Me levanto temprano, por primera
vez desde que regresé de Ceuta a estas tierras catalanas. El
día lo merece por la magnífica temperatura y por ser un día
especial para los ceutíes residentes en esta parte del país,
parte dominada por las cuatro barras de Guifré “El Vellós” (Guifredo
“El Velloso”).
Me da pena despertar a mi hijo pequeño, pero no queda más
remedio que interrumpir su sueño ya que no puedo dejarlo
solo en casa.
Bien entrada la mañana y después de acicalarnos para la
ocasión, sin exagerar en la coquetería, salimos disparados
por la C-32 poniendo capot (no es lógico escribir proa
tratándose de un coche ¿no?) rumbo a Barcelona.
Después de dejar a mi chico en casa de sus hermanos y
desayunar de acuerdo con las condiciones de mi estómago,
emprendo el camino de la sede social de la Casa de Ceuta en
Barcelona.
La pretendida inmensidad de la parroquia de Sant Paulí de
Noia está abarrotada de gente. Caballas por todas partes. No
sigo la ceremonia religiosa porque hace tiempo que dejé de
creer en esa representación en la que el párroco es el
protagonista absoluto… y Dios ni se digna aparecer.
Aguardo pacientemente a que finalice y, entretanto, charlo
con otros ceutíes que andan fumando y paseando delante de la
sencilla fachada del templo.
Juan Amores y Antonio, que siempre se encargan de los
servicios del bar y de la cocina de la Casa, andan
atareadísimos preparando el “lunch” que se celebrará en
cuanto termine las comunicaciones con Dios.
La salida de la gente, al finalizar la misa, se parece al
encuentro de una inmensa familia que lleva tiempo
desperdigada: abrazos por doquier, saludos efusivos en los
que el aire se llena de sonidos disparados por los besos.
Mi encuentro con “mi gente”, los sostenes de “El Pueblo de
Ceuta”, no podía ser menos emocionante tras poco más de un
año sin vernos.
José Antonio Muñoz me abraza con cariño, aunque no deja de
gastarme bromas según su costumbre.
Ángel Muñoz, el gerente, que no se separa de su bellísima
compañera, me abraza con efusión de verdadero amigo. Me dice
que está observando que todo el mundo me quiere mucho.
El encuentro con mi compañero y amigo Manolo de la Torre me
produce escalofríos, como el de todos los encuentros con los
demás, y nos saludamos como si fuéramos íntimos de toda la
vida. No dejo de gastarle bromas a cuenta del alcornozazo.
Ni él deja de gastármelas a mí. Su palique es más que ameno
cosa que le agradezco.
Nos vamos a comer un grupo compacto formado por Rafa Corral,
Manolo Cazorla, Julio Carmona y el viceconsejero de Consumo
de Ceuta, Manuel Carlos Blasco León, todos acompañados por
sus respectivas señoras, excepto Julio Carmona y yo. Hacemos
magnífica pareja.
La comida, pantagruélica, nos deja tan saciados que imagino
si podremos con el banquete de la noche.
Con Manuel C. Blasco me lío con temas de mi entorno y
finalizamos siendo nuevos buenos amigos, tras más de tres
años con caras largas. Tal vez por mis críticas al PP.
Ya por la noche, y dentro del acto culminante del día: el
banquete, saludo con un fuerte y auténtico apretón de manos
a Juan Jesús Vivas Lara. Lo noto algo apagado, tal vez
cansadísimo de su ajetreo con el partido, después de la
convención. No creo que el caso Gordillo le haya afectado.
Abrazo a Francisco Javier Sánchez París, como siempre, e
intercambiamos algunas palabras.
Poco más tarde saludo a José A. Rodríguez, cuyo elegante
porte anda también un poco alicaído. Los deberes de su
cargo, sumados a los del partido, le pasan factura.
Como no podía ser menos, mi encuentro con Francesc Narváez
me sirve para convencerme de que tengo un amigo, buen amigo.
Ya dentro del acto en sí, cuya crónica no voy a redactarla
estando Manolo de la Torre, Tamara Crespo, Fidel Raso y
Javier Martí mucho más capacitados que yo para hacerlo, y
después de las entrega de las menciones, me pongo las pilas
y charlo con todo el mundo.
El editor del periódico, mi “jefe” y amigo José Antonio, me
habla de un nuevo proyecto…, que se ande con cuidado porque
suelo tomarle la palabra muy a pecho y ya me veo dirigiendo
el mismo.
En fin… ¡Qué día de encuentros! ¡Qué día de alegrías!...
acabo la noche con el estómago más lleno que el de Sancho
Panza y con el corazón henchido de esperanzas de encontrarme
con esta entrañable gente y pensando en un posible regreso a
mi tierra natal.
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