En su afán de universalidad, el
Premio Convivencia Ciudad Autónoma de Ceuta ha recaído en
esta ocasión en un hombre de una sensibilidad infinita
respecto a lo que significa esta palabra y sobre todo, el
término humanidad. Que compartimos un mismo mundo y que
todos formamos parte de la misma familia no ha sido siempre
entendido así ni lo es aún hoy en términos absolutos. Manuel
Elkin Patarroyo representa a esa parte de la humanidad
gracias a la que se logra el progreso de los pueblos, de las
personas consideradas como iguales más allá de las fronteras
y de otras circunstancias en las que les haya tocado vivir.
Humanidad, generosidad, humildad, y esa genialidad que
adorna a los descubridores son algunos de los rasgos de la
personalidad del nuevo Premio Convivencia, el undécimo, que
recibió haciendo gala de todas estas virtudes y de su
inmensa valía científica, puesta al servicio de los demás.
Trascenderá en la historia el papel de este científico
humanista, que un día, en medio de grandes dificultades que
le persiguieron largo tiempo, halló una vacuna que no sólo
serviría para la prevención de la malaria, sino que es la
base para otras. Teniendo presente que este descubrimiento
beneficia de forma especial a quienes más lo necesitan,
protagonizó un gesto que hoy comienza a entenderse: la
donación de la vacuna a la Organización Mundial de la Salud
(OMS). Parece un gesto sencillo, natural, pero sólo por
venir de alguien realmente grande. “Una manera de concebir
la responsabilidad moral”, dijo ayer acerca de lo que
diferencia su trabajo del de las multinacionales
farmacéuticas, contra las que afirmó no tener nada, como
corresponde también a los hombres de altas miras.
El Salón del Trono del Palacio de la Asamblea ceutí fue ayer
un lugar de encuentro, de convivencia al fin, de confluencia
de algunas de las cosas, avances científicos, gestos,
palabras y reconocimientos, que reflejan la grandeza de
algunos seres humanos que nos engrandecen a todos por
hacernos sentir uno sólo.
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