Recuerdo la primera vez que vi
sobre un tejado la antena de una televisión, yo no sabía que
era aquello y alguien me lo explicó. De esto ya hace muchos
años. También recuerdo, eso mucho mejor, el primer partido
de fútbol que vi, por supuesto en blanco y negro, fue un
encuentro de Copa de Europa, jugado en Chamartín, entre el
Real Madrid y el Niza. Era la quinta edición que se
disputaba y que, al final, ganó el equipo de Don Santiago
Bernabéu.
Desde entonces habré visto muchas cosas en la pequeña
pantalla, aunque yo no he sido, ni soy, uno de esos que se
pasen treinta minutos seguidos, jamás, ante un televisor.
Y en las muchas cosas que puedo haber visto, los
informativos se llevan la palma, es más, cuando he podido
veía, incluso, dos a la vez, de distintas cadenas, para
comprobar que la mayor parte de las noticias tienen un color
distinto, dependiendo del cristal con que se estén mirando.
Y así las últimas noticias y comentarios, sobre el tema que
más minutos ha ocupado, el secuestro de un barco español, ya
recuperado, suele ser tratado de una forma muy diferente
cuando se enjuicia su puesta en libertad, desde la
televisión más cercana al Gobierno, que cuando se narran
ciertas circunstancias desde otros canales que van por rutas
diferentes.
No hay, es imposible que lo haya, una unificación de
criterios sobre una misma noticia, con lo que la objetividad
parece que está reñida con la auténtica realidad.
Sin embargo, en lo que sí hay bastante uniformidad, con sus
matices, naturalmente, es en las informaciones que yo llamo
del cotilleo y otros llaman prensa rosa o del corazón.
Y es que hay una serie de personajes populacheros, que los
medios han fabricado, a tono con lo que “vende” y deja
dinero en las cajas de esas cadenas, que hasta las cadenas
más serias, en apariencia, han entrado en ese “mercado” que
debe salvar, muy bien, sus economías, ya que la decencia y
la dignidad que se aporta, desde ahí, están reñidas con el
buen saber o el buen hacer de las gentes.
Da vergüenza ajena ver como familias y familias recorren los
platós de las diversas televisiones “vendiendo” sus miserias
y las interioridades mismas. Y lo más lamentable e indigno
es que, precisamente, eso gusta, o dicen que gusta a la
clientela o audiencia de esas horas en las que se emite.
Hay, por supuesto, programas de ámbito cultural, fácilmente
comprensibles por cualquiera, sea cual sea su formación,
pero la audiencia de esos programas, aunque la hipocresía
hace decir a muchos que los ven, es tan baja que se pueden
contar por decenas, pocas, los que los ven día a día.
¿Hasta tal grado de mal gusto hemos llegado que damos
prioridad en nuestros gustos a conocer las interioridades
más íntimas de cualquiera por ahí y a aquello que es
reservado de uno mismo, que a otro tipo de programas que
podrían servir de entretenimiento y al mismo tiempo mejor
formación?.
Ni lo apruebo, ni lo comprendo, aunque sé que por el camino
que vamos es más llamativo ver todo eso y más entretenido
que prestar la debida atención a un debate cultural o
político, por ejemplo.
Y es que aquello otro es más atractivo por ese cotilleo
sobre las interioridades de aquellos a los que sólo
conocemos de eso, del cotilleo, mientras que en los posibles
debates, especialmente, si son políticos, casi siempre, se
está oscureciendo la verdad, con ciertas mentiras que se
colocan para dar una visión favorable a quien más puede
favorecer en el futuro. Es de vergüenza.
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