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OPINIÓN - JUEVES, 24 DE DICIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

En Navidad, un cuento
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

En nuestros días, la Humanidad se halla frente a la crisis más importante de su historia. Nuestro hogar, el Planeta Tierra, está amenazado por las consecuencias devastadoras de un proceso mal entendido. La salvación de nuestro hábitat y el futuro de las generaciones venideras están en nuestras manos. La solución no puede seguir aplazándose: ha llegado el momento de actuar. Pese a la grave situación, aún podemos salvar la belleza de nuestro Planeta. Todos estamos llamados a no ceder a la desesperación y a poner manos a la obra.

Ya en 1990, la Convención Marco de Cambio Climático de la ONU estableció el Protocolo de KIOTO, un acuerdo firmado por un pequeño grupo de países para reducir las emisiones de efecto invernadero. Sin embargo, este acuerdo que expira en 2012, no ha logrado mitigar el crecimiento de estas emisiones lo suficiente como para evitar los impactos del cambio climático previstos por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU. Además, EE.UU, ni siquiera lo ha firmado. Un nuevo acuerdo y de mayor alcance podría ayudar a frenar el crecimiento de las emisiones para que la temperatura del Planeta no aumente más de 2º C con respecto al nivel preindustrial.

En estos días –ya ha finalizado- se ha celebrado en la capital de Dinamarca, el llamado “Acuerdo de Copenhague”, que en buena hora tendría que llamarse “Desacuerdo”, con la asistencia de más de 100 Jefes de Estado y de Gobierno. Nuestro país ha estado representado por el Presidente del Gobierno, que en el Plenario de la Cumbre del Cambio Climático, en su discurso, terminó diciendo que “la Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento”, con lo cual ha disgustado mucho a un agricultor, que afirma que su “tierra” no es de nadie, sino suya, y menos del viento. Tenía que haber sido nuestro Presidente más explícito, aunque se entiende que ha sido un “guiño” a las energías renovables –España es líder en energía eólica”-. Así cerraba una intervención en la que afirmó “que tras la era del carbón y vigente petróleo debe venir una nueva era basada en el ahorro, la eficiencia energética, las energías renovables, un esfuerzo tecnológico y la democratización de la capacidad de producir energía “que será un factor decisivo de reequilibrio de la riqueza mundial”. En suma, nada.

No queda más remedio que reducir ya, encarar 2020 con niveles inferiores a lo que ahora se emite y continuar reduciendo de forma constante hasta 2050. En este nuevo acuerdo (¿) todos los países deben implicarse, aunque diferenciadamente porque la responsabilidad no es la misma para todos. En contraste con lo ocurrido con el Protocolo de Kioto, ningún país puede quedar exento de contribuir a esta empresa, bien porque reduce sus emisiones, bien porque no las incrementa en el futuro de la manera en que venía haciéndolo y las mantiene por debajo de ciertos límites.

Esto tendrá costes, sin duda, pero no son tan grandes, pues apenas alcanza unas décimas del PIB anual. Por otro lado, tendrá beneficios: los de los daños que se evitan por la inclemencia de un clima calentado en exceso, así como los derivados de pasar a una economía “descarbonizada” que permite un tipo de desarrollo más amistoso en nuestro planeta.

Pero, el clima, como resulta históricamente documentado, depende de variables cuya existencia aparece como si quisiera eludir y ocultar. Aparte de la acción del hombre, modificando con su actividad la Tierra, tiene también propio discurso sobre la realidad de los cambios climáticos.

Para el ecologismo militante y la estructura del negocio, parece existir tampoco la actividad volcánica. Hay, sin embargo, ejemplos ilustrativos, con los que reúne la “Historia mundial de los desastres” de John Withington. Acaso el más elocuente de todos, el del volcán que engendró en Sumatra el lago Toba, hace unos 74.000 años. Una erupción de diez años, eyectó a la atmósfera mil cien kilómetros cúbicos de piedras y cenizas que cegaron la luz del Sol durante seis años y provocó un diluvio de precipitaciones ácidas causantes de la muerte de plantas y animales, y reduciendo a 10.000 individuos el millón de humanos que poblaban por entonces la Tierra.

Posteriormente a Kioto, en Noviembre de 2000, hubo una nueva Cumbre sobre el cambio climático, celebrada en La Haya, donde, de nuevo no se producen los acuerdos necesarios, dándose por finalizada con la esperanza de que una nueva cumbre, que se celebraría en Bonn, al año siguiente, con resultado idéntico, y con la decepción, una vez más de los ecologistas, siendo los países ricos los más exigentes, en especial los EE.UU., al frente del mismo se encontraba el Sr. Bush, argumentando que ellos tenían que contaminar más.

Y eso es lo que existe en estas reuniones: un “mercadeo” con la tendencia hacia arriba de los países más industrializado. Se llega a la situación de “comprar” a los países más pobres –en vías de desarrollo- parte de lo que les corresponden de porcentaje de emisiones, para aumentar ellos, lo que constituye una especie de subasta para ver quien da más. Esto se agrava cada vez más, ya que en la actualidad no es sólo EE.UU., el líder de los “ricos”, encontrándose en estos momentos una serie de países emergentes con esa categoría, como China, India, Brasil,… que, lógicamente, quieren contaminar más, favoreciendo así a sus industrias.

¿Dónde está, pues, la fabulación de todo este grave problema, que incide sobre este Planeta llamado Tierra? Sin duda en la parafernalia que se monta en torno a la convocatoria, que se llamen las reuniones Protocolo, Cumbre, Convención, Acuerdo… nunca se llegará a un acuerdo. En Copenhague es lo que ha ocurrido –se veía venir- y se pospone a 2010, la consecución de un tratado vinculante y donde sólo se acuerda la financiación. Y detrás vendrán otras Cumbres –perdón, otros cuentos-, que engañarán a toda la Humanidad ya que serán incapaces, ante tan serio problema obtener una solución. ¡Pobre Tierra, con tantos cuentistas!
 

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