No estaba en mi ánimo seguir
hablando del caso Gordillo por ahora. Pero decido
hacerlo, debido a que Mohamed Alí e Inmaculada
Ramírez siguen empecinados en que se cree una Comisión
de Investigación para que ésta meta la linterna en cuanto
concierne a la dimisión del vicepresidente.
Así que diré que en la calle las tornas se han cambiado.
Vamos, que mucha gente, pasado los primeros momentos de
estupor ante una noticia de semejante calibre, comienza a
despotricar contra quienes participaron en el chantaje del
vídeo y espera la respuesta contundente de Gordillo. Eso sí,
en el momento apropiado.
No crean ustedes, ni por asomo, que los amigos de Pedro se
han resignado a su suerte. Hablo de los amigos de verdad y
no a esos otros que andan, con el rabo entre las piernas,
negándole a cada paso por ese miedo cerval que tienen y que
les hace pensar que el mero hecho de pronunciar su nombre
les puede acarrear la inquina de los que se vanaglorian de
lo ocurrido.
Tampoco se debe olvidar que un partido necesita tener su
clientelismo. Y eso se hace recompensando a sus partidarios.
Brindándoles protección y determinados favores. Una práctica
que llevó a cabo con maestría, en su tiempo, Álvaro de
Figueroa y Torres, conde de Romanones.
Azaña, en cambio, vivió siempre convencido de que a él
le bastaba y le sobraba para hacer proselitismo de sus
ideas, su talento y su extraordinaria oratoria. Craso error.
A Pedro Gordillo, al margen de que se le achaque su falta de
diplomacia, sus acaloramientos cuando algo no se hacía
conforme a sus deseos, sus poses autoritarias, y otras
variadas características negativas, se le reconoce una gran
obra social y, desde luego, nadie podrá negarle su
contribución a que el PP se convirtiera en una organización
poderosa en Ceuta. Hizo bien el clientelismo.
Me consta que en la puerta de su domicilio se apostaban cada
día personas para pedirle ayuda. Y si no podía satisfacer
sus demandas, al menos las escuchaba atentamente y muchas
veces hasta se desprendía del dinero que llevara en los
bolsillos.
La voz de Pedro tenía autoridad en el seno del partido. Cómo
no iba a tenerla el hombre que había atendido las
innumerables peticiones de muchos de los suyos. Podría
hacerse una lista interminable con los nombres de las
personas que se han beneficiado de que Gordillo se hubiera
sentido cómodo ejerciendo de conde de Romanones. Tarea que
no era fácil. Ni mucho menos. Pero que él afrontaba sin
darse cuenta de que también iban creciendo sus enemigos:
todos aquellos a los que su intermediación no pudo
conseguirles un empleo o los que no lograron la dádiva
requerida.
Hace poco tiempo, mantuve una conversación con Gordillo. Y,
aunque ya le venía advirtiendo en mis escritos –la
hemeroteca está para los descreídos- que se anduviera con
mucho cuidado, le hablé de que su labor en el partido no era
fácil. Que un día podrían pasarle factura. Y no me
equivoqué. Y todo porque a Gordillo le faltó la prudencia de
la serpiente y la sencillez de la paloma. Marca de los
hipócritas.
Ahora, no entiendo las razones que tienen Inmaculada Ramírez
y Mohamed Alí para pedir una Comisión de Investigación por
la dimisión de Gordillo. Cuando está más clara que el agua.
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