La ambición del poder por el poder
produce ceguera de mente. Es lo que le está ocurriendo a
muchos políticos. No les importa oprimir a quien sea,
venderse al mejor postor, entrar en el juego de la
deslealtad, dejarse embadurnar de sobornos. Han perdido la
conciencia del deber al servicio de la justicia y se
inventan sus propias ficciones para seguir enganchado al
tren de los lujos y de los derroches.
El conocimiento ya no es poder. El hombre que puede, es
político. La politización manda y gobierna por doquier,
hasta en derechos que son inherentes a cada persona,
sacrifica identidades culturales que son propias de la
ciudadanía, resta libertades tan innatas como pueden ser las
creencias religiosas y la justicia; una justicia que debiera
emanar del pueblo, cuando en ocasiones parece que emana del
pedestal político. Habría que cuidar muy mucho los derechos
que otorgan los poderes; el poder no puede ser entendido de
otro modo más que en base al respeto de los derechos
objetivos e inviolables de todo ser humano.
El egoísmo y la codicia de poder, frutos de hoy en día, son
víboras que nos acosan y ahogan descaradamente. Los
poderosos quieren seguir pensando por nosotros. Viviendo por
nosotros.
El chantaje está a la orden del día. Al poder hay ponerle
límites. La corrupción que vive España en estos momentos es
bochornosa. A mogollón. Se ha perdido toda ética y la
manipulación en beneficio propio es lo que impera. Al deseo
de lucro ha sucedido la desenfrenada ambición del poder por
hacer carrera política; o sea, por hacer poder. Pensando en
poder más, en lugar de servir mejor. Así tenemos lo que
tenemos. Mientras una España se empobrece y agranda su riada
de desempleados, otros viven de enriquecimientos ilícitos.
Los efectos de tantos desórdenes se empiezan a notar, con el
incremento del número de personas que no pueden soportar el
aluvión de problemas que se les han venido encima y lo
agravan, refugiándose en los paraísos artificiales de las
adicciones.
El poder en el mundo es cosa suprema, pero haría falta darle
claridad, desligarlo de los intereses particulares y
partidistas. Hacen falta políticas de Estado, políticas de
mundo, poderes transparentes, poderes justos… El poder por
el poder, jamás. De lo contrario, se cumplirá la advertencia
de la ONU, de que “uno de cada tres habitantes de las
ciudades del mundo en desarrollo viven en asentamientos de
emergencia, y a menos que se afronte el problema,
cuatrocientos millones de personas más se añadirán a ese
grupo para 2020”. Desde luego, si seguimos injertando en el
planeta el poder de la codicia, del orgullo y la vanidad,
vamos a continuar fomentando la exclusión, con la consabida
degradación del hombre. Hay poderes que matan y estos hay
que corregirlos más pronto que tarde.
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