El perfil del voluntario ceutí no tiene edad, ni color, ni
religión determinada. Es un ciudadano cualquiera, con tantas
facetas como ramas tiene el voluntariado, con un espíritu de
servicio a la sociedad que le lleva a actuar de forma
desinteresada en diversos frentes. Este año, ninguna de las
múltiples asociaciones que trabajan con voluntarios en
Ceuta, alrededor del millar entre los que colaboran con
Manos Unidas, Mujeres Vecinales, Cáritas, Cruz Roja, ACEPAS,
ADEN, FEAPS, la Asociación Española Contra el Cáncer o
DIGMUN... ha organizado ninguna actividad para celebrar el
Día Internacional del Voluntarido, una fecha elegida por las
Naciones Unidas en 1985 como medio de reconocimiento a la
labor solidaria de todas las personas que dedican su tiempo
a mejorar el entorno.
La ciudadanía ceutí es solidaria, y los voluntarios locales
abundantes, pero todavía no suficientes, como confirman
desde varias de las asociaciones locales consultadas. Desde
quienes ayudan a personas mayores, discapacitados, niños en
riesgo de exclusión social o mujeres maltratadas, hasta el
voluntario ambiental, menos conocido, pasando por el
educativo, un amplio colectivo de personas involucradas con
esta labor altruista nos demuestra que el tiempo libre del
que disponemos todos, puede suponer un grandísimo cambio
para otros, si lo empleamos de forma constructiva.
“La caridad no envejece”
El hermano Eduardo nos recibe con un impoluto hábito blanco
sobre el que cuelga un crucifijo en las dependencias de la
Iglesia de San Ildefonso, en la barriada del Príncipe. Lleva
prácicamente un año en Ceuta tras pasar más de dos décadas
en las Islas Canarias, aunque su origen está en Navarra, a
donde regresa siempre que puede aunque no tantas veces como
desearía. “Llega un momento en el que la labor que
realizamos aquí es tan necesaria que ni si quiera te
planteas dejarla por unos días, esto se convierte en tu
vida”, dice.
Con un total de ochenta voluntarios, Cruz Blanca es una de
las entidades locales que presta mayor ayuda a personas
mayores, sobre todo discapacitadas, y en la Iglesia de San
Ildefonso alojan a 47 de ellos.
“Nuestra labor es el cuidado constante de los ancianos,
desde que los levantamos por la mañana hasta que se
acuestan, queremos hacer que se sientan como en casa, porque
aquí la mayoría están solos, sin familia ni otro lugar donde
acudir. Algunos de ellos pasan muchos años con nosotros,
esto terminan siendo su auténtico hogar”, explica.
Tras casi treinta años con el hábito, el hermano ha visto
cientos de voluntarios acercarse a colaborar con Cruz
Blanca, una entidad que cuenta con 2.200 colaboradores
solidarios en España y Venezuela (donde tiene cinco casas).
“Los voluntarios aumentan cada día- asegura- pero todavía
nos hace falta gente que venga a ayudar en labores de
acompañamiento, por ejemplo. El simple hecho de sentarse un
rato con el anciano, acompañarle a hacer algún recado o
ayudarle en las tareas domésticas si vive solo, es algo que
ellos agradecen mucho. En general todo aquel que trabaja
como voluntario recibe una recompensa muchísimo mayor de lo
que da, es enormemente gratificante y eso te empuja a
levantarte cada día con ilusión aunque la jornada sea dura”.
“Como decía un antiguo hermano que conocí, ‘La caridad no
envejece’, es algo que aunque es difícil, recompensa y todo
el mundo debería probar algún día, sobre todo los jóvenes”.
Ayuda sin estereotipos
La asociación local DIGMUN, creada para proteger la dignidad
de las mujeres y los niños, cuenta desde el octubre pasado
con una nueva voluntaria, es una joven que ha llegado
pisando fuerte y que desde entonces emplea todas sus tardes,
entre las cinco y las ocho de la tarde, en diveresas
actividades organizadas por la asociación, para ayudar a
niños cuyas familias tienen pocos recursos o mujeres
transfronterizas con necesidades de alfabetización.
“Creo que es mejor que quedarme en casa viendo la
televisión, acabo de terminar la carrera y ahora mismo tengo
mucho tiempo libre- dice Busaina Abselam, ceutí de 25 años
licenciada en psicología y con una marcada vocación de
servicio social-. “Ya en Granada, mientras estudiaba en la
Universidad, estuve muy involucrada en actividades de
voluntariado, organizando talleres con la asociación de
síndrome de down, o colaborando con actividades dedicadas a
erradicar la violencia de género”.
Como muchos de sus compañeros voluntarios, Busaina disfruta
con el contacto directo con la gente y no ve la labor que
hace como un trabajo, sino que es algo de lo que ella
aprende cada día. “Ahora colaboro en dos talleres, uno de
apoyo en clases de alfabetización para mujeres musulmanas y
otro como refuerzo de estudio a niños. Cada uno de ellos es
diferente, pero sobre todo el trabajo con las mujeres
transfronterizas me ha servido para romper muchos
estereotipos. Incluso yo, que soy musulmana tenía ideas
equivocadas sobre estas mujeres y esto me está permitiendo
conocer mejor la realidad”.
