El romance de la sostenibilidad y
su sinónimo sustentabilidad no pasa de ser un relato de
ficción política del que todos hablan y pocos cultivan. El
equilibrio de una especie con los recursos de su entorno,
aún está lejos de hacerse cultura en el patrimonio de todos
los humanos. Aún seguimos siendo nosotros mismos nuestro
peor enemigo en la plaza de la vida. La humanidad no puede
liberarse de la irresponsabilidad más que por medio de una
educación responsable, o lo que es lo mismo, de una
educación sostenible para la supervivencia del planeta.
Cuando se mueven tantos intereses mezquinos que sobrepasan
ciencias y conciencias, lo de unirse para crear una sociedad
global sostenible, fundada en el respeto hacia la
naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia
económica y una cultura de paz, se queda en nada, en lo que
pudo haber sido y no fue. ¡Qué buena composición sería la de
abrazarse ornamentados de autenticidad! Pero no, no es así,
el cinismo gobierna tantos lenguajes de poder, que lo de
ensamblarse en la protección de la vitalidad, la diversidad
y la belleza del planetario, es como un poema desmembrado
que sólo tiene palabrería.
La sostenibilidad tantas veces ha perdido romances
irrepetibles, aquellos romances de pureza que se escribían
solos dejándose llevar por la belleza, debido al impacto
humano, que la desesperanza nos puede. Sólo hay que mirar y
ver la cantidad de bosques que agonizan por la mano del
hombre, las poblaciones de peces muertos que a diario se
producen, o dejarse embelesar por los sollozos del aire que
no puede con más sobrecarga de dióxido de carbono. Con este
panorama mortecino de aquí y de allá, resulta difícil
asimilar que estamos dispuestos a reducir la pérdida de
recursos del medio ambiente, y que la proporción de zonas
terrestres y marinas protegidas o la de especies en peligro
de extinción, es algo más que un mero guión de intenciones,
en un mundo en el que todavía son muchas las personas sin
acceso sostenible al agua potable y a servicios básicos de
saneamiento; un bien imprescindible para la supervivencia y
desarrollo humano. Muchas poblaciones podrían verse forzadas
a migrar por este motivo. Algo que sabemos y seguimos tan
alegres, con la indiferencia por montera.
Para vestir la sostenibilidad de tradición, y que se pueda
transmitir de boca en boca por todo el mundo, al igual que
los viejos romanceros, es vital que los recursos poéticos,
es decir, los naturales, se utilicen de forma versátil, o
sea de forma inteligente, y que se amparen por todas las
latitudes los diversos hábitat. Con los modelos actuales de
consumo, uso y abuso de recursos, nunca puede espigar poesía
alguna, que es lo que la vida necesita. Hagamos, cuando
menos por honra humana, lo que dijo el poeta latino Ovidio:
“compra lo necesario, no lo conveniente”. De igual modo, los
suelos se están degradando a un ritmo que rompe todas las
métricas del buen gusto. En la misma línea de si te vi no me
acuerdo, las especies vegetales y animales están
desapareciendo a un ritmo que resquebraja el corazón de lo
visible. Por si fuera poco, los cambios climáticos nos
inyecta el romance de las penas. Como siempre, los pobres,
se llevan todos los dolores consigo. Hace falta, pues, tener
voluntad poética, más que política, y un cargamento de
moralidades para poder plantar esperanza y que no
desfallezca la cultura de lo sustentable en los espacios
prosaicamente mundanos.
El planeta, sobre todo la porción más desarrollada, romancea
sobre la sostenibilidad de las finanzas públicas, mientras
lo único que toma verdadero arraigo es el desempleo. Algunos
jamás han salido del agujero de la insostenible pobreza.
También los pobres en el romance de esta crisis de ricos
cada día son más pobres.
Asimismo, se romancea sobre otra guinda a la que le falta
muchos hervores de sol, el transporte ecológico. Las
bicicletas de bambú, los tranvías de cuento, los coches
eléctricos; pura fantasía en un mundo que considera el
tiempo oro y que se mueve por un sistema productivo
sumamente estresante y agotador. Por mucho viento que se
apunta hacia las energías limpias, la evolución y evaluación
del modus vivendi apenas cambia. No hay que ser un lince
para percibir que el romance de lo sostenible tiene todavía
poco futuro si, además, en las escuelas aún no se hace
presente y presencia viva.
Nadie me negará, por ser público y notorio, que la más
importante de todas las crisis es la medioambiental, la del
romance perdido para muchas personas, en este mundo de
explotadores y explotados. En el planeta aún existen zonas
de alto valor natural que están totalmente desprotegidas.
Sin embargo, este ambiente puro es el que precisamos todos
los seres humanos, sin exclusión alguna, por ser parte del
romance de la vida, el verso vivo y la libertad andante.
Cuidar de esa vida es una responsabilidad que debe madurar y
afrontarse globalmente. Y son todos los gobiernos del mundo
los que deben exigir que quienes tomen los recursos para sí,
los derrochan y malversan, sean los que tengan que pagar los
platos rotos de la insolidaridad. A lo hecho, pecho; que se
dice. Eso de ensuciar manantiales donde se mitiga la sed o
de apagar la luz donde se ha encendido la vida, aparte de
ser un signo de ingratitud, hija de la soberbia como dijo
Cervantes, muestra lo mucho que atiza y cotiza la mezquindad
en el planetario. Es una verdadera tortura, porque la vida,
-romancero del pueblo-, no se ha hecho para malgastarla,
sino para vivirla como sustento.
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