Esto es lo que pide D. Antonio Ceballos Atienza, obispo de
Cádiz y Ceuta a sus diocesanos en la carta que ha escrito
con motivo del tiempo litúrgico de adviento. Cuando las
luces de navidad y los villancicos inundan nuestras calles y
plazas, y la gente se afana con avidez a realizar las
compras correspondientes para celebrar las fiestas
navideñas, D. Antonio recuerda a los cristianos que, antes,
hay que preparar el interior de la persona. Y ese tiempo de
preparación, de espera ilusionada y alegre, es el
comprendido entre los cuatro domingos anteriores al 25 de
diciembre. Tiempo de reflexión, oración y compromiso
cristiano con los pobres y desfavorecidos de hoy. Tiempo que
no debe suprimirse, adelantando la celebración que viene
después: si la fiesta no se prepara adecuadamente, no será
auténtica fiesta, incluso no será fiesta.
A pesar de este tiempo de desencanto, de fatiga y cansancio
en el que vivimos; tiempo de creciente indiferencia
religiosa y de relativismo, el Señor viene. Nosotros sólo
tenemos que limitarnos a acogerle, a recibirlo. Pero viene a
esta sociedad en la que, como diría san Pablo, muchos
duermen: se afanan por poseer, gozar y triunfar como sea,
olvidándose de lo que es trascendental en la vida; rechazan
vivir según el espíritu de la verdad y la honestidad (“todos
lo hacen”, dicen), confundiendo lo que está permitido por
las leyes actuales con lo que es lícito hacer.
“El Adviento, con la inminencia de la llegada del Señor, es
el tiempo a propósito para despertar del sueño o la modorra
en la que nos podamos encontrar envueltos”. ¿Qué hacer,
entonces? En primer lugar, vigilar y orar. Hoy sólo se puede
ser cristiano llevando una vida de oración: “El cristiano
sin oración ya no es cristiano” decía el teólogo Urs von
Balthasar. Pero esta preparación no debe ser solo intimista
y personal. Juan el Bautista, primo de Jesús de Nazaret, que
se encargó de preparar a la gente para recibir al Mesías
esperado, nos indica las formas en las que hoy como entonces
se ha de orientar nuestra preparación: arrepentimiento,
solidaridad, compartir lo que se tiene con los demás, el
deber cumplido, austeridad de vida. O sea, una verdadera
conversión: “Nada de un simple cambio de palabras, de ideas,
sino un cambio total y profundo de vida, que nos lleve a
vivir y obrar de cara al Dios justo y misericordioso”.
Quedarse, pues, en una búsqueda incesante, o contentarse con
preguntar sin escuchar verdaderas respuestas, no es conver-sión.
Como se ve, los frutos que pide para que sea verdadera
conversión, hacen referencia al comportamiento con el
prójimo, al compartir los bienes: “Juan no pide que se deje
la profesión o el oficio, sino practicar la justicia en
nuestro trabajo y profesión. Lo cual es lo mismo que afirmar
que no hay profesiones y trabajos dignos o indignos en sí,
sino que son tales en función de su contribución a crear un
mundo más justo y fraternal”. Conocemos cada vez mejor las
injusticias, las miserias, los abusos que se cometen
diariamente en nuestra sociedad. Son frutos de la ambición,
el egoísmo y la sed de poseer, que se encuentran, no sólo en
las estructuras, sino también en nuestro corazón. Ello crea
en nosotros, por una parte, un cierto sentimiento de
solidaridad, y por otra nos provoca un sentimiento de vaga
culpabilidad, al mismo tiempo que acrecienta nuestra
sensación de impotencia: nuestras posibilidades de actuación
son muy exiguas. ¿Qué podemos hacer nosotros? “Es hora,
pues, de despertar, de ir a lo medular y no andarse por las
ramas... es hora de echar por la borda lo inservible o lo
que nos inmoviliza”.
¿Que tenemos que hacer? “Sobre todo, abramos el corazón y
los brazos a nuestros hermanos. Nunca tan oportuno como en
Navidad el recibir a Cristo en el pobre, el perdonar al
enemigo y el amar fraternalmente a todos en nuestro hermano
mayor, Jesús, el Señor… Es el momento –como decía Juan el
Bautista- de compartir y ser solidarios, de no exigir a
nadie más de lo establecido, de no hacer extorsiones, de no
aprovecharse con denuncias, de no buscar prebendas ni
propinas, de practicar la justicia. Esta es la manera de
esperar al Señor en esta Navidad de 2009 que requiere esa
conversión”.
Nuestro obispo, pasando de las meras palabras a los gestos
concretos, continúa afirmando: “Siento la necesidad, una vez
más, de reclamar vuestra atención sobre un problema que nos
preocupa profundamente a todos: la difícil situación de
tantas personas que carecen de un puesto de trabajo. Nos
sentimos interpelados en nuestra conciencia cristiana por el
problema del paro, y como modesta aportación… os invito a
cubrir los casos de extrema necesidad, enviando a Cáritas
Diocesana la cantidad equivalente a un día de tu salario del
mes por los parados. Espero y os pido vuestra generosa
colaboración en esta tarea común de concienciación, de
participación social y solidaridad económica en favor de los
desempleados”.
Esto es lo que pide el Obispo de nuestra diócesis, D.
Antonio. Y cuando se le conoce un poco de cerca, se tiene la
plena certeza de que él va delante, dando ejemplo, haciendo
primero él lo que pide hagan sus diocesanos. Como igualmente
han hecho los sacerdotes de Salamanca donando a Cáritas
Diocesana toda o parte de la paga extraordinaria del mes de
julio pasado (63.300 € en total), como gesto colectivo de
solidaridad con las personas y familias que sienten con
mayor dureza el impacto de la crisis por la pérdida del
empleo. ¡Cómo cambiaría nuestra sociedad si abundaran
pequeños gestos como estos! No se pide dar mucho: únicamente
un día de tu salario del mes, sea lo que sea. Siempre será
poco para ti y mucho para quienes no tienen nada. D. Antonio
Ceballos habla en su carta pastoral de entregarlo a Cáritas
Diocesana, pero si a alguien eso le parece muy “distante”
¿quién no conoce entre nosotros una familia, una persona
necesitada, en ocasiones, hasta de las cosas más elementales
para llevar una vida digna? Una buena preparación para
celebrar profunda y auténticamente Navidad: “Nuestros gestos
y hechos nos acercan o alejan de la llegada del Señor. Ellos
la hacen posible o la dificultan”.
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