La conversación transcurre durante
la sobremesa. Se ha comido lo justo pero bien y se ha bebido
moderadamente. El reservado del comedor es coqueto y está
libre de miradas y oídos ajenos. Todo invita a que las
palabras fluyan sin prisas.
Reconozco, dice el hombre que lleva la voz cantante, bajo la
atenta mirada de su mujer y de un conocido, que es más fácil
ser hombre que mujer. Lo mismo que es más fácil ser guapo
que feo, sano que enfermo, inteligente que estúpido. Lo cual
no significa que un cretino perezoso tenga una vida más
interesante que una catedrática sobrada de cualidades. Pero,
con capacidades semejantes, las oportunidades no son
totalmente iguales. Para realizarse profesionalmente y
triunfar en su vida personal, las mujeres necesitan más
energía y más suerte que los hombres. Eso no es justo, pero
es así. Las mujeres tienen razón al denunciar sus
desigualdades. La voz del hombre suena sincera, mientras su
mujer no le quita los ojos de encima y el conocido termina
preguntándole.
-A partir de ahora, me imagino que el buen concepto que
tienes de las mujeres sufrirá un revés enorme.
No. En absoluto. Cómo pensar de manera distinta si ella,
dice señalando a su mujer, me está prestando todo su apoyo
en momentos tan difíciles para mí.
-¿Por qué no te rebelaste desde el primer momento?
Porque mi primer pensamiento, cuando estaba siendo objeto de
la acusación que tú sabes, estuvo dirigido hacia los míos.
Hubiera dado mi vida si con ella hubiese podido evitarles el
sufrimiento que les esperaba en cuanto se lanzaran al vuelo
las campanas del descrédito contra mí.
-Se dice que has pecado de pardillo...
Puede ser que sí... Más bien es que sí. Y se ha aprovechado
esa coyuntura para poner en pie de guerra a todos mis
enemigos. Como si mi pecado fuera nefando o algo por el
estilo.
-Has tenido la desgracia de tropezarte con ese estilo de
mujer que Paul Valéry, intelectual misógino, solía
calificar de fastidiadoras: que son capaces de volver locos
a los hombres cuando se cruzan en su camino. Generalmente
son bellas, ambiciosas, liberadas sexualmente y dispuestas a
hacer cuanto esté en sus manos para conseguir logros que les
permitan vivir como reinas. Falsas monedas. Sin darte cuenta
de que ésta llevaba impresa en la frente la marca de la
traición pensada por quienes no te podían ver ni en pintura.
Y todo por una obcecación sexual de la que nadie está libre.
Por más que ahora salgan diciendo muchos santos varones que
ellos nunca habrían caído de boca en ese posible acoso que
tú sufrías. Cuando a ti te sobran motivos para conocer la
cantidad de sepulcros blanqueados que existen en la ciudad.
Te entiendo perfectamente. Cómo no te voy a entender. Pero
en mí no hay el menor indicio de venganza en ningún aspecto.
Es verdad que a veces me pueden las emociones. Mas nunca
podrá el rencor conducirme por el camino del desquite. Eso
nunca.
-De acuerdo. Tu postura me parece admirable. Digna de
encomio. No obstante, me vas a permitir que te recuerde que
tú has sido objeto de un chantaje preparado minuciosamente
por personas sin escrúpulos. Y a las que conviene descubrir
para que no vuelvan a cometer semejante vileza.
Agradezco tu parecer. Pero allá esas personas con su
conciencia.
|