“Creo que la ciudadanía en general desconoce todas las
formas que hay de ser voluntario, se pueden hacer muchas
cosas y sólo es necesario algo de tu tiempo, que después
significa mucho para las personas a las que ayudas”.
Voluntarios ‘ecológicos’
Juan José Amador y Sonsoles Cubillo representan a uno de los
sectores más desconocidos del voluntariado de nuestra ciudad
y a nivel general. Son voluntarios ambientales y, aunque
este año han estado un poco desconectados del programa, han
pasado años empleando su tiempo libre a un buen número de
actividades al aire libre entre las que se encuentran el
cuidado y observación de la tortuga mora en el entorno, la
repoblación de plantas autóctonas en las zonas del monte
Hacho o Calamocarro, la creación de cajas nido para pájaros
como el Herrerillo común y su cuidado en el monte... además
de otras muchas labores que incluyen la observación de
pájaros o analizar el agua del mar y realizar encuestas a
los bañistas para catalogar la calidad de nuestras playas.
“La gente tiene una idea muy equivocada de lo que es ser
voluntario ambiental - dice Sonsoles- piensan que sólo nos
dedicamos a recoger basura y en realidad no tiene nada que
ver con esto. Las actividades que realizamos son muy
variadas y nos permiten conocer mejor Ceuta y su entorno,
esto realmente engancha”.
Juan José, por su parte, habla con ilusión de las nuevas
aficiones que han surgido de su voluntariado, como la
ornitoligía. “Solemos colaborar los sábados por la tarde,
entre las cinco y las ocho y hacemos de todo. Está muy bien
para conocer gente, nuestro entorno y la naturaleza que nos
rodea”, afirma.
Ambos, realizaban su voluntariado en ‘Obras, Infraestructura
y Medio Ambiente de Ceuta’, antiguamente conocido como
Centro de Restauración Forestal y Educación ambiental de
Ceuta, una sociedad anónima dependiente de la Ciudad, que ha
organizado hasta ahora y, desde 1999, diez ediciones de
voluntariado medioambiental, con un parón en 2009 pero con
previsiones de restablecer el trabajo en 2010.
“Me presenté como voluntario en 2000 pero no había plazas,
así que la primera edición en la que participé fue en 2001-
dice Juan José- ahora hacen falta voluntarios de nuevo, el
número había descendido en las últimas ediciones”.
“No es necesario ningún conocimiento previo para formar
parte de este grupo, la formación que recibimos como
voluntarios es muy completa y cada año se aprenden cosas
nuevas, aunque repitamos actividades”, dice mientras piensa
en el regreso a la montaña el año que viene como voluntario:
“Lo echamos de menos”.
AYUDAR PARA CRECER
Cruz Roja es, con casi total seguridad, una de las primeras
organizaciones que vienen a nuestra mente cuando pensamos en
voluntarios. De hecho es la asociación que más tiene en
Ceuta, con un número cercano a los 800. Mirfat Ahmed Mustafa,
de 25 años es una de ellos, y lleva cinco años dedicando su
tiempo a colaborar con la entidad de forma desinteresada.
“Mi primer contacto con Cruz Roja fue a través de un curso
de primeros auxilios que realicé mientras hacía las
prácticas en una guardería. Allí empecé a conocer gente y me
animaron a apuntarme en el departamento de salud, socorro y
emergencia. Terminé apuntándome a las pruebas de socorrista
y las pasé, desde entonces no he dejado de hacer cosas. He
pasado por varios departamentos y creo que nunca dejaré de
colaborar.”
Mirfat describe lo que significa para ella el voluntariado,
como una experiencia que “te hace crecer, algo que todo el
mundo debería experimentar, porque “te enriquece como
persona. A mi me ha cambiado la vida, si eres voluntario te
enfrentas al día día de una manera distinta. Si ves un
accidente o cualquier problema no pasas de largo, porque
tienes la formación y los conocimientos para ayudar a otras
personas en ese momento determinado. Personalmente lo que
más me gusta es trabajar con discapacitados, que además es
mi especialidad profesional. Por eso, a raíz de Cruz Roja
establecí contacto con la Asociación Down Ceuta y colaboro
con ellos también haciendo actividades de hipoterapia, entre
otras cosas”.
Aunque entre los voluntarios tampoco es todo de color de
rosa, Mirfat argumenta que es tanto un derecho como un
deber, por eso si alguien se compromete a ofrecer su tiempo
a una asociación, sea Cruz Roja o no, tiene que atenerse a
un código de comportamiento, además de respetar el
compromiso personal y social. “Hemos tenido que dar toques
de atención a personas que no se han tomado esto en serio,
pero en realidad son casos excepcionales”.
La joven ceutí, de mirada brillante al regresar de una
mañana con los niños de la asociación Down Ceuta, dice
esperar que su trabajo sirva para algo: “Para nosotros la
recompensa del trato directo con quien lo necesita es más
que suficiente, pero me gustaría que nuestra labor sirviera
de algo, al menos para sensibilizar a la sociedad de que
todos podríamos estar en una silla de ruedas algún día o
necesitar la compañía de alguien “.
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