Bastante calvario pasaría, hace
más de dos mil años, Cristo, para que ahora vengan cuatro
políticos de turno, con otros cuantos apoyos, a discutir si
hay que quitar del crucifijo de las aulas en las que los
había, o si hay que dejarlos.
Los políticos, que cuando les conviene, apelan a lo que
dicen sus posibles o hipotéticos votantes, deberían, con
este asunto, meterse debajo de la mesa, por el alubión de
opiniones en contra, frente a un “puñao” de los que les
apoyan en este asunto.
Y es que va siendo hora de que se dejen de ir contando los
árboles y perdiéndose entre ellos, sin haber visto el
bosque, y empiecen a abordar otros problemas que son vitales
y que pasan meses y años sin tratar de enmendarlos.
El sí o el no del crucifijo en las clases, va a convertirse
en una discusión bizantina, que cuando haya concluido no
habrá hecho cambiar, para nada, el interés en una clase, el
nivel de los alumnos, o los problemas que en sí tiene la
educación, con lo que quitar o dejar el cristo en las aulas
no va a hacer que nuestros alumnos pasen a ser todos unas
lumbreras, ni va a hacer que vayan a peor, porque esto
último sí que sería difícil.
Con todo, a aquellos que legislan y a quienes apliquen las
leyes sobre lo legislado, les puedo decir que en los años
que llevo en las aulas, primero como discente, luego como
docente, más tarde alternando ser profesor y a la vez
alumno, ahora otra vez, únicamente, profesor, y habiendo
pasado por centros tan variopintos y diferentes como, una
pequeña escuela en un pueblecito de Ávila, luego en un
colegio en Piedrahita (Ávila), más tarde en el Instituto
Cervantes de Madrid, también en el Fray Luis de León de
Salamanca, en las Facultades de Derecho y de Filosofía de
Salamanca, en la Universidad de Munich, en la Facultad de
Políticas de Madrid, además de haber impartido clases en los
institutos de Jerez de los Caballeros, de Badajoz, en el
Instituto Femenino de Ceuta, en el Abyla, de Ceuta, en el
Jorge Manrique de Palencia y ahora, desde hace 17 cursos en
el Instituto Siete Colinas de Ceuta. Pues bien, de todos
estos lugares, en unos había crucifijos en las clases, en
otros no, pero lo cierto y verdad es que allí donde los
había nunca el cristo aquel bajó a hacer un examen y a
ayudar a ninguno de los alumnos, fuera de la creencia que
fuera, así como tampoco promovió el desorden que, a veces,
hay en ciertas clases, por no haberse preocupado, de verdad,
los legisladores en que, por encima de todo, las clases son
lugares de formación, a donde tienen que ir los alumnos a
formarse, no a pasar el rato, para evitar que estén sueltos
por las calles.
A estas alturas y puedo hablar por mí, no hay en toda España
muchas docenas de personas que hayan estado más horas que yo
en las clases, como alumno y como profesor, y creo, en honor
a la verdad que, ni donde hay alumnos de una sola creencia,
la católica, ni en los centros en los que hay alumnos de
varias creencias, no hubo ni uno solo de estos alumnos que
dijera que a él le molestaba que allí hubiera un crucifijo,
que, por otro lado, tampoco ocupaba ningún pupitre, ni
gastaba papel o tiza.
Con todos los respetos para las mentes librepensantes que se
quieren deshacer de algo que siempre hubo en nuestra
cultura, sin más, el retirarlo ahora de la circulación, me
parece una chorrada.
Por cierto, señor Obispo ¿Qué nos puede decir usted sobre
este asunto?. Al menos que “al césar lo que es del césar,
pero a Dios lo que es de Dios”.
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