Decía mi desaparecido y admirado
amigo, Paco Gandia, que él todo cuanto contaba eran hechos
verídicos. Y aunque algunos puedan dudarlo, era cierto que
todas las historias que contaba estaban basadas en hechos
verídicos que él trasladaba al público sacándole todo el
humor que esos hechos tenían.
Pues bien, todo cuanto estamos contando sobre las navidades,
de mí época de chaval, están basados en hechos verídicos de
los que fui parte activa y de los que, por supuesto, me
siento orgulloso de haberlos vividos y que, por tanto,
formen parte de mí vida y de mí historia.
Aclarada la situación y volviendo a aquellas navidades,
recuerdo las que celebrábamos unos pocos de amigos, en la
casa de alguno de ellos, que estaba soltero y vivía sólo.
A esas reuniones, para la celebración de esta tradición
española que no se puede perder, todo aquel que asistía a la
misma, debía aportar alguna cantidad, poco o mucho, eso no
importaba, pero que con esas aportaciones tuviésemos para
comprar un par de botellas, de esas que nunca faltaban en
aquellas navidades, una de coñac Terry malla amarilla y otra
de aguardiente de anís del Mono.
La falta de ese par de botellas en navidades era un agravio
a las fiestas que no se podía permitir. Si faltaban, ni
aquello era celebración de navidad, ni nada parecido.
Naturalmente que con la cantidad de amigos que nos
reuníamos, haciendo posible conseguir la cantidad de dinero
suficiente para comprarlas, estirando mucho, nos podíamos
tomar un par de copas como mucho. Con lo cual, el poder
coger una ”cebolleta” era poco menos que imposible.
Pero ese par de copas, a las que añadíamos un par de roscos
o borrachuelos, nos permitían, con nuestros canto de
villancicos pasar una noche memorable, que nos servía para
contar, al día siguiente, a otros amigo lo bien que lo
habíamos pasado.
Oiga, no es por nada, algunos hasta sentían envidia de no
poder haber estado con nosotros. La culpa de esa ausencia
era que después de haber cenado, no les habían dejado
abandonar sus casas para acudir a esta reunión. Era otra
época y otras costumbres.
Por cierto ya que hablamos de la botella de anís, tenemos
que decir que cumplía dos funciones a lo largo de la noche.
Primero como portadora del liquido elemento de su interior y
segundo, que una vez acabado su contenido, era un
instrumento aprovechable para tocarlo con una cuchara, un
tenedor o un cuchillo y formar parte de los instrumentos
para cantar los villancicos.
Que no me venga nadie a decir que nunca ha servido, la
botella de anís, como instrumento de toque par cantar los
villancicos. Incluso hoy día, a pesar de los años
transcurridos se sigue utilizando, para este menester, la
botella de anís.
Son recuerdos de un ayer lejano, pero que sigue vigente en
nuestras mentes, formando parte de esa historia de todos
aquellos que vivimos las navidades de aquella época de
hambre y miseria. Recuerdos imborrables, que nos traslada a
años pasados pero que, entre otras cosas, nos sirven para
recordar a los amigos.
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