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OPINIÓN - LUNES, 14 DE DICIEMBRE DE 2009

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

La lucha de Amínatu

Por Abdelmalik Mohamed


El camino de Amínatu Haidar se estrecha y sus luces se apagan. La penumbra cada vez es mayor y la oscuridad acecha. Haidar lo sabe. También sabe que por cada punto de luz perdido surge uno de inquietud, de mal pálpito, cargado de sospecha y temor.

Haidar sabe que no es cosa de duendes, tampoco de quienes la aborrecen y acosan; menos aún, de quienes le juran amor y fidelidad eterna. Haidar sabe que no son ellos, sino ella quien se hurta su propia luz, que es ella quien promueve su dolor más íntimo y estremecedor, aquel que la zarandea cada vez que surge, siempre de improviso, desafiante, reprobándola, acusándola y amenazándola. Un dolor que no quiere, que rechaza, que intenta ahuyentar, pero que cada vez que llega aparece más amargo y rebelde.

Es su otra lucha, aquella en la que es parte y juez. Se trata de una lid silenciosa y sin más muelles que los del abismo. Se trata del secreto de Amínatu. Es su otra guerra. Es Amínatu contra Amínatu. Son las voces de la vida y la muerte. Unas contra otras, desplazándose hacia un lado y otro, sin atisbo de control, en un intento de cazarla, de convencerla de sus tesis. Unas a favor de la vida; otras, a favor de la muerte. Es el Bien contra el Mal y Amínatu entre ellos.

Aquellas luces que antes no importaban ahora resultan extraordinarias, de un fulgor irremplazable. Se trata de su alma. Son las luces de su alma. Se trata de su yo, único e insustituible. Haidar sabe que el suicidio las apagará todas, que la dejará a las puertas de un futuro que ni para si el demonio querría.

Amínatu ha querido devolver la luz a su camino con sus palabras de hace unos días en el sentido de que “el Islam prohíbe el suicidio”. Se trata de un acto de defensa, de una estrategia de lucha, una acción calculada, fuerte y contundente a la vez. Con esas palabras venía a aniquilar aquellas otras en la que afirmaba que volvería al Aaiún “viva o muerta”. Es vivificar hoy lo que mañana es para matar. Es su lucha.

Para Amínatu las cosechas de su huelga, abundantes en simpatía y solidaridad, ya se le vuelven molestas y fastidiosas, nada importantes frente a aquellas otras que puede acarrearle mantener una abstinencia alimenticia con resultado de muerte, que no son otras que las del fracaso vital, aquel que conduce y orienta a cimas en las que todo se pierde. Es la forma en la que el suicidio viene a coronar a sus héroes.

Ninguna lucha es inútil, pues siempre guardan una causa y un sentido; sin embargo, se descuidan sus génesis y sus consecuencias, siempre calculadas y siempre erráticas. Ahí surge la inutilidad y el vacío de la acción.

Nada puede añadirse oficialmente al lema triádico de Marruecos: Dios, Patria y Rey; sin embargo, y de forma extraoficial, todo el país añade: “…y el Sahara”.

Si Amínatu hubiera comprendido lo que significa para treinta millones de marroquíes el Sahara, posiblemente habría reconducido su acción hacia otro punto, o tal vez no, circunscribiendo su acción a un modo de oficializar la derrota de sus postulados, pues si la era de Mohamed V fue la era de la lucha por la independencia y la de Hassan II la era de la reunificación, la de Mohamed VI es la del progreso y la construcción del país, Sahara incluido, ya con ventaja frente a otras regiones. La historia prefiere mirar hacia ese lado. Poco o nada puede hacer ante eso el interdicto de Amínatu y los suyos.

Amínatu Haidar tiene otro frente mucho más complicado: Ella misma.
 

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