Estaban los años setenta tocando a
su fin cuando vine a Ceuta, una vez más. Y fue, si la
memoria no me falla, debido a que Milosevic,
entrenador del Cádiz, me había pedido que le acompañara
porque tenía mucho interés en que yo viera el partido de
Copa que enfrentaba a su equipo con la Agrupación Deportiva
Ceuta.
Lo primero que hice, como en otras ocasiones, fue alojarme
en el Hotel La Muralla y luego presentarme en la tertulia de
‘El Rincón’ para saludar a Eduardo Hernández. Pero
antes dediqué gran parte de la mañana a pasear por el centro
de la ciudad. Y así poder disfrutar del espectáculo de unas
calles donde las gentes entraban y salían de los comercios y
los bares estaban atestados de un personal que propiciaba un
ambiente mediterráneo, que a mí me chiflaba.
En el siguiente viaje, siempre por motivos futbolísticos, me
sentí tan a gusto en la ciudad que no tuve el menor
inconveniente en pronosticarme mi futuro. Y lo hice de la
siguiente manera: diciéndoles a un veterano periodista de la
tierra y a Jesús Cordero, cliente asiduo del Muralla,
que tenía la certeza de que llegaría a Ceuta un día para
quedarme el resto de mi vida.
Ambas personas, o sea, el periodista y Cordero, me miraron
como solemos mirar todos a quien nos confiesa algo que nos
suena a cuento chino, a ganas de marcarse un farol para
quedar bien, en un momento determinado, y luego, si te vi no
me acuerdo.
Pasados tres años de mi solemne vaticinio, arribé a la
ciudad y llevo en ella casi tres décadas. Y, cada día, aún
sigo paseando por sus calles con la misma mirada ilusionada
y los mejores deseos de encontrar en ellas motivos que me
hagan comprender que mi decisión fue más que acertada.
Y a fe que los encuentro, al margen de cuestiones personales
y familiares, cuando presencio que las calles están tomadas
por un público que gusta de transitarlas, de charlar en
ellas, de vivir al aire libre..., gracias a un microclima
especial y a unas vistas que para sí las quisieran otros
muchos sitios. En suma: uno se siente vivir aquí.
Cierto es que la animación de aquella otra época, la del
momento de esplendor de los bazares, es historia pasada. Sin
duda. Pero tampoco pecaríamos de exagerados si dijéramos que
el centro de Ceuta continúa estando más frecuentado que
muchas capitales de provincias y ciudades tenidas por muy
importantes. Lo que digo es algo que descubre cualquier
forastero en cuanto pone los pies en esta tierra.
Pues bien, todo esa forma de vida se viene abajo en cuanto
se hace uso y abuso de los días de fiestas. Todo cambia
cuando los comercios cierran sus puertas a cal y canto. Es
entonces cuando uno tiene la impresión de que está viviendo
en una ciudad abandonada. De esas llamadas dormitorios y
donde los inquilinos esperan ansiosos la menor oportunidad
para salir pitando hacia la otra orilla.
Una actitud nada criticable. Faltaría más. Lo criticable es
que los comercios permanezcan tres días cerrados. Pues son
causantes de que Ceuta caiga en un letargo insoportable. En
una modorra desesperante. Y uno, sin querer ahondar en las
razones existentes para que tal cosa suceda, sólo se
pregunta qué estarán pensando al respecto los varios
caletres destacados de la ciudad. Para terminar pidiendo por
que se haga la luz en ellos.
|