En nuestros días, la Humanidad se
halla frente a la crisis más importante de su historia.
Nuestro hogar, el Planeta Tierra, está amenazado por las
consecuencias devastadoras de un proceso mal entendido. La
salvación de nuestro hábitat y el futuro de las generaciones
venideras están en nuestras manos. La solución no puede
seguir aplazándose: ha llegado el momento de actuar. Pese a
la grave situación, aún podemos salvar la belleza de nuestro
Planeta. Todos estamos llamados a no ceder a la
desesperación y a poner manos a la obra.
Ya en 1990, la Convención Marco de Cambio Climático de la
ONU estableció el Protocolo de KIOTO, un acuerdo firmado por
un pequeño grupo de países para reducir las emisiones de
efecto invernadero. Sin embargo, este acuerdo que expira en
2012, no ha logrado mitigar el crecimiento de estas
emisiones lo suficiente como para evitar los impactos del
cambio climático previstos por el Panel Intergubernamental
del Cambio Climático de la ONU. Además, EE.UU, ni siquiera
lo ha firmado. Un nuevo acuerdo y de mayor alcance podría
ayudar a frenar el crecimiento de las emisiones para que la
temperatura del Planeta no aumente más de 2º C con respecto
al nivel preindustrial.
En estos días –ya ha finalizado- se ha celebrado en la
capital de Dinamarca, el llamado “Acuerdo de Copenhague”,
que en buena hora tendría que llamarse “Desacuerdo”, con la
asistencia de más de 100 Jefes de Estado y de Gobierno.
Nuestro país ha estado representado por el Presidente del
Gobierno, que en el Plenario de la Cumbre del Cambio
Climático, en su discurso, terminó diciendo que “la Tierra
no pertenece a nadie, salvo al viento”, con lo cual ha
disgustado mucho a un agricultor, que afirma que su “tierra”
no es de nadie, sino suya, y menos del viento. Tenía que
haber sido nuestro Presidente más explícito, aunque se
entiende que ha sido un “guiño” a las energías renovables
–España es líder en energía eólica”-. Así cerraba una
intervención en la que afirmó “que tras la era del carbón y
vigente petróleo debe venir una nueva era basada en el
ahorro, la eficiencia energética, las energías renovables,
un esfuerzo tecnológico y la democratización de la capacidad
de producir energía “que será un factor decisivo de
reequilibrio de la riqueza mundial”. En suma, nada.
No queda más remedio que reducir ya, encarar 2020 con
niveles inferiores a lo que ahora se emite y continuar
reduciendo de forma constante hasta 2050. En este nuevo
acuerdo (¿) todos los países deben implicarse, aunque
diferenciadamente porque la responsabilidad no es la misma
para todos. En contraste con lo ocurrido con el Protocolo de
Kioto, ningún país puede quedar exento de contribuir a esta
empresa, bien porque reduce sus emisiones, bien porque no
las incrementa en el futuro de la manera en que venía
haciéndolo y las mantiene por debajo de ciertos límites.
Esto tendrá costes, sin duda, pero no son tan grandes, pues
apenas alcanza unas décimas del PIB anual. Por otro lado,
tendrá beneficios: los de los daños que se evitan por la
inclemencia de un clima calentado en exceso, así como los
derivados de pasar a una economía “descarbonizada” que
permite un tipo de desarrollo más amistoso en nuestro
planeta.
Pero, el clima, como resulta históricamente documentado,
depende de variables cuya existencia aparece como si
quisiera eludir y ocultar. Aparte de la acción del hombre,
modificando con su actividad la Tierra, tiene también propio
discurso sobre la realidad de los cambios climáticos.
Para el ecologismo militante y la estructura del negocio,
parece existir tampoco la actividad volcánica. Hay, sin
embargo, ejemplos ilustrativos, con los que reúne la
“Historia mundial de los desastres” de John Withington.
Acaso el más elocuente de todos, el del volcán que engendró
en Sumatra el lago Toba, hace unos 74.000 años. Una erupción
de diez años, eyectó a la atmósfera mil cien kilómetros
cúbicos de piedras y cenizas que cegaron la luz del Sol
durante seis años y provocó un diluvio de precipitaciones
ácidas causantes de la muerte de plantas y animales, y
reduciendo a 10.000 individuos el millón de humanos que
poblaban por entonces la Tierra.
Posteriormente a Kioto, en Noviembre de 2000, hubo una nueva
Cumbre sobre el cambio climático, celebrada en La Haya,
donde, de nuevo no se producen los acuerdos necesarios,
dándose por finalizada con la esperanza de que una nueva
cumbre, que se celebraría en Bonn, al año siguiente, con
resultado idéntico, y con la decepción, una vez más de los
ecologistas, siendo los países ricos los más exigentes, en
especial los EE.UU., al frente del mismo se encontraba el
Sr. Bush, argumentando que ellos tenían que contaminar más.
Y eso es lo que existe en estas reuniones: un “mercadeo” con
la tendencia hacia arriba de los países más industrializado.
Se llega a la situación de “comprar” a los países más pobres
–en vías de desarrollo- parte de lo que les corresponden de
porcentaje de emisiones, para aumentar ellos, lo que
constituye una especie de subasta para ver quien da más.
Esto se agrava cada vez más, ya que en la actualidad no es
sólo EE.UU., el líder de los “ricos”, encontrándose en estos
momentos una serie de países emergentes con esa categoría,
como China, India, Brasil,… que, lógicamente, quieren
contaminar más, favoreciendo así a sus industrias.
¿Dónde está, pues, la fabulación de todo este grave
problema, que incide sobre este Planeta llamado Tierra? Sin
duda en la parafernalia que se monta en torno a la
convocatoria, que se llamen las reuniones Protocolo, Cumbre,
Convención, Acuerdo… nunca se llegará a un acuerdo. En
Copenhague es lo que ha ocurrido –se veía venir- y se
pospone a 2010, la consecución de un tratado vinculante y
donde sólo se acuerda la financiación. Y detrás vendrán
otras Cumbres –perdón, otros cuentos-, que engañarán a toda
la Humanidad ya que serán incapaces, ante tan serio problema
obtener una solución. ¡Pobre Tierra, con tantos cuentistas!
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