El camino de Amínatu Haidar se estrecha y sus luces se
apagan. La penumbra cada vez es mayor y la oscuridad acecha.
Haidar lo sabe. También sabe que por cada punto de luz
perdido surge uno de inquietud, de mal pálpito, cargado de
sospecha y temor.
Haidar sabe que no es cosa de duendes, tampoco de quienes la
aborrecen y acosan; menos aún, de quienes le juran amor y
fidelidad eterna. Haidar sabe que no son ellos, sino ella
quien se hurta su propia luz, que es ella quien promueve su
dolor más íntimo y estremecedor, aquel que la zarandea cada
vez que surge, siempre de improviso, desafiante,
reprobándola, acusándola y amenazándola. Un dolor que no
quiere, que rechaza, que intenta ahuyentar, pero que cada
vez que llega aparece más amargo y rebelde.
Es su otra lucha, aquella en la que es parte y juez. Se
trata de una lid silenciosa y sin más muelles que los del
abismo. Se trata del secreto de Amínatu. Es su otra guerra.
Es Amínatu contra Amínatu. Son las voces de la vida y la
muerte. Unas contra otras, desplazándose hacia un lado y
otro, sin atisbo de control, en un intento de cazarla, de
convencerla de sus tesis. Unas a favor de la vida; otras, a
favor de la muerte. Es el Bien contra el Mal y Amínatu entre
ellos.
Aquellas luces que antes no importaban ahora resultan
extraordinarias, de un fulgor irremplazable. Se trata de su
alma. Son las luces de su alma. Se trata de su yo, único e
insustituible. Haidar sabe que el suicidio las apagará
todas, que la dejará a las puertas de un futuro que ni para
si el demonio querría.
Amínatu ha querido devolver la luz a su camino con sus
palabras de hace unos días en el sentido de que “el Islam
prohíbe el suicidio”. Se trata de un acto de defensa, de una
estrategia de lucha, una acción calculada, fuerte y
contundente a la vez. Con esas palabras venía a aniquilar
aquellas otras en la que afirmaba que volvería al Aaiún
“viva o muerta”. Es vivificar hoy lo que mañana es para
matar. Es su lucha.
Para Amínatu las cosechas de su huelga, abundantes en
simpatía y solidaridad, ya se le vuelven molestas y
fastidiosas, nada importantes frente a aquellas otras que
puede acarrearle mantener una abstinencia alimenticia con
resultado de muerte, que no son otras que las del fracaso
vital, aquel que conduce y orienta a cimas en las que todo
se pierde. Es la forma en la que el suicidio viene a coronar
a sus héroes.
Ninguna lucha es inútil, pues siempre guardan una causa y un
sentido; sin embargo, se descuidan sus génesis y sus
consecuencias, siempre calculadas y siempre erráticas. Ahí
surge la inutilidad y el vacío de la acción.
Nada puede añadirse oficialmente al lema triádico de
Marruecos: Dios, Patria y Rey; sin embargo, y de forma
extraoficial, todo el país añade: “…y el Sahara”.
Si Amínatu hubiera comprendido lo que significa para treinta
millones de marroquíes el Sahara, posiblemente habría
reconducido su acción hacia otro punto, o tal vez no,
circunscribiendo su acción a un modo de oficializar la
derrota de sus postulados, pues si la era de Mohamed V fue
la era de la lucha por la independencia y la de Hassan II la
era de la reunificación, la de Mohamed VI es la del progreso
y la construcción del país, Sahara incluido, ya con ventaja
frente a otras regiones. La historia prefiere mirar hacia
ese lado. Poco o nada puede hacer ante eso el interdicto de
Amínatu y los suyos.
Amínatu Haidar tiene otro frente mucho más complicado: Ella
misma.
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