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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 18 DE NOVIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

La Sineb que yo conocí
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Leo una información firmada por Antonio Gómez en la que nos dice que la mujer que denunció a Pedro Gordillo volvió a los juzgados. Más o menos nos explica el director de este medio que Sineb, así se llama la señora cuya delación le ha permitido entrar a formar parte de la historia negra de esta ciudad, acudió a su cita para concretar las declaraciones que había realizado la pasada semana en la Oficina de Atención de Violencia de Género.

A Sineb la conozco yo desde hace muchos años. De cuando ella solía frecuentar el Café Real. Y a fe que era una joven más que agraciada. De modo que tenía fuerza suficiente para que a su paso hombres y mujeres la miraran con lascivia.

De ella, de aquella Sineb hermosa y veinteañera, debo destacar también que hablaba muy bien y era capaz de envolver al lucero del alba con sus medidas palabras provistas de cierta dulzura siempre al borde del empalago.

Pero lo más destacado de ella radicaba en que al ser ojizarca cuando posaba su mirada sobre alguien producía efectos instantáneos. Efectos seductores que la muchacha parecía poner en práctica más bien como una forma de convencerse de que era verdad lo que oía a cada paso: “Niña, eres una hembra para dejarlo todo y seguirte”.

Entonces, cuando los años noventa estaban tocando a su fin y el GIL principiaba a cautivar a los habitantes de una Ceuta que estaba disconforme con la labor de sus gobernantes, yo me sentaba diariamente a una mesa del Café citado y mientras leía los periódicos del día observaba a Sineb.

Y, sin saber de ella nada más que lo que me dejaban entrever sus saludos y el respeto con que me trataba, me percaté de que la chica intentaba por todos los medios conseguir un estado social superior al que su cuna le había proporcionado. Nada malo había en ello. Porque semejante apetencia es el pan de cada día de los que no heredamos fortuna.

A partir de ahí, y durante cierto tiempo, tuve la oportunidad de verla ir y venir. Siempre con el mismo deseo de agradar y recreándose en los halagos que de su figura hacían incluso las camareras del local. Todas ellas con un punto de admiración envidiosa, se hacían cruces al comprobar cómo Sineb iba siempre vestida como una reina bella y resplandeciente.

En sus conversaciones hablaba de montar a caballo y de los estudios de idiomas y de cuanto deben hablar las señoritas que aspiran atrapar un buen partido. Y uno pensaba, oyéndola y mirándola, que aquella mujer estaba destinada a hacer un matrimonio de aquí te espero.

Un buen día, me incorporé nuevamente a mi trabajo y abandoné mi mesa en el Café Real. Y, claro, le perdí la pista a Sineb. Aunque en ocasiones me topaba con ella por la calle y recibía, todo hay que decirlo, sus cálidos saludos.

La última vez que la vi fue en caminando por la Avenida de Sánchez Prados y tuve un presentimiento. Dado que sabía ya lo que sabía... Pero yo tengo la buena costumbre de no intervenir sobre asuntos de sábanas si no me piden mi opinión.

Sineb, aquella chica soñadora que yo conocí, bella y dispuesta a ser rica y poderosa, ha saltado a la fama. Aunque esa fama no es la que ella perseguía. Y se ha labrado un mal futuro.
 

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