Me ocurre casi todos los días,
cuando transito la calle, que me paran conocidos o personas
con las que nunca he cruzado ni una palabra, para decirme lo
siguiente: “Ayer me acordé de usted cuando Casillas
hizo tal o cual cosa...”. Y mi respuesta no se hace esperar:
pues mira que bien, o mire usted que bien, dependiendo de si
estoy ante alguien con quien suelo hablar a menudo o bien
frente a una persona con la que nunca antes había tenido la
oportunidad de hacerlo ni mucho ni poco.
Y a partir de ahí, si Iker ha tenido un día funesto, como
tiene a cada paso, quien me para trata de hacerme ver lo que
él piensa al respecto; en la misma medida que si la reciente
actuación del portero ha dejado para la posteridad tres o
cuatro balonazos estrellados en su pecho, que son jaleados y
celebrados por los gritadores de las emisoras de radio y
televisión. Ambas versiones suelo escucharlas atentamente.
Es el precio, nunca desagradable, que uno tiene que pagar
por haber sido el primero, lo cual no es ningún mérito,
porque lo tuve muy fácil, en opinar que Iker Casillas
presentaba unas carencias enormes en el juego por elevación.
Que era un inútil en la defensa del área pequeña. Y, además,
que no dominaba el juego con los pies. Algo de vital
importancia en el fútbol moderno. Porque falto de esa
destreza, resulta imposible que sus compañeros muestren
confianza a la hora de cederles el balón. Pues el guardameta
les devuelve una calabaza o un balón de rugby
También soy consciente de que haber opinado de los defectos
graves y palmarios de un cancerbero tan bien llevado en los
despachos publicitarios, ha hecho que muchos de sus
partidarios sientan aversión hacia mí. Porque están
convencidos de que la tengo tomada con él. Cuando yo,
madridista fetén, desde la niñez, sólo deseo la victoria de
mi equipo. Y sería feliz si el muchacho de Mósteles hubiera
puesto toda su voluntad en mejorar sus puntos débiles. Por
no hablar de sus graves carencias. Por las que cualquier
otro hubiera sido descalificado a perpetuidad.
Pues bien, Casillas no sólo se ha estancado -pensando tal
vez que con su rapidez de reflejos y su fama de hombre bueno
y guapo y tan bien vendido en los despachos, no necesita
mejorar-, sino que, de un tiempo a esta parte, viene siendo
comidilla principal de todos los programas del corazón y
revistas de la especie. Donde de manera sibilina, no exenta
de crueldad, hablan de que las malas actuaciones del portero
se deben a que una mujer es la culpable de que el muchacho
haya dejado de ser san Iker.
Ella es la guapa Eva González: modelo, y presentadora
en televisión del programa “Se llama copla”. Y si antes,
ante fallos garrafales del fenómeno (?), los de siempre se
los achacaban a los defensas, o a las deficiencias del
césped, o a que estaba deslumbrado por un objeto peligroso
desde el graderío, o a un niño que en Valencia le había
recordado que existía Cayetano Ordóñez, ahora la
culpa de que Casillas ‘cante’ más que el inolvidable
Luciano Pavarotti, se la adjudican a la González.
No me extrañaría, pues, que Florentino Pérez, que
todo lo puede, le haga una oferta a Eva González para que
ésta procure que Iker vuelva a ser lo que antes era: un
bluff con suerte. De no ser así, seguirá cantando cada dos
por tres. Lo malo es que lo haga en el escenario de un gran
acontecimiento. Y ni pensarlo quiero.
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