A principios de este mes, que ya
va dando las boqueadas, le dediqué yo este espacio a
Francisco Márquez, consejero de Hacienda y portavoz del
PP. Y el motivo principal de aquella columna fue para dar
por sentado que mi tirria por él era un camelo que alguien
se había encargado de orear en la plaza pública. Quizá con
muy malas intenciones.
Y lo hice porque me parecía absurdo soportar que se me
tachara de sentir aversión hacia una persona con la que
nunca había hablado. Y de la que escribí en un momento en
que la vida política y social estaba en estado de alerta
roja. Y todo lo que se dijera podría hacer más grande la
herida que se había abierto en el seno del Gobierno local.
Pues bien, en momentos tales, no tuve el menor inconveniente
en referirme a FM como hombre ambicioso. Y decía que ese
deseo legítimo más que perjudicarle le ayudaba a superarse
en todos los aspectos para ser de los primeros de la clase
en cualquier actividad que emprendiera.
Y hasta terminé por regalarle el oído con lo siguiente: sé
de buena tinta que si Márquez no hubiera dejado a un lado la
milicia podría haber sido general. Pero le pudo más esa
irrefrenable vocación que tenía de convertirse en político
destacado.
Lo siguiente fue destacar el buen momento que está viviendo
nuestro hombre en todos los aspectos. Y no faltó la
observación: al político que se le advierte una chispa de
ingenio, un brote de imaginación, dosis de malaleche... está
poniendo en peligro la oportunidad que persigue para mirar a
los demás desde arriba.
Luego llegó el consejo: mire usted, consejero de Hacienda y
portavoz del PP, la persona inteligente, cuando hiere debe
saber curar. Proverbio que pertenece a un grupo de mujeres
de Fez. Tampoco me olvidé de recordar que las personas
situadas en un puesto público deben distinguirse por su
elocuencia y firmeza, por su conocimiento del hombre y por
su habilidad en las tareas, y desde luego han de dar una
imagen estupenda.
Así que, basándome en lo dicho anteriormente, no dudé en
augurarle a Francisco Márquez un magnífico futuro político.
Máxime cuando es bien sabido que cuenta con el aprecio de
Javier Arenas. Y finalicé el escrito poniendo los puntos
sobre las íes: tengo la buena costumbre de no tomarla con
nadie. Y mucho menos con una persona a la que voy a
entrevistar en cuanto ella lo crea conveniente. Para poder
preguntarle por cuestiones que deben ser aclaradas cuanto
antes. Porque, si se deja transcurrir el tiempo, ciertas
mentiras pueden cobrar naturaleza de verdades al circular de
boca en boca.
Hace días, recibí la llamada de la secretaria del consejero
de Hacienda y portavoz del PP para comunicarme el día y la
hora en que éste me esperaba en su despacho para ponerse
frente a mí. Y allí me presenté revestido de las malas ideas
que tiene cualquier inquisidor que se precie de serlo. Y
nada más pasar la barrera de los primeros momentos, es
decir, la que el entrevistador tiene más que estudiada para
que el entrevistado se relaje, comencé a tirarle a dar. Y me
encontré con una sorpresa agradable: Márquez no titubeó lo
más mínimo en responder a todas mis preguntas. Haciéndolo
con suma facilidad. Y además fue elegante en el decir. Que
en el vestir ya sabemos que lo es sobradamente.
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