Esta mañana salí al encuentro de
la luna y, lamentablemente, sólo hallé noches que me mataron
por dentro. Pensé: es tiempo de paz, de buenos deseos, tiene
que haber cambiado la atmósfera de egoísmos. Y proseguí el
camino. Quise descubrir las verdades de la vida, aquellas
que son leídas con los ojos del alma, pero me quedé sin
verbo ante las espirales de indiferencia clavadas en el
iris. Después medité, inmerso en el corredor de las ideas,
que para vaciarse los vicios debemos regenerarnos a diario.
Más que el pan, pienso que hay que ganarse el verso con el
abrazo del mundo. Porque, al fin y al cabo, amar es lo
importante, darse hasta fundirse es como el aire, sentirse
amado no tiene precio, como tampoco lo tiene ser uno, en la
unidad del universo. No me sirve pedir alianzas y luego
extender un recetario de armas para sostener la vida. Si en
verdad quisiéramos un mundo armónico lo tenemos fácil:
debemos cultivar poesía antes que poder. Nos viene bien
hacerlo, poner a disposición un cargamento de versos que
siembren la faz del planeta.
Nos estamos cargando la poética de la vida y del amor. Es
tan verdad como la existencia misma. No pasamos de los
buenos deseos. El compromiso por un mundo más humano suele
quedarse en una mera aspiración. Las acciones humanas deben
estar más ensambladas a la verdad objetiva. Los sectarismos
no conducen a buen puerto. Todos los pueblos tienen que
sentirse libres y humanamente acogidos. Convendría
preguntárselo cada cual consigo mismo, en lugar de enviar
tantos e-mails masivos que auguran nada. En conciencia,
¿tenemos tiempo para ese amigo que felicitamos por Internet
si algún día necesita nuestro apoyo y nuestro afecto? ¿Para
aquel que sufre y precisa auxilio? ¿Para el inmigrante o el
abuelo que vive en soledad? Voy más allá: ¿Tenemos tiempo y
espacio para reflexionar? El mundo de las relaciones no
puede quedarse en una mera felicitación navideña, se precisa
con urgencia actuaciones y compromisos en la construcción de
un nuevo orden mundial más ético y con economías más justas.
Sin duda alguna, debemos construir vínculos de confianza y
de asistencia mutua.
Una humanidad globalizada tiene que llegar a ser una
humanidad unida, sólo así se pueden afrontar las continuas
amenazas del momento actual, que van desde los que esparcen
el terror hasta los que malviven en una aplastante pobreza,
desde la proliferación de las armas hasta las pandemias y el
deterioro ambiental que pone en peligro el futuro del
planeta, como ha quedado puesto de manifiesto en la reciente
cumbre del clima de Copenhague. Estoy seguro que el mundo
sería mucho más feliz si todos llevásemos a la práctica el
respeto a los derechos humanos, a las normas laborales, al
medio ambiente, a la lucha contra la corrupción y el abuso
de poder. Para alegrarnos, necesitamos no sólo
felicitaciones por Navidad, sino hechos cotidianos de amor y
sinceridad: precisamos una mano tendida, un corazón que nos
escuche y comprenda. A veces es suficiente una sonrisa para
secar lágrimas. Qué mejor adorno navideño que regar el mundo
de expresiones de ánimo.
Personalmente demando volver al espíritu de la Navidad,
lejos de los regalos masivos y de los grandes banquetes;
puesto que el amor donado, y el sentirse amado, son tan
vitales como el comer. Hay que regresar a esas
felicitaciones gravadas con el corazón de un joven. Hacerse
niño es nacer a la Navidad. Volvamos al verso y la palabra,
a la autenticidad de ser lo que somos, sólo así se puede
guiar a otras personas en la búsqueda de sosiego. Por
desgracia, el momento actual ayuda más bien poco. Las
intromisiones del poder en nuestras vidas nos restan
libertad, meditación sobre cuál es el modo correcto de
vivir, qué cuestiones son un deber ético y, al contrario,
qué asuntos son inaceptables. A mi juicio, hemos perdido
tantas orientaciones, nos hemos desmembrado tanto de las
tradiciones y culturas, que a veces cuesta reconocer el
árbol de la historia humana en un mundo de máquinas, donde
la incertidumbre nos gobierna a su antojo.
Navidad es algo más que una palabra, no basta con hablar de
ella, uno debe creer en ese hálito de éxtasis y trabajar por
conseguir su reinado todo el año. Esta es la mejor
felicitación. Yo me apunto a estos soñadores. Del sueño a la
realidad, sólo hay un camino, el de ponerse a caminar y ver
en cada niño el centelleo del niño de Belén. También hoy
muchos niños reclaman nuestra atención. Son los niños de la
calle, los niños que son utilizados brutalmente como
soldados o como presa fácil de la pornografía y el comercio
del sexo. Muchos niños jamás han conocido el amor de unos
padres, el calor de un hogar, en este mundo que prosigue con
su salvajismo. Por consiguiente, una saludable felicitación
para el mundo sería que esta luz de Belén, dejase de ser un
invento más del consumo, se despojase de ruidos, y dejásemos
entrar de manera silenciosa en el corazón del ser humano a
la auténtica lección de Amor. Únicamente si las personas
evolucionan en humanidad, cambia el mundo y, para cambiarlo,
necesitamos que la criatura que llevamos interiormente
resurja en inocencia. Como dijo en su tiempo la estadista y
política hindú, Indira Gandhi, “el mundo exige resultados,
no le cuentes a otros tus dolores del parto, muéstrales al
niño”. Ciertamente, el amor siempre es un niño grande. Por
el contrario, si cada uno se inventa su propia Navidad para
satisfacer su ego, y el de los suyos, se apagará la llama de
la solidaridad hacia los lugares más desesperados del
planeta.
Es tiempo, pues, de felicitaciones solidarias y de
juramentos con el sello de la mutación. No sirven los
cumplidos. Urge tejer bondades con virtudes. Y hacerlo
corazón a corazón, vidas con vidas, amor con amores, para
que se encienda la llama de la paz y nadie en el mundo pase
frío. Amor con amor se paga, dice el refranero. La fiesta se
puede organizar; sin embargo, el calor de la alegría es un
innato gozo que nace al convivir en armonía. Es lo que le
hace falta al mundo, conciliarse y hermanarse con la
naturalidad de ser lo que se es. Pero, ¡ojo!, si antes no
estamos en paz con nosotros, difícilmente lo vamos a estar
con el prójimo, por mucha Navidad que nos brindemos.
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