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OPINIÓN - JUEVES, 26 DE NOVIEMBRE DE 2009

 
OPINIÓN / COLABORACION

Y di la vuelta a mi cárcel …

Por María Teresa García de Vinuesa


Diez años me costó. Lo he hecho. Y ahora sí, he crecido emocionalmente los 18 años que un paquete bomba no me dejó que hiciera. De nuevo… vi sus muros, sus garitas, sus rejas… Y observé aquella escena tantos años después…Di un rodeo a aquellas murallas con cortafuegos de la prisión de El Salto del Negro. Descaminé el laberinto de evasivas a no querer rememorar el dolor y he dejado de llorar sin lágrimas, que son los lamentos que más duelen. Lo que no se llora, no se limpia. De Las Palmas de Gran Canaria me había traído sólo sus fantasmas, y había dejado mi alma. Pero todo continuaba en su lugar… encontré mi espíritu, mi esencia y mi aliento entre las viviendas de funcionarios, entre las calles donde jugaba, entre el sol y el chispeo de algunas gotas características del clima tropical.

En la macro prisión “El Salto de Negro” y sus alrededores vivían mis mayores miedos, pero allí también residía mi mayor crecimiento. Y es que miré al cielo de una de las islas afortunadas y recordé que de pequeña miraba al infinito, al cosmos, con muchas aspiraciones que me negué a alcanzar durante todo este tiempo. Ahora puedo decir que puede que siga sin alcanzarlas, pero recordé que puedo alzar la vista y ver la belleza de ambiciones y esperanzas, e incluso tratar de lograrlas. Y comprendí que la mayor pérdida es lo que había muerto de mí mientras vivía encarcelada por no dar pasos sobre las cenizas de aquella explosión.

Allí… frente a frente con esa muerte interna, mental y espiritual, aposté con el corazón, dejé que se desangrara… Entonces, sí… apreté el botón de volver a empezar. Y aquel, también fue solo un momento pero con mucha historia, la de una familia que, víctima del terrorismo, había perdido kilates de vida y ahora puede regalarse tiempo. Necesité hurgar en mi herida, la provoqué incluso… Y me encontré como era, y me sentí como cuando nací… siendo hija de un volcán de la caldera del amor que, pese a tantas visicitudes, se muestran y demuestran mis padres.

Por eso, pisé de nuevo Agaete y me reencontré con el Dedo de Dios…Allí, el aire se convirtió en música…hubo un concierto de silencio…las nubes de alejaron y penetró en mí el olor del Atlántico… Y lo comprendí todo: Bendito Dedo de Dios que no dejó que mi madre quedara viuda y mi hermana y yo nos quedáramos huérfanas.

A mi padre. No logro imaginarme la vida sin ti.
 

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