El Sr. Gutiérrez estuvo
escolarizado en el “C.P. Santiago Ramón y Cajal”, cuando
todavía se llamaba “Convoy de la Victoria”, del que era
Directora la inolvidable Dª Manolita. Junto a él, sus dos
hermanos menores, un chico y una chica, que, en particular
ella, convivió con su sustituta Dª Ángeles. Los tres
hermanos guardan gratos recuerdos del citado centro
educativo, resaltando el buen ambiente de convivencia que se
vivía en el mismo, entre el alumnado cristiano y el
musulmán.
Centrado el relato en el mayor de los hermanos, el Sr.
Gutiérrez, en mis diarios desplazamientos por los distintos
puntos de nuestra localidad, es raro que no me tropiece con
él, donde, inevitablemente, me cuenta hechos,
acontecimientos de su estancia en el Colegio. En principio
demuestra que tiene información al día, recordándome que en
su tiempo, no era así, que ahora los papales se han
cambiado, que los “agresores” de antes se han convertido en
“agredidos”.
Como siempre forma parte de su guión, me recuerda las
relaciones que mantuvo con dos maestros, una mujer y un
hombre, que como él no era un alumno de buen rendimiento,
todos sus fallos querían resolverlos con serios castigos. La
maestra en su primera etapa y el maestro en la segunda,
guardándose muy bien de mencionar los distintos tipos de
castigos que les aplicaban, dando la impresión que cada uno
competía para la “cantidad” y la “calidad”.
El Sr. Gutiérrez se guardaba muy bien de dar conocimiento a
sus progenitores de los “atropellos” que recibía en el
Colegio, porque, encima, sus padres les castigaban, dándoles
la razón a sus maestros.
Me recuerda, como hecho muy significativo, las “fiestas” de
Navidad que, con el consentimiento del maestro y la promesa
de los alumnos, que al final de las mismas tenía que dejar
el aula limpia y ordenada, ¡y cada alumno en su grupo!. Eran
tiempos, todavía, de crucifijos y “belenes”, es decir, que
no se cuestionaba que Jesús Crucificado ocupara un lugar
preferente en el aula y, que, en un rincón de la misma, el
Misterio del Nacimiento del Hijo de Dios. ¡Y aquellos
improvisados villancicos!
No pudo nuestro protagonista conseguir el Graduado Escolar,
que por la EGB se otorgaba al que conseguía superar el 8º
Curso; para aquellos que cumplida la edad reglamentaria, los
catorce años, y no habían conseguido el Graduado Escolar, se
les otorgaban el llamado Certificado de Escolaridad, con el
cual podía acceder al mundo laboral, o bien, iniciar
estudios de Formación Profesional. Él, como muchos alumnos
de aquellos momentos, se vería atraído por aquellos
“trabajillos” que, de manera intermitente, se producían en
nuestra ciudad, aunque muchos se metían voluntario en el
Ejército, en aquella “mili” obligatoria.
Después, se dedicaría, como sus hermanos, a la venta de
cupones de lotería, Cruz Roja y Once, indistintamente. Sus
dos hermanos en lugares estacionados, “fijos”; mientras él
de forma ambulante, de un lado para otro, demostrando su
buena condición física. Ofreciendo de forma respetuosa a los
posibles clientes, sus productos.
En nuestros diarios encuentros, el “clásico” saludo,
rompiendo todo tipo de protocolo, ¡hola “amigacho”, quieres
algo para hoy!. En una ocasión, siendo testigo una habitual
cliente, me decía que él era el vendedor de los “finales”,
utilizando una forma especial y modesta de promocionar sus
cupones.
Me contó una anécdota, basada en una estrategia utilizada
para “deshacerse” de sus cupones: ”Yo, cuando veo que la
jornada no va bien recojo y guardo, sin hacerlos visibles,
dejando solamente uno, que muestro al futuro cliente, y
pregonando “el último” cupón que me queda, ¡que va a tocar!.
Algunos clientes “pican”, pero otros “pasan”. En una
ocasión, y ante mi insistencia, el futuro cliente, quiso
tentar a la fortuna y llevarse el cupón; pero, al pagarme,
me sacó un billete de 100 euros, que yo veía por primera
vez, y que, naturalmente, yo no tenía cambio. No tuve más
remedio que quedarme con el cupón, que por cierto, no salió
premiado”.
Y es que cada lotero utiliza la estrategia que más
rendimiento le produce. En los momentos actuales, se
comenta: “Notamos la crisis, como todos aquellos que se
dedican a la venta de determinados productos, aunque según
comentan no tardará mucho tiempo en recuperarse la
normalidad ¡Dios lo quiera!
Aparentemente da la impresión que nuestro trabajo es muy
sencillo. ¡Hombre, aquellos que disponen de un quiosco no
temen al mal tiempo!. En mi caso, por dedicarme a “patear”
muchos rincones, con el mal tiempo no lo paso bien. Otro
aspecto de nuestra “profesión” es el aspecto económico, que
tenemos que vender todos los cupones disponibles, para sacar
el porcentaje necesario y disponer de fondos para la
inversión del día siguiente.
Hablando de sus proyectos futuros, me contestó: “Yo ya no
soy persona de futuro. Estoy casi en los cincuenta años. Yo
ya no puedo hacer otra cosa. Seguiré vendiendo cupones,
hasta que mi salud me lo permita. Pero tengo un sueño, que
no sé si podré realizarlo: ahorrar lo necesario para
comprarme una vivienda, aunque yo, con mis modestos
ingresos, creo que nunca se realizará; pero lo intentaré,
para lo cual estoy privándome de muchas cosas. Ahora vivo
con mi hermana. Me gustaría disfrutar de independencia, y
quien sabe si estando todavía en edad de merecer, formar una
familia.
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