“Un canto a la solidaridad”. Así describe el catedrático
de Derecho Constitucional de la Universidad Nacional de
Educación a Distancia (UNED) Antonio Torres la ponencia con
la que ayer participó del acto de inauguración formal del
año académico en el Centro de la ciudad autónoma, titulada
‘El valor ético de la Democracia’. Durante una hora Torres
analizó los problemas que han surgido a lo largo de la
Historia entre la Ética y la Política y entre el ejercicio
de este poder y el Derecho hasta llegar a la actualidad. Ahí
se paró en el caso español, para el que pide operaciones
“más que estéticas” en la normativa jurídica y una voluntad
común de “moralizar” la cosa pública.
Pregunta.- ¿Cuál es el valor ético de la democracia?
Respuesta: Es una cosa bastante compleja de resumir. Debemos
analizar el problema de la relación entre la ética y la
política y entre el poder político y el Derecho. No
solamente la ética tiene un valor democrático, sino que la
democracia también tiene un valor ético. La democracia, en
principio, está destinada a ser una guía ética del ciudadano
en su comportamiento.
P.- ¿Está siendo así aquí y ahora, en España y en
nuestros días?
R.- Rotundamente no. La democracia no está siendo una guía
ética del ciudadano. Asistimos a una manifiesta
desmoralización de la ciudadanía a la vista del
comportamiento de los partidos políticos y de las
instituciones. Es tremendamente nocivo desde el punto de
vista ético porque una ciudadanía desmoralizada es presa
fácil de aventuras poco morales. Se propaga el ‘ya que todo
está tan mal, a ver si arreglo lo mío’. En esa actitud
tienen una gran responsabilidad los dirigentes políticos,
pero no sólo ellos. El ciudadano también tiene que
reaccionar porque tiene su cuota de responsabilidad.
P.- ¿Esa falta de ética es responsabilidad del político
como individuo o también del sistema?
R.- La responsabilidad siempre es de las personas, pero si
el sistema está bien diseñado se dificultan esas actitudes.
Si tiene grietas como el nuestro, en el sistema electoral,
en los reglamentos parlamentarios, al contrario. No es sólo
la actitud de las personas, sino también el sistema. En
España fallan las dos cosas, pero, afortunadamente, aunque
nos estamos acercando, aún no hemos llegado a una
italizanización, a una berlusconización, de la vida
política.
P.- ¿Hay diferencias por niveles: municipal, autonómico,
nacional?
R.- Más o menos igual. La política municipal está más a pie
de obra y por tanto la corrupción se visualiza mejor que en
las altas esferas estatales, pero ello no quiere decir que
en estas no exista, incluso en connivencia con las primeras.
La responsabilidad es solidaria. Uno no puede decir que lo
que tiene alrededor no le importa y que va a lo suyo. Una
nación es una unión solidaria, y si no lo es.
P.- ¿Cómo entendemos al político condenado que sigue
ganando elecciones por mayoría absoluta?
R.- Como una desgracia política y ciudadana.
“La responsabilidad es de todos”
P.- ¿Qué opina del papel de los medios, que son quienes se
encuentran en medio?
R.- La responsabilidad nos atañe a todos.
P.- ¿No está fallando también el Derecho, encargado de
sancionar esa falta de Ética?
R.- No se trata de que nos guiemos por reglas morales. La
norma jurídica es el intermedio entre el ejercicio del poder
político y el resultado final de la moralización o no de la
sociedad. La vía de arreglo, si la hay, pasa por ahí, por
tapar las grietas existentes.
P.- ¿Las normas vigentes no son lo bastante útiles o no
se están utilizando tan bien como se debiera?
R.- Ambas cosas. Hay normas que podrían aplicarse mejor, sí,
pero hay otras que presentan taras en sí mismas: el sistema
electoral, la financiación de partidos políticos... Están
pensadas para conservar y afianzar lo que hay.
P.- Puestos a cambiar, ¿habría que empezar remozando la
norma fundamental, la Constitución?
R.- Nuestra Carta Magna no es técnicamente peor que la
alemana, la italiana o la francesa, por citar sólo tres de
nuestro entorno. La diferencia es que estas se han ido
adaptando a las circunstancias y la nuestra no. Se retocó,
casi de tapadillo, en 1992 y nada más. Así, actualmente
tiene partes como el Título VIII, en lo que se refiere al
desarrollo autonómico, que ya es letra muerta. Por otro
lado, apenas se refiere a la regulación de los asuntos
medioambientales. Contiene elementos como el del acceso a la
Corona o el de dejar resquicios que permitirían instaurar la
pena de muerte que deberían ser corregidos. Se puede
modificar sin que sea una mera operación estética y sin
dejar de ser un sistema monárquico, parlamentario,
autonómico y democrático, pero propiciando un funcionamiento
mejor.
P.- ¿Y por qué no se hace?
R.- Porque la clase política tiene un miedo cerval e
irracional a hacerlo. En Francia se ha hecho veinte veces.
En Austria, más de 100. En Alemania, más de 60. Y no pasa
nada. La nuestra no parece una visión correcta del papel que
la Constitución debe cumplir.
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