Reconozco que a veces me gusta
contemplar desde el balcón de la vida el aluvión de poemas
que se injertan en el universo. Me regenera por dentro. Ver
como la clara luna, pausada y serena, alumbra por entre la
arboleda del tiempo las más altas emociones, me resulta un
espectáculo vivo maravilloso. Siempre pensé que la ilusión
es un árbol florido que se engrandece por sus versos al
árbol de la vida. También la luna jugando por entre las
ramas. Los árboles, el árbol, como raíz de libertades,
prosiguen enhebrando formas humanas concretas que nos
despiertan las ideas o la vena poética. Precisamente, ahora
acabo de recibir un poemario antológico, que lleva por
título “Los nombres de los árboles”, una cuidada selección y
edición de María Isabel Morcillo Esteban y de Rafael Delgado
Calvo-Flores, con ilustraciones de Luís Díaz de la Guardia,
de uno de los poetas más admirados en España y América
Hispana, Manuel Benítez Carrasco.
Fecundidad y vida desprenden los árboles, al igual que la
poesía de Benítez Carrasco. Las descripciones del almendro
en flor, del dolor del árbol porque los árboles sienten, del
árbol seco, del olivo, del laurel, del ciprés…, son de una
belleza que nos trascienden en medio de un mundo bárbaro y
hostil. Hay que felicitar a los antólogos por el buen tino a
la hora de seleccionar los textos poéticos, sus acertados
comentarios, junto a un ilustrativo apéndice sobre el origen
del nombre de los árboles y arbustos que se mencionan en los
bellísimos poemas cuajados de autenticidad. Fruto de la
fascinación del poeta por los monumentos naturales, han
crecido vivientes sotos poéticos que luminosamente brillan
en esta recopilación, más de una treintena de composiciones
tejidas a corazón abierto e hilvanadas con veinte especies
vegetales distintas.
A Benítez Carrasco “el árbol le devuelve la ternura” y las
ganas de vivir. En la poesía como en la vida el afecto es lo
que nos sostiene. “Árbol soy; árbol me ofrezco; / y de raíz
y de flor/ te daré ternura y cántico/ con los frutos del
amor”. Jamás la poesía fue tan necesaria como debiera serlo
en estos momentos de desprecio por todo, hasta por el propio
ser humano, donde nadie parece querer a nadie, y la rudeza
se abre paso hasta cerrar las noches sin luna y sin
estrellas. Nos alegra, pues, que “Los nombres de los
árboles” de Benítez Carrasco, se enraícen con la
cotidianeidad del ser humano. Pienso que la aportación de
los poetas es de suma importancia. Juntamente con el
progreso de nuestras capacidades de dominio sobre el medio
ambiente, los amantes del verso y la palabra deben ayudarnos
a percibir aquello que es contrario a la naturaleza, algo
que siempre pasa factura porque no es bello. Los árboles y
sus nombres, todos necesarios y todos precisos, que nadie
los fusile de indiferencia, cada uno tiene su verso que
también es parte de nuestra vida, como genialmente ha loado
Benítez Carrasco. “Dame, por tanto, Señor, / la mansedumbre
del árbol/ y la entereza del árbol/ y la caridad del árbol/
y ese silencio del árbol, / tan lleno luego de frutos”.
Sensata reflexión para un tiempo en que las especies
vegetales están desapareciendo a un ritmo sin precedentes.
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