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OPINIÓN - DOMINGO, 13 DE DICIEMBRE DE 2009

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

“Un día de tu salario del mes para los parados”

Por P. Marcos, Agustino


Esto es lo que pide D. Antonio Ceballos Atienza, obispo de Cádiz y Ceuta a sus diocesanos en la carta que ha escrito con motivo del tiempo litúrgico de adviento. Cuando las luces de navidad y los villancicos inundan nuestras calles y plazas, y la gente se afana con avidez a realizar las compras correspondientes para celebrar las fiestas navideñas, D. Antonio recuerda a los cristianos que, antes, hay que preparar el interior de la persona. Y ese tiempo de preparación, de espera ilusionada y alegre, es el comprendido entre los cuatro domingos anteriores al 25 de diciembre. Tiempo de reflexión, oración y compromiso cristiano con los pobres y desfavorecidos de hoy. Tiempo que no debe suprimirse, adelantando la celebración que viene después: si la fiesta no se prepara adecuadamente, no será auténtica fiesta, incluso no será fiesta.

A pesar de este tiempo de desencanto, de fatiga y cansancio en el que vivimos; tiempo de creciente indiferencia religiosa y de relativismo, el Señor viene. Nosotros sólo tenemos que limitarnos a acogerle, a recibirlo. Pero viene a esta sociedad en la que, como diría san Pablo, muchos duermen: se afanan por poseer, gozar y triunfar como sea, olvidándose de lo que es trascendental en la vida; rechazan vivir según el espíritu de la verdad y la honestidad (“todos lo hacen”, dicen), confundiendo lo que está permitido por las leyes actuales con lo que es lícito hacer.

“El Adviento, con la inminencia de la llegada del Señor, es el tiempo a propósito para despertar del sueño o la modorra en la que nos podamos encontrar envueltos”. ¿Qué hacer, entonces? En primer lugar, vigilar y orar. Hoy sólo se puede ser cristiano llevando una vida de oración: “El cristiano sin oración ya no es cristiano” decía el teólogo Urs von Balthasar. Pero esta preparación no debe ser solo intimista y personal. Juan el Bautista, primo de Jesús de Nazaret, que se encargó de preparar a la gente para recibir al Mesías esperado, nos indica las formas en las que hoy como entonces se ha de orientar nuestra preparación: arrepentimiento, solidaridad, compartir lo que se tiene con los demás, el deber cumplido, austeridad de vida. O sea, una verdadera conversión: “Nada de un simple cambio de palabras, de ideas, sino un cambio total y profundo de vida, que nos lleve a vivir y obrar de cara al Dios justo y misericordioso”. Quedarse, pues, en una búsqueda incesante, o contentarse con preguntar sin escuchar verdaderas respuestas, no es conver-sión.

Como se ve, los frutos que pide para que sea verdadera conversión, hacen referencia al comportamiento con el prójimo, al compartir los bienes: “Juan no pide que se deje la profesión o el oficio, sino practicar la justicia en nuestro trabajo y profesión. Lo cual es lo mismo que afirmar que no hay profesiones y trabajos dignos o indignos en sí, sino que son tales en función de su contribución a crear un mundo más justo y fraternal”. Conocemos cada vez mejor las injusticias, las miserias, los abusos que se cometen diariamente en nuestra sociedad. Son frutos de la ambición, el egoísmo y la sed de poseer, que se encuentran, no sólo en las estructuras, sino también en nuestro corazón. Ello crea en nosotros, por una parte, un cierto sentimiento de solidaridad, y por otra nos provoca un sentimiento de vaga culpabilidad, al mismo tiempo que acrecienta nuestra sensación de impotencia: nuestras posibilidades de actuación son muy exiguas. ¿Qué podemos hacer nosotros? “Es hora, pues, de despertar, de ir a lo medular y no andarse por las ramas... es hora de echar por la borda lo inservible o lo que nos inmoviliza”.

¿Que tenemos que hacer? “Sobre todo, abramos el corazón y los brazos a nuestros hermanos. Nunca tan oportuno como en Navidad el recibir a Cristo en el pobre, el perdonar al enemigo y el amar fraternalmente a todos en nuestro hermano mayor, Jesús, el Señor… Es el momento –como decía Juan el Bautista- de compartir y ser solidarios, de no exigir a nadie más de lo establecido, de no hacer extorsiones, de no aprovecharse con denuncias, de no buscar prebendas ni propinas, de practicar la justicia. Esta es la manera de esperar al Señor en esta Navidad de 2009 que requiere esa conversión”.

Nuestro obispo, pasando de las meras palabras a los gestos concretos, continúa afirmando: “Siento la necesidad, una vez más, de reclamar vuestra atención sobre un problema que nos preocupa profundamente a todos: la difícil situación de tantas personas que carecen de un puesto de trabajo. Nos sentimos interpelados en nuestra conciencia cristiana por el problema del paro, y como modesta aportación… os invito a cubrir los casos de extrema necesidad, enviando a Cáritas Diocesana la cantidad equivalente a un día de tu salario del mes por los parados. Espero y os pido vuestra generosa colaboración en esta tarea común de concienciación, de participación social y solidaridad económica en favor de los desempleados”.

Esto es lo que pide el Obispo de nuestra diócesis, D. Antonio. Y cuando se le conoce un poco de cerca, se tiene la plena certeza de que él va delante, dando ejemplo, haciendo primero él lo que pide hagan sus diocesanos. Como igualmente han hecho los sacerdotes de Salamanca donando a Cáritas Diocesana toda o parte de la paga extraordinaria del mes de julio pasado (63.300 € en total), como gesto colectivo de solidaridad con las personas y familias que sienten con mayor dureza el impacto de la crisis por la pérdida del empleo. ¡Cómo cambiaría nuestra sociedad si abundaran pequeños gestos como estos! No se pide dar mucho: únicamente un día de tu salario del mes, sea lo que sea. Siempre será poco para ti y mucho para quienes no tienen nada. D. Antonio Ceballos habla en su carta pastoral de entregarlo a Cáritas Diocesana, pero si a alguien eso le parece muy “distante” ¿quién no conoce entre nosotros una familia, una persona necesitada, en ocasiones, hasta de las cosas más elementales para llevar una vida digna? Una buena preparación para celebrar profunda y auténticamente Navidad: “Nuestros gestos y hechos nos acercan o alejan de la llegada del Señor. Ellos la hacen posible o la dificultan”.
 

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