Quienes me tratan frecuentemente
me han oído decir cada dos por tres, con jocoseria, las
ganas que tenía yo de levantarme un día y enterarme por los
medios de que Vivas y Gordillo se habían
tirado los trastos a la cabeza. Y, a continuación, explicaba
los motivos tenidos para desear ese desencuentro entre
ellos.
Motivos que no eran otros que poder escribir del
enfrentamiento durante varios días. Que no es moco de pavo.
Dado que opinar permanentemente sobre asuntos locales, en
una ciudad pequeña, necesita que de vez en cuando se arme la
de Dios es Cristo entre cargos relevantes. Y se armó...
Y así, desde el lunes pasado, el tema me ha permitido
ganarme el jornal de columnista hasta la fecha. Eso sí,
exponiéndome a caer en el redoble de tambor y, cómo no, a
tener que lidiar con la más que posible ira de los
moralistas de pacotilla que abogan porque se deje de hablar
de lo ocurrido por ser un hecho indigno y vergonzoso para la
ciudad. Cuando lo que quieren decir es que se haga el
silencio debido sobre el caso para que los autores de la
canallada grabada queden impunes.
Verdad es que tenía ya unas ganas enormes de escribir de
otras cuestiones. Y a fe que esta mañana me levanté con un
firme propósito: dar por concluida esta “petera” diaria
hasta que Gordillo creyera conveniente dar una conferencia
de prensa en Ceuta y dijera lo que deba decir y crea
conveniente para sus intereses. Pues bien sabe él que sigue
habiendo mucha vida lejos de la política activa.
Más el hombre propone y... de pronto surge Juan Vivas
hablando por la radio y diciendo que él no ha hablado con
Gordillo. Que la última vez que lo hizo fue en Ceuta. Y me
pregunto: ¿cómo es posible que si el vicepresidente ha
dimitido por encontrarse mal físicamente, estresado y
agotado, el presidente no le haya llamado para preocuparse
por su salud?
Y me entran las dudas. Porque todos sabemos que la forma de
actuar de nuestro presidente es otra, dada la bonhomía que
le caracteriza. Y, claro, semejante detalle es el que me
hace cambiar de opinión y volver a las andadas: es decir, a
referirme una vez más, y espero que sea la última hasta que
aparezca Gordillo en la ciudad, a un caso que se ha ido
enredando sin necesidad.
Y me explico: el enorme crédito que tiene Vivas le habría
permitido, de haber estado sereno, gestionar el embrollo sin
que nadie hubiera tenido que dejarse más pelos de la cuenta
en la gatera.
Veamos. Las urnas otorgan poder. Pero sólo la estima del
pueblo concede autoridad. Y las dos situaciones las ha
ganado el presidente de la Ciudad y a buen seguro que
continuará haciéndose acreedor a ellas. Aunque tampoco
conviene ocultar que la herida abierta por lo ocurrido debe
ser cerrada cuanto antes y, desde luego, sin que quede el
menor atisbo de pus.
Por todo ello, y a partir de ahora, Vivas, cuyo poder en las
urnas es indiscutible y además cuenta con la estima del
pueblo, debe cuidar mucho cuanto dice al respecto. Pues tan
malo es, cuando se dan casos de tal índole, hablar por
exceso que por defecto. Mas, siendo malos los extremos,
mucho peor es que los políticos no acierten a dar la medida
justa.
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