Me pregunta uno de mis conocidos,
con quien suelo tomar a veces las copichuelas de mediodía -y
que tiene la buena costumbre de meterse la mano en el
bolsillo con la misma celeridad que yo a la hora de pagar
las consumiciones-, si yo estoy facultado para opinar
libremente de los políticos cada vez que escribo. Y le digo
que no.
Entonces él, poniendo cara de extrañeza, me recuerda el
artículo 19 de la “Declaración Universal de los Derechos
Humanos” y cuanto en él se recoge. Y vuelve a las andadas:
¿Entonces qué hay de tu independencia como columnista? Y le
respondo que mi tarea al respecto consiste en defenderla
tanto de las presiones externas como de mis incitaciones
interiores.
Al grano, Manolo, que careces de la total libertad e
independencia que exigen el escribir sobre cuestiones
sociales, políticas, deportivas... En suma: que estás
expuesto a la censura. “Sí; y mentiría si dijera lo
contrario”. Pues si es así, y debe serlo cuando tú lo
manifiesta, ya que nadie tira piedras contra su propio
tejado, resulta que yo estoy legitimado para decirte que
nada de cuanto escribes es verdad. Será tu verdad, y además
sometida a coacción, pero nada más.
-Mira, fulano, en principio, permíteme que te aclare lo
siguiente: decir la verdad es imposible; porque o es
repugnante o es inefable. Y mucho menos en una ciudad
pequeña donde impera, y lo he dicho montones de veces, la
endogamia. Y, claro, sambenitar en plaza pública a una
persona lleva consigo la seguridad de ofender a muchas
otras. De manera que hay que saber decir las cosas.
-Ya, Manolo, ya... Y ahora terminarás argumentando que la
obligación de los lectores es saber leer entre líneas. Con
lo cual quien escribe da pruebas evidentes de estar en
posesión de un caletre destacado. ¿Pues sabes una cosa...?
-Dila, porque yo no soy adivino.
-Que muchas veces me he preguntado si cuando tú escribes de
Juan Vivas es para ganarte su amistad o para que éste
se acuerde de todos tus muertos... Y perdona la expresión.
-Estás perdonado. Pero quien mejor te podría responder a esa
duda es el propio Vivas. Cuya capacidad de entendimiento es
superior. Como también lo es la de pensar bien. Y si con
esas cualidades es capaz de soportar mis columnas sin la
menor queja, que yo sepa, pues miel sobre hojuelas. Por
razones varias. En cuanto a la palabra amistad, estimado
conocido, he de decirte que hablar de amistad con un
político es como querer hacer una raya en el agua. Bien
claro lo dejó dicho Francisco Fernández Ordóñez: “La
política no es terreno propicio para la amistad”.
-¿Insinúas que el presidente de la Ciudad, siempre
predispuesto a la efusividad y cuya llaneza, más que
reconocida, le convierte en un ser muy cercano a la gente,
carece de interés por las relaciones amistosas?
-Sí, por supuesto que sí.
-Ah, me vas a permitir que yo difiera de ti en lo que acabas
de decir. Así que te daré varios nombres para que, si a bien
lo tienes, los publiques como muy amigos que son del
alcalde.
-Te equivocas... Esos que acabas de nombrar, todos, ni son
amigos del alcalde ni él los desea como tal. Y es que Vivas
ni tiene ni debe tener amigos mientras esté sentado donde
está. De no ser así, estaría cometiendo un error
imperdonable.
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