Lo dice el refranero: persona
prevenida vale por dos. A veces es cuestión de preparar
lenguajes que nos unen, de aparejar y disponer humanidades
comunes, para despojarse de las olas de crueldad que nos
asaltan la vista. No hay nada más pedagógico que la persona
viva, le dejemos vivir y pueda crecer humanamente. Es más,
deberíamos emplear el presente en anticiparnos a las
aflicciones futuras y, así, restar tormentos inhumanos. Hay
tantos ejemplos de inmadurez humana en el mundo, tantas
hazañas inútiles que propician violencias, tanto mal que se
nos escapa de las manos, que bien podríamos injertarnos
otros modos y maneras de ser. Para prevenidos no hay ocasos,
sentenció Baltasar Gracián. Y no le faltó razón, ahora que
tenemos descuidado el sentido humano, que caminamos
desprovistos de humanidad, que andamos carentes de abrazos
sinceros, que somos unos imprudentes a la hora de enjuiciar
a los demás, es cuando más ruinas tenemos en el mundo.
Mejor es prevenir que curar. Lo subrayo. La educación en los
derechos humanos ha de llegar a ser una dimensión
fundamental de los programas educativos en todo el mundo,
será la mejor manera de prevenir las absurdas
discriminaciones que nos tragamos a diario por los ojos, en
ambientes de muy poca libertad y mucho miedo. No se puede
dar una cultura de diálogo si lo que hemos cultivado y
transmitido a las generaciones, ha sido una cultura agresiva
y necia. Por mucho que nos dispongamos a avanzar como
sociedad del conocimiento, si después permanecemos
indiferentes ante el dolor ajeno, o pasivos ante hechos
delictivos, más bien retrocedemos. Ha fallado la educación
porque ha sido incapaz de hacernos humanos, de sacar lo
mejor de cada uno de nosotros. Esa sería la gran evolución,
la humanización antes que la especialización, la persona
antes que la máquina, el mundo antes que yo. Hace unos días,
precisamente, me comentaba un artista pictórico sobre las
dificultades que tenía para embellecer lo vulgar. Decía
detestar la vulgaridad que se había instalado en el planeta.
La nobleza de pensamientos, la pureza de la vida, el rechazo
a todo aquello que nos rebaja como personas, nunca como en
este momento son un deber.
Un mal no se puede curar con otro mal. Tan de moda hoy. Hay
que prevenir y preveer. Ya en su tiempo el célebre Unamuno,
en su época, se dolía acerbamente de la ordinariez y de la
apatía de sus coetáneos, y se propuso inquietarles y
lanzarles “a la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro
de don Quijote del poder de los bachilleres, curas,
barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado” (Vida de
Don Quijote y Sancho, Prólogo). En la actualidad no hay que
convocar a ninguna cruzada, pero quizás tengamos que
despertar la conciencia de todos, principalmente de los
jóvenes, que se dejan desvalorar por los falsos dioses, para
que se subleven y se nieguen a un conformismo estéril. No es
fácil despertar, máxime cuando esa juventud es cada día más
adicta a una adicción combinada de alcohol y drogas. En este
tema, en el de las adicciones, también es más fácil prevenir
que curar. En España tenemos todas las papeletas de la
desesperación, somos el país Europeo donde más cocaína se
consume, según un reciente informe del Observatorio Europeo
sobre drogas.
De igual modo, anticiparse o impedir que los conflictos se
enciendan es cuestión de todos. Preservar la paz, defender
los derechos y la libertad de las personas y de los pueblos,
exige acuerdos y cooperación entre las naciones. Hay que
huir de las guerras, vuelve bestia al vencedor e
irreconciliable al vencido. Ningún país debe prepararse para
la guerra sino para la paz. Cada contienda es una
destrucción a la humanidad, al espíritu humano, una derrota
al entendimiento. Las cifras exorbitantes que se siguen
gastando en armamento bien podrían dedicarse a evitar luchas
inútiles. Sólo hay una lidia que vale la pena librar sin
pausa. Se trata del hambre, el analfabetismo o las
enfermedades mortíferas. Todas las demás batallas sobran. No
en vano, hay seis grupos de amenazas –según la ONU- que
deben preocupar al mundo en estos días y en los próximos
decenios: guerras entre Estados; violencia dentro del
Estado, con inclusión de guerras civiles, abusos en gran
escala de los derechos humanos y genocidio; pobreza,
enfermedades infecciosas y degradación del medio ambiente;
armas nucleares, radiológicas, químicas y biológicas;
terrorismo; y delincuencia transnacional organizada.
Considero, pues, que para la acción y el efecto de prevenir,
nada mejor que avivar la cultura de la prevención. Por eso
la droga no se vence con la droga, ni las guerras con las
guerras, sino que requiere una vasta acción de provisión, a
fin de que la cultura de la lucidez sustituya a la cultura
de la confusión, la de la belleza a la vulgaridad, la del
ingenio a la mediocridad. Sólo así se podrá fomentar una
cultura preventiva en favor de todo ser humano, de la
preeminencia de la dignidad de cada persona sobre el Estado
y sobre todo sistema ideológico. En este momento particular
de la historia, los instrumentos de cooperación y previsión
constituyen una de las garantías más eficaces frente a actos
tan detestables como el uso de armas, capaces de destruir un
planeta desbordante de vida.
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