Leo una información firmada por
Antonio Gómez en la que nos dice que la mujer que
denunció a Pedro Gordillo volvió a los juzgados. Más
o menos nos explica el director de este medio que Sineb, así
se llama la señora cuya delación le ha permitido entrar a
formar parte de la historia negra de esta ciudad, acudió a
su cita para concretar las declaraciones que había realizado
la pasada semana en la Oficina de Atención de Violencia de
Género.
A Sineb la conozco yo desde hace muchos años. De cuando ella
solía frecuentar el Café Real. Y a fe que era una joven más
que agraciada. De modo que tenía fuerza suficiente para que
a su paso hombres y mujeres la miraran con lascivia.
De ella, de aquella Sineb hermosa y veinteañera, debo
destacar también que hablaba muy bien y era capaz de
envolver al lucero del alba con sus medidas palabras
provistas de cierta dulzura siempre al borde del empalago.
Pero lo más destacado de ella radicaba en que al ser
ojizarca cuando posaba su mirada sobre alguien producía
efectos instantáneos. Efectos seductores que la muchacha
parecía poner en práctica más bien como una forma de
convencerse de que era verdad lo que oía a cada paso: “Niña,
eres una hembra para dejarlo todo y seguirte”.
Entonces, cuando los años noventa estaban tocando a su fin y
el GIL principiaba a cautivar a los habitantes de una Ceuta
que estaba disconforme con la labor de sus gobernantes, yo
me sentaba diariamente a una mesa del Café citado y mientras
leía los periódicos del día observaba a Sineb.
Y, sin saber de ella nada más que lo que me dejaban entrever
sus saludos y el respeto con que me trataba, me percaté de
que la chica intentaba por todos los medios conseguir un
estado social superior al que su cuna le había
proporcionado. Nada malo había en ello. Porque semejante
apetencia es el pan de cada día de los que no heredamos
fortuna.
A partir de ahí, y durante cierto tiempo, tuve la
oportunidad de verla ir y venir. Siempre con el mismo deseo
de agradar y recreándose en los halagos que de su figura
hacían incluso las camareras del local. Todas ellas con un
punto de admiración envidiosa, se hacían cruces al comprobar
cómo Sineb iba siempre vestida como una reina bella y
resplandeciente.
En sus conversaciones hablaba de montar a caballo y de los
estudios de idiomas y de cuanto deben hablar las señoritas
que aspiran atrapar un buen partido. Y uno pensaba, oyéndola
y mirándola, que aquella mujer estaba destinada a hacer un
matrimonio de aquí te espero.
Un buen día, me incorporé nuevamente a mi trabajo y abandoné
mi mesa en el Café Real. Y, claro, le perdí la pista a Sineb.
Aunque en ocasiones me topaba con ella por la calle y
recibía, todo hay que decirlo, sus cálidos saludos.
La última vez que la vi fue en caminando por la Avenida de
Sánchez Prados y tuve un presentimiento. Dado que sabía ya
lo que sabía... Pero yo tengo la buena costumbre de no
intervenir sobre asuntos de sábanas si no me piden mi
opinión.
Sineb, aquella chica soñadora que yo conocí, bella y
dispuesta a ser rica y poderosa, ha saltado a la fama.
Aunque esa fama no es la que ella perseguía. Y se ha labrado
un mal futuro.
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