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OPINIÓN - JUEVES, 12 DE NOVIEMBRE DE 2009

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

Mejor es prevenir que curar
 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

Lo dice el refranero: persona prevenida vale por dos. A veces es cuestión de preparar lenguajes que nos unen, de aparejar y disponer humanidades comunes, para despojarse de las olas de crueldad que nos asaltan la vista. No hay nada más pedagógico que la persona viva, le dejemos vivir y pueda crecer humanamente. Es más, deberíamos emplear el presente en anticiparnos a las aflicciones futuras y, así, restar tormentos inhumanos. Hay tantos ejemplos de inmadurez humana en el mundo, tantas hazañas inútiles que propician violencias, tanto mal que se nos escapa de las manos, que bien podríamos injertarnos otros modos y maneras de ser. Para prevenidos no hay ocasos, sentenció Baltasar Gracián. Y no le faltó razón, ahora que tenemos descuidado el sentido humano, que caminamos desprovistos de humanidad, que andamos carentes de abrazos sinceros, que somos unos imprudentes a la hora de enjuiciar a los demás, es cuando más ruinas tenemos en el mundo.

Mejor es prevenir que curar. Lo subrayo. La educación en los derechos humanos ha de llegar a ser una dimensión fundamental de los programas educativos en todo el mundo, será la mejor manera de prevenir las absurdas discriminaciones que nos tragamos a diario por los ojos, en ambientes de muy poca libertad y mucho miedo. No se puede dar una cultura de diálogo si lo que hemos cultivado y transmitido a las generaciones, ha sido una cultura agresiva y necia. Por mucho que nos dispongamos a avanzar como sociedad del conocimiento, si después permanecemos indiferentes ante el dolor ajeno, o pasivos ante hechos delictivos, más bien retrocedemos. Ha fallado la educación porque ha sido incapaz de hacernos humanos, de sacar lo mejor de cada uno de nosotros. Esa sería la gran evolución, la humanización antes que la especialización, la persona antes que la máquina, el mundo antes que yo. Hace unos días, precisamente, me comentaba un artista pictórico sobre las dificultades que tenía para embellecer lo vulgar. Decía detestar la vulgaridad que se había instalado en el planeta. La nobleza de pensamientos, la pureza de la vida, el rechazo a todo aquello que nos rebaja como personas, nunca como en este momento son un deber.

Un mal no se puede curar con otro mal. Tan de moda hoy. Hay que prevenir y preveer. Ya en su tiempo el célebre Unamuno, en su época, se dolía acerbamente de la ordinariez y de la apatía de sus coetáneos, y se propuso inquietarles y lanzarles “a la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado” (Vida de Don Quijote y Sancho, Prólogo). En la actualidad no hay que convocar a ninguna cruzada, pero quizás tengamos que despertar la conciencia de todos, principalmente de los jóvenes, que se dejan desvalorar por los falsos dioses, para que se subleven y se nieguen a un conformismo estéril. No es fácil despertar, máxime cuando esa juventud es cada día más adicta a una adicción combinada de alcohol y drogas. En este tema, en el de las adicciones, también es más fácil prevenir que curar. En España tenemos todas las papeletas de la desesperación, somos el país Europeo donde más cocaína se consume, según un reciente informe del Observatorio Europeo sobre drogas.

De igual modo, anticiparse o impedir que los conflictos se enciendan es cuestión de todos. Preservar la paz, defender los derechos y la libertad de las personas y de los pueblos, exige acuerdos y cooperación entre las naciones. Hay que huir de las guerras, vuelve bestia al vencedor e irreconciliable al vencido. Ningún país debe prepararse para la guerra sino para la paz. Cada contienda es una destrucción a la humanidad, al espíritu humano, una derrota al entendimiento. Las cifras exorbitantes que se siguen gastando en armamento bien podrían dedicarse a evitar luchas inútiles. Sólo hay una lidia que vale la pena librar sin pausa. Se trata del hambre, el analfabetismo o las enfermedades mortíferas. Todas las demás batallas sobran. No en vano, hay seis grupos de amenazas –según la ONU- que deben preocupar al mundo en estos días y en los próximos decenios: guerras entre Estados; violencia dentro del Estado, con inclusión de guerras civiles, abusos en gran escala de los derechos humanos y genocidio; pobreza, enfermedades infecciosas y degradación del medio ambiente; armas nucleares, radiológicas, químicas y biológicas; terrorismo; y delincuencia transnacional organizada.

Considero, pues, que para la acción y el efecto de prevenir, nada mejor que avivar la cultura de la prevención. Por eso la droga no se vence con la droga, ni las guerras con las guerras, sino que requiere una vasta acción de provisión, a fin de que la cultura de la lucidez sustituya a la cultura de la confusión, la de la belleza a la vulgaridad, la del ingenio a la mediocridad. Sólo así se podrá fomentar una cultura preventiva en favor de todo ser humano, de la preeminencia de la dignidad de cada persona sobre el Estado y sobre todo sistema ideológico. En este momento particular de la historia, los instrumentos de cooperación y previsión constituyen una de las garantías más eficaces frente a actos tan detestables como el uso de armas, capaces de destruir un planeta desbordante de vida.
 

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