José Luis López Aranguren
no se cansaba de decir que el poder envejece. Por más que le
respondieran, una y otra vez, que más envejecen quienes no
disfrutan de él. Los poderosos suelen distanciarse y por tal
motivo no quieren ser molestados.
Hay lo que se llama el síndrome de la Moncloa. Que no deja
de ser el cambio radical que se produce en todos los
aspectos en el inquilino de esa vivienda. A Felipe
González, por ejemplo, el deterioro físico se le comenzó
a ver muy pronto.
Sus bolsas debajo de los ojos, las arrugas faciales y las
canas galopantes nos indicaban cada día que el político
sevillano estaba acusando a pasos agigantados las
preocupaciones generadas por las obligaciones
presidenciales. Le azotaba la fatiga.
En estos momentos, no hay más que mirarle la cara a José
Luis Rodríguez Zapatero para darse cuenta de cómo va
perdiendo la frescura de su mirada por mor del
abotargamiento de la parte superior de su cara que está
pidiendo a gritos la ayuda de cremas refrescantes y
revitalizadoras.
Pues bien, por malo que sea envejecer de forma acelerada los
hay que dicen que es peor el desgaste que les produce a los
políticos salir todos los días en los medios y sobre todo en
la televisión. Hasta el punto de que se da por hecho que
cuando un político sale continuamente en la tele su
desaparición está más cerca que lejos.
Vengo observando a Juan Vivas desde hace ya cierto
tiempo. Escudriñándolo cuando está ante las cámaras y de
manera discreta cuando lo tengo delante de mí y podemos
charlar unos minutos. Y me atrevo a decir que el
envejecimiento que le está causando el poder es ya un hecho
imparable.
Por más que el presidente combata tantas horas de trabajo y
preocupaciones andando largas distancias a ritmo rápido.
Magnífico antídoto contra esa decadencia física. De no ser
así, seguramente se le acentuarían aún más las huellas del
deterioro a que me refiero.
En Barcelona, durante los actos de la Casa de Ceuta, tuve la
oportunidad de tener al presidente frente a mí y me di
cuenta de cómo habían empezado a cebarse en él las secuelas
que le van dejando la necesidad de tomar decisiones como
presidente. Aunque lo sea de una ciudad pequeña. Si bien con
problemas de urbe grande.
Yo no sé realmente qué protagonismo tuvo Vivas en la
dimisión de quien fue vicepresidente del gobierno y
presidente del PP en Ceuta; de qué modo actuó y cómo le
respondieron los nervios a la hora de afrontar un asunto tan
delicado como escabroso. Pero sí puedo decir que en sus
facciones se notaban ya impresos los rasgos amargos de los
últimos momentos vividos. Señales que ni siquiera a un
aprendiz de fisonomía, como soy yo, se le podían escapar.
En fin, que el desgaste físico de los políticos es
inevitable. Y más cuando éstos se mantienen en el poder
durante muchos años. Un proceso que Vivas ha empezado a
sufrir. Y que esperamos no le pase factura como para verse
obligado a cortar de raíz su carrera como político. Lo cual
sería una pérdida importante. Ya que en Ceuta no se ve a
nadie con capacidad suficiente para ocupar su sitio. De
Momento, claro está. Si bien debería evitar las apariciones
televisadas e innecesarias por sistema. Cuyo desgaste es
peor en todos los sentidos. Así que oído al parche,
presidente.
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