un deporte que necesita de acciones
extraordinarias para que los aficionados las puedan
describir de carrerilla y a su vez el relato pase de padres
a hijos.
De aquella Recopa de Europa, ganada por el Zaragoza, lo más
recordado y relevante, sin duda, fue el gol de Nayim. Un gol
que, gracias a internet, sigue teniendo vigencia. Pero
tampoco es menos cierto que sería injusto basar su carrera
sólo en ese logro. Aunque sea por desconocimiento.
Ahora, gracias a que Gay es el entrenador, Nayim ha sido
elegido para ser su escudero. Su hombre de confianza. Y yo
me he alegrado mucho de esa oportunidad que le han concedido
los directivos del Zaragoza. Ojalá que su concurso sirva
para que el equipo permanezca en la Primera División.
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