Semanas atrás destacaba yo lo que
me solía ocurrir cuando coincidía en algún sitio con
Francisco Pérez-Hita y luego me daba por escribir de él.
Sucedía que, llegado el momento de sentarme ante el
ordenador, nunca me acordaba de su nombre. Y así estuve
mucho tiempo sin poder decir ni pío de una persona que me
cae la mar de bien.
De Pérez-Hita supe yo siempre lo justo: que era un militar
con aspiraciones políticas y que con la llegada del GIL a
Ceuta vio la oportunidad de dedicarse a esa función pública
para la cual piensa que está sumamente capacitado. Pero sus
aspiraciones se vieron truncadas en cuanto Antonio Sampietro
fue traicionado por Aida Piedra.
A partir de ese momento a Pérez-Hita no le dieron la más
mínima oportunidad de seguir participando en la política
activa, como sí lo hicieron con otros compañeros suyos que
estaban en las mismas condiciones pero que pudieron acceder
al PP.
Semejante discriminación, según sé de buena tinta, nunca la
entendió él muy bien. Y, desde luego, le causó cierta
insatisfacción. Y buscó otros caminos para hacerse notar en
la vida pública de la ciudad. La principal fue participar,
cada dos por tres, en tertulias televisadas. Tertulias que
le dieron popularidad: hasta el extremo de que muchas
personas creyeron que era un profesional del periodismo.
En cierta ocasión, FPH me habló de un compañero suyo y tuve
el buen gusto de no publicarle su opinión porque no quería
causarle problemas. Aunque sus palabras me sirvieron para
saber lo que de otro modo nunca habría sabido del compañero
en cuestión. Ese día, es decir, cuando él se atrevió a
contarme lo referido, tentado estuve yo también de
confesarle que tuviera mucho cuidado con ciertos sujetos.
Pero me frené en seco. Porque avisarle de algo tan
manifiestamente perceptible me parecía que era tomar por
ingenuo a un hombre que se distingue por una estupenda
formación y sus muchas horas de vuelos adquiridas en la
milicia.
La semana pasada, y tras comenzar a rumorearse cosas de mal
estilo por la ciudad, me tropecé con Pérez-Hita en un
establecimiento donde solemos ir ambos. Y, en cuanto me vio,
me habló de la siguiente manera: “Manolo, tú y yo
siempre nos hemos respetado. Y espero que continuemos en esa
misma línea”. Y le respondí que yo carecía de motivos para
cambiar la buena opinión que tengo de él. Y otras cosas por
el estilo. No obstante, ya no me pude aguantar más y me
atreví a indicarle que se preservara de las malas
amistades...
Su contestación fue ambigua... Y yo entendí que no podía ser
de otra manera. Y es que sabe más el loco en su casa que el
cuerdo en la ajena. Un refrán que me viene aquí que ni
pintiparado para zanjar la conversación mantenida con una
persona que, días más tarde, se vería obligada a acudir a
los juzgados para declarar sobre un asunto feo,
desagradable, escabroso...
La presencia de Pérez Hita ante el juez, como testigo, ha
propiciado, quizá por casualidad, que apareciera el vídeo
grabado en un despacho. Ahora, tras lo ocurrido y dado que
Paco quería que nuestra mutua simpatía no se resquebrajara
por nada del mundo, espero que éste me conceda una
entrevista para poner las cosas en su sitio. Eso sí, hasta
donde se lo permita su situación actual.
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