Años atrás, en el edificio donde
yo vivía entonces, había una vecina que coincidía conmigo
todos los días en el ascensor. Una vecina que era lectora
mía. Y cuyos cambios de humor me dejaban a veces sumido en
el desconcierto. Lo cual no era para menos. Ya que lo mismo
me hablaba por los codos, poniendo calidez en sus palabras y
mostrándose afable, atenta, simpática, halagadora, etcétera,
que, a la par, se ponía jeta y sus buenos días parecían más
bien una condena a galeras.
La volubilidad de aquella mujer, de carácter más inconstante
que una veleta, llegó a molestarme y una mañana no tuve el
menor inconveniente en reprocharle su actitud con tan buenas
maneras que no tuvo más remedio que confesarse. Así que me
enteró de cómo sus comportamientos variaban en consonancia
con lo que yo hubiera escrito ese día.
Mi respuesta no se hizo esperar: mira, le dije, debido a que
la señora y yo nos tuteábamos, a ver si te enteras, de una
vez por todas, que yo no soy objetivo. Que lo que yo soy es
subjetivo. Porque soy sujeto y no objeto. Aunque es bien
cierto que siempre aspiro a ser equilibrado y justo en mis
opiniones.
Después de aquella aclaración, conviene decir, cuanto antes,
que la señora me retiró su palabra. Una decisión que, según
ella, le ha servido para envejecer mejor. De manera que ya
saben los políticos donde hallar ese elixir capaz de
evitarles las arrugas no deseadas.
Es lo que ha hecho ya Yolanda Bel. Quien está
demostrado que le tiene un miedo enorme a hacerse mayor. Y
ya no digamos nada a los cambios producidos por ese proceso
natural. La consejera de Medio Ambiente y portavoz del
Gobierno, en poco tiempo, ha pasado de ser educada y amable,
afectuosa y simpática conmigo, a mirarme con ojos de
Betty Davis, cuando ésta disfrutaba haciendo de mala en
el cine. ¡Qué miedo!...
El lunes pasado, créanme, miré de frente a YB y temí que me
echara la culpa de todos los problemas que le viene
ocasionando el desempeño de su cometido como portavoz. Una
tarea que, no es la primera vez que se lo digo, le ha
agriado el carácter hasta el punto de hacerle pensar que
está rodeada de enemigos.
Lo cual no deja de ser una confusión lamentable. Y craso
error. Porque, si se empeña en mantener esa postura, le
puede ocurrir que, a la hora de la verdad, se vea cada vez
más joven pero sin la ayuda que siempre hemos tratado de
prestarle con nuestras críticas, siempre saturadas de
subjetividad, tanto cuando tocaban las alabanzas como las
censuras.
Yolanda Bel, que lleva ya bastantes años en el gobierno
local, ocupando cargos importantes, ha tenido tiempo de
aprender que los políticos están tan expuestos a la crítica
como a la gripe. Y, cómo no, que los políticos no son, por
el momento, profetas ni dioses, y lamentable sería vivir en
un sitio donde profetas y dioses tuvieran un trato de
excepción. Por lo tanto, estimada señora, consejera de Medio
Ambiente y portavoz del Gobierno, si prefiere mostrarme su
lado oscuro porque está convencida de que así, el paso del
tiempo no será duro con usted, en su derecho está. Pero aún
así, le aseguro que yo seguiré escribiendo de usted de la
misma manera. Es decir, con esa carga de subjetividad que me
hace dedicarle ditirambos o bien decirle que ha actuado
usted peor que la ‘Chata de Cádiz’. Y a vivir que son días.
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