Pedro Gordillo es
heterosexual. Sí, ya sé que acostarse con personas de
diferente sexo no está muy bien visto en la actualidad.
Porque lo que se lleva, y mucho, es ser homosexual.
Aclarando: a mí las orientaciones sexuales de los demás me
la traen floja. Incluso me puedo permitir el lujo de hacerme
el artículo como persona muy tolerante con las orientaciones
sexuales de los demás. Pero quede constancia que a mí me
siguen gustando las mujeres por encima de todas las cosas
habidas y por haber.
Por tal motivo, entiendo que los hombres se suelan perder
por la bragueta. Y casi siempre por acostarse con mujeres
cuyos problemas son peores que los suyos. De manera que si
hacemos caso a lo que se ha publicado ya a escala nacional,
en relación con la dimisión impuesta a Gordillo de todos sus
cargos por parte del presidente de la Ciudad, debemos pensar
que es lo que le ha ocurrido a quien hasta hace nada era uno
de los hombres más poderoso de esta ciudad.
Poderoso y, por tanto, rodeado de enemigos por todas partes.
Enemigos que han ido siguiendo las huellas fogosas de una
persona que un día se dio cuenta de que la castidad es la
más innatural de las perversiones sexuales (Aldous Huxley)
y trató de recuperar el tiempo perdido. Sin caer en la
cuenta de que estaba siendo sometido a una constante
vigilancia por parte de los otros.
Ay, Pedro, Pedro Gordillo, me imagino lo que debes estar
pasando cuando te has visto expuesto a la sevicia pública.
Te imagino tratando de obtener el perdón de tu mujer por
todo lo ocurrido. Y hasta buscando consuelo en los brazos de
tu hijo. Por quien me consta que sientes pasión. Y, aunque
yo te he tratado nada y menos y jamás he necesitado de tus
favores, quiero recordarte que ante situaciones como la
tuya, a mí me puede la piedad.
Sentimiento, Pedro, que no excluye mi reconocimiento de que
has estado jugando con fuego sin saber que el primer deber
de quien lo hace es tratar de no quemarse. En ese aspecto, y
dejando a un lado cualquier lección de moralina puritana,
permíteme decirte que te has dormido en los laureles. Que
has pecado de confianza cuando era de dominio público
ciertas veleidades tuyas pregonadas por los de siempre: por
esos fulanos, y fulanas, perdón, que andan a la caza y
captura de los líos de sábanas para hacer negocios.
Sería absurdo pedirte, Pedro, en la situación que te
encuentras, que pienses bien. Que ponga todas tus ideas en
orden y que, cuanto antes, te veamos por Ceuta. Paseando con
la mirada al frente y el andar sereno. Pero quien escribe,
porque sí, porque le da la gana, quiere darte el consejo. Un
consejo que tampoco me va a salir gratis, ya que tus
enemigos, que son tantos, lo serán también míos. Bueno, ya
lo eran desde que venían tramando sambenitarte. Hundirte en
la miseria y el oprobio. Lo cual me hará crecerme.
Ah, te diré que me censuré el artículo del sábado, escrito
antes de tu dimisión, porque al dimitir tú ya no tenía
sentido lo escrito sobre tu persona.
Ya ves, Pedro, quién nos lo iba a decir, tantos años sin
mirarnos a la cara y ahora me tienes dándote ánimos en
momentos donde te están quemando en la hoguera inquisitoria.
O sea.
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