Si Juan Luis Aróstegui
fuera bebedor, bien podría decírsele que tiene muy mal vino.
Incluso tampoco faltarían quienes le advirtieran de que
suele hacer el ridículo muchas veces, debido a los problemas
causados por la ebriedad. Pero nuestro hombre no bebe
alcohol, según tengo entendido. Con lo cual ni siquiera le
es posible disculpar su forma de ser por mor de la bebida.
Juan Luis Aróstegui nunca tiene un día bueno. Se levanta
cada mañana dispuesto a ser el más antipático del mundo; el
más iracundo posible; el más envidioso... Tales pecados le
sirven, ya que hemos dicho que no es bebedor, para conseguir
evadirse de una realidad que le atormenta: cada día que pasa
se da cuenta de que su fracaso político es una evidencia que
sólo él se niega a reconocer. Y le puede el demonio de la
frustración.
Juan Luis Aróstegui necesita que alguien, muy cercano a él,
le diga que se ha convertido ya en su propia caricatura.
Todo en él es exageración hasta la náusea. Todo cuanto dice
parece pasado por los espejos del callejón del Gato. De tal
manera, que ni siquiera cuando lleva razón consigue que la
gente le haga el menor caso. Lo cual, bien mirado, es,
además de grave, digno de piedad.
El secretario general de Comisiones Obreras padece de algo
que en el vocabulario de la psicología se le conoce como
proyección: mecanismo de defensa del yo, consistente en
atribuir a los demás los propios conflictos internos. Y se
le nota, por ejemplo, cuando escribe cosas así: “Es
demasiado frecuente (y lamentable) ver cómo buenas personas
obran como déspotas o despiadados por el mero hecho de
ocupar una ínfima parcela de poder. Y cuando pierden su
condición de concejal, y recuperan su carácter original,
contemplan desde el arrepentimiento las calamidades que han
contribuido a generar”.
He aquí el drama de este muchacho, Aróstegui, criado en un
ambiente familiar carlista y que cuando tuvo la oportunidad
de predicar con el ejemplo en el Ayuntamiento, no sólo fue
un desastre como político, sino que sus actuaciones le
fueron sumiendo con el paso del tiempo en un ser capaz de
destilar odio contra todo cuanto acontece en la vida de la
ciudad.
Porque es bien sabido que cuando tuvo una parcela de poder,
el muchacho consiguió acumular una cantidad de errores que
todavía se recuerda. Nada de lo que puso en marcha llegó a
buen fin y, sobre todo, si por algo se distinguió fue por
sus enormes fracasos en todos los aspectos. Y, desde luego,
porque se le consideró como el hombre que era capaz de
colocar a cualquiera de los suyos a dedo. Investiguen en el
Ayuntamiento.
Habría también, por supuesto, que recordarle sus andanzas en
la ‘Cafetería Milord’, cuando la entrega de viviendas
protegidas estaba en pleno apogeo, en los años que él
mandaba tela marinera y siendo Fructuoso Miaja
alcalde. A propósito: ¿se acuerda Aróstegui de aquella
fábrica de leche pasteurizada que iba a ser instalada en
terrenos de Benzú? Y así podría enumerar una serie de
proyectos que, si fueran contados, causarían vergüenza
ajena.
Por consiguiente, no es posible entender que un tipo que ha
tenido siempre el respaldo de las familias capitalistas y
más conservadoras de Ceuta, ¿por qué será?, se atreva a
decirle mercenario al Delegado del Gobierno, entre otros
improperios. Aróstegui ha perdido la razón. Quizá porque
nunca se ha perdido por la bragueta.
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