Me gustan las gentes que de manera
silenciosa, por decisión propia y libre, toman como actitud
de vida acciones de solidaridad y la opción valiente de
injertar un rostro humano ante el huracán de rastros
deshumanizadores. “Voluntarios por nuestro planeta” son los
últimos quijotes en un mundo creciente de inseguridades.
Ante ellos uno se quita el sombrero. Hablo de aquellos que,
desinteresadamente, salen al encuentro de todo ser humano,
con la única intención de acoger y acompañar a los
desvalidos, movidos por una cultura inclusiva, tremendamente
respetuosa con las diferencias. Tal y como está el patio en
el que nos movemos, pienso que es urgente aumentar las
plantaciones de mano tendida frente a tanta mano excluyente.
Lo de poner de moda el cultivo del corazón no es baladí, en
un planeta descorazonado. Está más que justificado, pues,
intervenir en la liberación ciudadana presa de tantos
poderes corruptos.
Todos los ciudadanos del mundo deben abrirse a la humanidad
del mundo, a las necesidades de toda persona. El altruismo
al poder. La solidaridad como deber. La calidad de vida hay
que sostenerla como calidad humana. El espíritu de servicio
como misión de todos para con todos. Somos tan precisos como
necesarios. Y es de justicia esperar unos a otros para
avanzar unidos. No olvidemos que hasta en el universo la
unidad es ley que todo lo mueve y conmueve. Así el amor es
la unidad que da fuego a todos los hielos que nos circundan,
medicina que nos cambia por dentro y por fuera. No en vano,
el voluntario, que lo es de corazón y vida, siente un gozo
indescriptible, que va más allá de la donación de sí a los
demás.
La cátedra del voluntariado hay que extenderla, ya no sólo
porque representa un factor de crecimiento y civilización,
sino también por lo que es, una escuela de humanidad.
Nosotros mismos a veces somos nuestro peor enemigo. El amor
al prójimo no se puede delegar en nadie, requiere siempre un
compromiso de la persona con la otra persona, con el mundo
entero. Desde luego, si queremos darle un sentido solidario
a esta vida, demos consistencia al abecedario global de la
dignidad humana. Sin duda, más vale estar un minuto de pie
que toda una existencia de rodillas. Sólo la colaboración
activa y voluntaria de personas puede hacer realidad nuestra
lealtad y obligación de cuidado y protección para con las
especies y el planeta. A todos nos conviene, por
consiguiente, romper el silencio y rehacer vínculos humanos.
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