Así es como debemos calificar a
Sabino Fernández Campos que, a la edad de 91 años, nos ha
dejado, hace tan sólo dos días.
Con Sabino Fernández Campos, especialmente para aquellos
jóvenes que no han conocido el paso a la democracia, se ha
ido uno de los personajes de mejor carácter y talante
democrático, en los años críticos, en los que pasar del
régimen de casi 40 años impuesto por el General Franco, al
sistema nuevo con el Rey como Jefe del Estado, no era un
camino de rosas.
Fernández Campos fue el guía leal y sabio que estuvo al lado
del Rey, durante 17 años, cuando había que hilar muy fino,
para que los nostálgicos del antiguo sistema aceptaran de
buen grado y respetaran, como se merecía, al Rey de España.
Sabino Fernández Campos, siempre, supo donde estaba, en todo
momento sabía el lugar que le correspondía y su formación,
su honradez y su lealtad fueron los elementos básicos para
saber orientar a un joven Rey que tenía que entrar en la
sociedad de finales del siglo XX y comienzos del XXI.
Nunca estuvo, aparentemente, en primer plano. En todo
momento estaba en su justo sitio, pero sin que se le
escapara nada de sus perspectivas, y además, aquí hay que
saberlo valorar y saberlo ensalzar, en los momentos
difíciles, muy especialmente en aquella noche del 23 de
febrero de 1981, cuando una parte del país corría peligro,
cuando las fuerzas, algunas de ellas, estaban desorientadas,
o mal informadas y cuando el Rey estaba pasando por los
instantes más complicados de sus pocos años en el trono, ahí
estuvo el asesor, el consejero, el maestro e incluso el
amigo del Rey, marcando, con prudencia, pero con
efectividad, los pasos más convenientes de aquellos
instantes.
El momento clave y la respuesta “sabia” para aquellos
momentos salió de él, al preguntar alguien, desde fuera de
la Zarzuela, si estaba allí el general Armada. La respuesta
fue lacónica, pero llena de sentido:” Ni está, ni se le
espera”.
Quedaba todo dicho, allí se estaba donde y como se tenía que
estar, todo lo demás eran, únicamente, algaradas callejeras
que no se iban a aceptar.
Y es que en aquellos años, como consejeros, guías o asesores
de dos personas claves en el futuro del país, hubo otras dos
personas que marcaron la ruta de lo que, para bien o para
mal, iba a ser la reciente historia de España. Estos dos
hombres fueron, Sabino Fernández Campos, con la Corona y
Torcuato Fernández Miranda en los proyectos de la política
que iba a iniciar Adolfo Suárez.
Errores, en un desmontaje del sistema y en la nueva
estructura de toda la máquina social y política, los ha
habido, pero pocos para la obra que se comenzaba entonces y
que ha llegado hasta nuestros días, porque ese desmontaje y
posterior reorganización de algo nuevo tuvo mucho que ver
con el tacto, el temple y el saber donde estaba cada uno en
su momento.
Y ahora, en el adiós a un hombre como este, hay que saber
resaltar esa lealtad, la hombría de bien y la honradez,
puesto que, aunque en muchos círculos no haya caído bien, en
ninguna parte se ha podido criticar jamás que no haya sabido
estar en su sitio.
Y tal ha sido su obra que, para valorar, para resaltar la
personalidad del Príncipe, él mismo fue uno de los
principales artífices de los premios Príncipe de Asturias.
A los 91 años, al marcharse, nos deja un claro ejemplo de lo
que es la auténtica lealtad.
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