Como lo pensé, lo hice. Aunque yo
me sentía muy cómodo habiendo conseguido mi titulación de
Maestro de Enseñanza Primaria, me incorporé a una nueva
aventura: conseguir mi licenciatura en Ciencias de la
Educación. El camino estaba fácil, ya que podría hacerlo en
la UNED, que llevaba unos años funcionando en nuestra ciudad
y, además, en régimen nocturno.
Esto de la “nocturnidad”, en mis anteriores proyectos me
sirvió para conseguirlo. En primer lugar, mi “modesto”
Bachillerato Elemental, de cuatro años con Reválida. Yo, ya
tenía una buena base, al conseguir el título de Mecánico
Fresador de 3º Categoría, con Premio Especial, otorgado al
alumno con mejor rendimiento académico, al finalizar los
cuatro de años de aprendizaje, el “Premio Elorza”, que nos
permitía acceder a una plaza como operario en el Parque de
Artillería, cuando éste se encontraba en la Plaza de Africa,
donde hoy se ubica “El Parador de la Muralla”.
Mis estudios profesionales, conseguidos en la Escuela de
Formación Profesional, no eran reconocidos oficialmente, es
decir, no se podían convalidar, de ahí, que no tuve más
remedio que matricularme en el Instituto “Siete Colinas” en
ese régimen nocturno aludido anteriormente.
En segundo lugar, para iniciar mis estudios de Magisterio,
también en régimen nocturno, se me abrieron las puertas
para, alternando mis ocupaciones laborales, intentar
conseguir el título de Maestro. El primer curso lo inicié en
el Centro Educativo situado en la “Marina” edificio que ya
se encontraba en pésimas condiciones, por lo que se aconsejó
una nueva instalación –curso 1964/65- en donde, todavía se
conserva. Allí finalicé mis estudios, consiguiendo mi título
de Maestro, accediendo de inmediato a las oposiciones y
obteniendo una plaza de Maestro Nacional, y diciendo ¡adiós!
A mi querido Parque de artillería, ya ubicado en el antiguo
“Cuartel de las Heras”.
Y, por último, mi tercera oportunidad “nocturna”, para
conseguir mi licenciatura en Ciencias de la Educación. Aquel
verano del 82 fue muy duro, en mi intento de superar el
Curso de Adaptación –Curso Puente-. Lo conseguí en la
convocatoria de Septiembre y, de inmediato, la matrícula
para iniciar la carrera, que constaba de tres cursos. A mí
me supuso cuatro e interminables años, hasta llegado
Septiembre del 86, conseguir mi propósito.
En el transcurso de ese periodo, dos asignaturas se me
“atragantaron”: “Fundamentos Biológicos de la Personalidad y
“Teoría de la Educación”.
Sobre los “Fundamentos”, asignatura de abundante contenido
del cuerpo humano, daba la impresión que más que una carrera
de pedagogía, el alumno hacía Medicina. Lo peor era el
horario de la tutoría. El tutor era un médico militar,
psiquiatra, que aparecía cuando finalizaba su consulta
particular. Era una vez a la semana y se puede decir que ese
día sus alumnos cerrábamos la UNED. Nos daban más de las
once de la noche.
Me atrevo a contar una anécdota, relacionada con nuestra
salida de tutoría. Yo ya no podía utilizar el autobús que me
conducía a mi domicilio –Barriada de Villajovita-, porque ya
había realizado su último servicio y no tenía más remedio
que utilizar el taxi. En una ocasión, el primero de la fila
no podía solicitarlo, ya que el taxista estaba acompañado
por una señora. Pero, sorprendentemente, me invitó a que
subiera y me colocara en los asientos traseros. En
principio, yo no entendí nada. Una vez en el interior me
explicó que la acompañante era su señora, y que parte de la
jornada nocturna la utilizaba para “seleccionar” a los
posibles usuarios. Si el solicitante era algún sospechoso,
decía que estaba ocupado, porque ya había sufrido algunos
atracos. Yo no resulté sospechoso y me trasladó a mi
domicilio.
En aquellos tiempos la UNED estaba ubicada en la “Plaza
Vieja”. Las instalaciones utilizadas daban la impresión que
anteriormente habían servido como vivienda –un piso- de la
que se aprovechaba todos los espacios, convertidos en aulas,
bibliotecas, despacho, secretaría…
Las aulas empleadas como espacios tutoriales, generalmente
eran utilizadas por varios tutores a la vez, y en algunos
casos hacían colas. Las más espaciosas era utilizada como
lugar de exámenes, donde los alumnos se encontraban
hacinados, colocados por materias distintas para evitar el “copieteo”,
que se hacía difícil por la proximidad de los profesores
vigilantes, que venían de la sede central. Algunos alumnos
fueron sorprendidos ante la tentación de copiarse, pero eran
“cazados” y consiguientemente expulsados.
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