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OPINIÓN - LUNES, 16 DE NOVIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / LAS NOTAS DEL QUIM

¡Qué día!
 


Quim Sarriá
quimsarria@elpueblodeceuta.com

 

Me levanto temprano, por primera vez desde que regresé de Ceuta a estas tierras catalanas. El día lo merece por la magnífica temperatura y por ser un día especial para los ceutíes residentes en esta parte del país, parte dominada por las cuatro barras de Guifré “El Vellós” (Guifredo “El Velloso”).

Me da pena despertar a mi hijo pequeño, pero no queda más remedio que interrumpir su sueño ya que no puedo dejarlo solo en casa.

Bien entrada la mañana y después de acicalarnos para la ocasión, sin exagerar en la coquetería, salimos disparados por la C-32 poniendo capot (no es lógico escribir proa tratándose de un coche ¿no?) rumbo a Barcelona.

Después de dejar a mi chico en casa de sus hermanos y desayunar de acuerdo con las condiciones de mi estómago, emprendo el camino de la sede social de la Casa de Ceuta en Barcelona.

La pretendida inmensidad de la parroquia de Sant Paulí de Noia está abarrotada de gente. Caballas por todas partes. No sigo la ceremonia religiosa porque hace tiempo que dejé de creer en esa representación en la que el párroco es el protagonista absoluto… y Dios ni se digna aparecer.

Aguardo pacientemente a que finalice y, entretanto, charlo con otros ceutíes que andan fumando y paseando delante de la sencilla fachada del templo.

Juan Amores y Antonio, que siempre se encargan de los servicios del bar y de la cocina de la Casa, andan atareadísimos preparando el “lunch” que se celebrará en cuanto termine las comunicaciones con Dios.

La salida de la gente, al finalizar la misa, se parece al encuentro de una inmensa familia que lleva tiempo desperdigada: abrazos por doquier, saludos efusivos en los que el aire se llena de sonidos disparados por los besos.

Mi encuentro con “mi gente”, los sostenes de “El Pueblo de Ceuta”, no podía ser menos emocionante tras poco más de un año sin vernos.

José Antonio Muñoz me abraza con cariño, aunque no deja de gastarme bromas según su costumbre.

Ángel Muñoz, el gerente, que no se separa de su bellísima compañera, me abraza con efusión de verdadero amigo. Me dice que está observando que todo el mundo me quiere mucho.

El encuentro con mi compañero y amigo Manolo de la Torre me produce escalofríos, como el de todos los encuentros con los demás, y nos saludamos como si fuéramos íntimos de toda la vida. No dejo de gastarle bromas a cuenta del alcornozazo. Ni él deja de gastármelas a mí. Su palique es más que ameno cosa que le agradezco.

Nos vamos a comer un grupo compacto formado por Rafa Corral, Manolo Cazorla, Julio Carmona y el viceconsejero de Consumo de Ceuta, Manuel Carlos Blasco León, todos acompañados por sus respectivas señoras, excepto Julio Carmona y yo. Hacemos magnífica pareja.

La comida, pantagruélica, nos deja tan saciados que imagino si podremos con el banquete de la noche.

Con Manuel C. Blasco me lío con temas de mi entorno y finalizamos siendo nuevos buenos amigos, tras más de tres años con caras largas. Tal vez por mis críticas al PP.

Ya por la noche, y dentro del acto culminante del día: el banquete, saludo con un fuerte y auténtico apretón de manos a Juan Jesús Vivas Lara. Lo noto algo apagado, tal vez cansadísimo de su ajetreo con el partido, después de la convención. No creo que el caso Gordillo le haya afectado.

Abrazo a Francisco Javier Sánchez París, como siempre, e intercambiamos algunas palabras.

Poco más tarde saludo a José A. Rodríguez, cuyo elegante porte anda también un poco alicaído. Los deberes de su cargo, sumados a los del partido, le pasan factura.

Como no podía ser menos, mi encuentro con Francesc Narváez me sirve para convencerme de que tengo un amigo, buen amigo.

Ya dentro del acto en sí, cuya crónica no voy a redactarla estando Manolo de la Torre, Tamara Crespo, Fidel Raso y Javier Martí mucho más capacitados que yo para hacerlo, y después de las entrega de las menciones, me pongo las pilas y charlo con todo el mundo.

El editor del periódico, mi “jefe” y amigo José Antonio, me habla de un nuevo proyecto…, que se ande con cuidado porque suelo tomarle la palabra muy a pecho y ya me veo dirigiendo el mismo.

En fin… ¡Qué día de encuentros! ¡Qué día de alegrías!... acabo la noche con el estómago más lleno que el de Sancho Panza y con el corazón henchido de esperanzas de encontrarme con esta entrañable gente y pensando en un posible regreso a mi tierra natal.
 

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