Europa es un hervidero de líderes
en busca de intereses, pero sin un líder que sea puente de
valores, capaz de aglutinar todas las voces en una voz que
entusiasme, y pueda poner en acción, mejores condiciones de
vida en las regiones más pobres y un medio ambiente más
puro, para poder avanzar en un continente más justo y más
seguro. Hace falta un dirigente que tome todas las
reflexiones de los diversos países y las vierta en acciones
concretas. Hay que hacer Europa realmente con los hechos. Ya
está bien de filosofías. Es el momento de seguir avanzando.
Tenemos muchas ideas, yo diría que excepcionales
pensamientos, muchos frentes abiertos que son necesario
cerrar, infinidad de convenciones y encuentros que siempre
son más de lo mismo, literatura sin obras. La voluntad de
poner en práctica las sobresalientes intenciones es lo que
falla. No pasamos de la deliberación; y no digo que
deliberar sea malo, pero tras la reflexión hay que
movilizarse para cambiar. Eternizarnos en los cálculos
también es perder el tiempo; un tiempo que es necesario no
desperdiciar. Claro esto sólo lo puede llevar a buen término
un líder que piense en Europa antes que en su país y que ame
la ciudadanía europeísta antes que su propia ciudadanía.
Europa debe tomar decisiones europeistas, distintas a las
políticas actuales, para que los ciudadanos puedan vivir,
trabajar, estudiar y jubilarse donde les plazca, en
cualquier país de la Unión. Se habla de una Europa más
verde, pero los ríos y los mares siguen contaminados, aún
los residuos peligrosos se vierten en cualquier sitio. Los
recursos económicos van por delante de los recursos
naturales, cuestión absurda y contradictoria a lo que se
predica. Asimismo, lo de tocar el cielo de los avances con
un modelo social cohesionado, también es pura ficción.
Difícil lo tenemos cuando nuestra capacidad competitiva no
despunta y lo que nos desborda son riadas de desempleados.
Con todos estos desajustes de la realidad, pienso que tras
una asociación económica y política única de veintisiete
países democráticos europeos, debe germinar un guía (un
poder) que ponga en valor los poderes reales de la Unión
Europea, la necesidad de la Unión Europea. Ahora bien, ¿qué
poder necesita Europa en la actualidad? Sin duda, un poder
aglutinador que europeíce las naciones. Aquella celebridad
europeísta de Kohl, cuando dijo: “Yo quiero una Alemania
europea. Nunca más una Europa alemana”; puede ayudarnos a
tomar la orientación debida.
Sin duda alguna, considero que Europa necesita hacerse más
Europa con los frutos de su cultura occidental. La apuesta
por una economía social de mercado hay que aderezarla de
otros cultivos que incentiven valores antes que una mera
optimización de beneficios a cualquier precio. A mi juicio,
no es saludable la dominación de Europa por políticos
endiosados, sin la audacia necesaria para poder generar
futuro y sin la fuerza precisa para poder mantener la
esperanza viva en la construcción de un espacio más humano.
Ese líder europeísta, inmerso en una Europa de líderes,
tiene que saber discernir identidades culturales para
propiciar una sociedad europea unida, dispuesta a participar
todos con todos en el desarrollo de la armonía y del
bienestar, incentivando el papel de los ciudadanos en el
respeto a la justicia, la igualdad de derechos y a la
diferencia. Diferentes sí, pero todos humanos y todos
europeos.
Ahora también se habla de economía sostenible, pero es la
cantinela de siempre; puesto que la Europa insatisfecha
sigue ahí, acrecentando cada día más la insolidaridad y la
vuelta atrás en los derechos adquiridos. Esta es la realidad
pura y dura. Eso sí, Europa, sigue reflexionando aunque sea
a cámara lenta. Por lo menos, el Tratado firmado el 13 de
diciembre de 2007 en Lisboa por los Jefes de Estado o de
Gobierno de los Veintisiete, entra en la estación del vigor,
con retraso, pero llega al fin, ya veremos cómo se aplica, y
si en verdad nos puede llevar al siglo XXI o nos deja en el
camino por el desgaste.
Lo cierto es que tras depositar la República Checa sus
instrumentos de ratificación en Roma se ha dado el último
paso formal para que el Tratado de Lisboa pueda entrar en
vigor, y podrá hacerlo ya el 1 de diciembre de 2009. El
pasado 19 de noviembre se celebró una Cumbre informal
extraordinaria en la que se nombraron los altos cargos de la
UE creados por el Tratado, en concreto el Presidente del
Consejo Europeo y el Alto Representante de la Unión para
Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Sinceramente,
creo que es más y más engrandecimiento de líderes, pero no
un líder para una Europa que debe liderar la mundialización
de los asuntos.
Sobre el papel, bien es verdad, que el anhelado Tratado
refuerza el fondo de los sueños (democracia y
transparencia), hasta nos imprime ritmo cuando enerva la
eficacia, al tiempo que nos vocifera lo que todos queremos
oír (derechos, libertad, seguridad…), sin obviar la gran
reivindicación a la que todos aspiramos, el de actor en la
escena global. Confiemos, igualmente, que pronto se abra la
puerta a la creación de un Cuerpo Voluntario Europeo de
Ayuda Humanitaria. Va a tener trabajo este voluntariado en
un mundo de lobos con piel de corderos. Mas conviene
recordar, por activa y pasiva, que la multitud por sí sola
nunca llega a nada si no tiene un líder que la guíe. ¿Cuándo
Europa lo hallará? De momento, quedamos expectantes. Algo
puede ser todo, también lo reconozco.
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