Francisco Luque me dijo
hace tiempo, tanto que no sé si han pasado ya tres o cuatro
años, que estaba escribiendo sus memorias. Y no tuve el
menor inconveniente en publicarlo. A partir de entonces,
cada vez que Paco y yo nos cruzábamos por la calle,
rápidamente me informaba de que el libro iba viento en popa.
Término marinero que en su boca suena más que bien.
Y cada vez que esto ocurría, yo pensaba siempre en lo mismo:
me encanta el deseo de Paco de mirar hacia atrás para
atrapar todos sus recuerdos y exponerlos por escrito en
plaza pública. Porque ese gesto de airear lo preterido me ha
parecido siempre una actitud decisiva en la trayectoria de
una vida.
Tampoco se me pasaba por alto, dado que alguien dijo que
recordar es la única manera de detener el tiempo, que Paco
estaba situado en esa encrucijada donde la vitalidad
ascendente y descendente se dan la mano cada día y los
deseos de vivir se suceden como nunca.
Y confieso, además, que las ilusiones de Paco Lata
-sobrenombre por el que es más conocido Luque-, puestas en
alcanzar un logro que tenía metido entre ceja y ceja, me
parecían tan estupendas como magnífico el que estuviera
convencido de que casi todo lo que le ha acaecido en su vida
podía interesar a los demás. Lo cual no deja de ser un gesto
de valor.
Pues no en vano hay muchas personas que también han vivido
por medio de impulsos, y siempre dispuestas a la acción, y
sin embargo, no se complacen voluptuosamente en rememorar
las cosas de la niñez, de la juventud, o de los años donde
la madurez obtenida permite darse cuenta de que la identidad
conseguida ha costado innumerables esfuerzos.
Sí, ya sé que todas las cosas que se han vivido gritan
muchas veces, con el paso de los años, sus deseos enormes de
ser aireadas. Pero tropiezan, infinidad de veces, con
quienes sienten aún un extraño asco al recuerdo. Y, el mero
hecho de insinuarles que sus vivencias pueden ser relatadas,
los hacen contraerse y lo primero que te dicen es que su
existencia carece de atractivo para la gente.
Pues bien, Francisco Luque, sorteado ese complejo, me
imagino que un buen día comenzó a plantearse la necesidad
que tenía de darle rienda suelta a sus muchos recuerdos que,
vibrantes en sus interiores, pugnaban por salir al exterior.
Y que no es más que el mismo deseo que tienen, a fin de
cuentas, todo los hombres: el de perpetuarse en su ambiente.
Y no dudó en pasar a la acción. Y los resultados de esa
atrevida decisión se han visto culminados en ese libro que
fue presentado el martes pasado en el salón de actos de Las
Murallas Reales. Y por lo leído, en un ambiente cálido.
Un libro de memorias, que ni siquiera he hojeado aún. Y
donde, como en todos los de su género, el autor se puede
tomar atribuciones para sumar o restar a su antojo, asuntos
que le plazcan. Así como describir ciertas situaciones no
como fueron sino como realmente él las recuerda. Está en su
perfecto derecho. Aunque no creo que sea éste el caso del
contenido de ‘Historia de una vida’: título de las memorias
de Francisco Luque, ‘Paco Lata’.
Y a mí, como no podía ser de otra manera, sólo me cabe
felicitar a Paco. Porque no es moco de pavo escribir de su
vida en una ciudad pequeña. Sobre todo, cuando, por su edad,
sabe a lo que se expone. Enhorabuena pues.
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