Mis conocidos se siguen haciendo
cruces porque yo insisto en no dejarme acompañar por el
teléfono móvil. Y no pocas veces me he visto obligado a
defenderme por haber sido tachado de misoneísmo: que es,
como ustedes bien saben, la oposición por inercia a todo lo
que es nuevo. Aunque en este caso, al invento del celular le
queda nada y menos para cumplir las tres décadas.
Hace ya la tira de tiempo, cuando los celulares pesaban una
tonelada, descubrí yo que había personas que usaban aquella
mole de teléfono para darse importancia por la calle. Hacían
muy bien el paripé de que eran llamadas, una y otra vez, y
hasta elevaban la voz para que los viandantes se enteraran
de las muchas responsabilidades que les proporcionaban sus
quehaceres diarios.
Me recuerdo bien de un abogado joven, con deseos enormes de
darse pote, que había cogido la manía de recorrerse la
distancia que media entre las escalinatas del Hotel La
Muralla y la plaza de Azcárate con el único fin de dialogar
por su recién comprado artefacto inalámbrico. Y verle era
todo un espectáculo. Manoteaba, se paraba en seco, daba
órdenes estrictas a voz en cuello, gesticulaba, alardeaba...
Y mi curiosidad me llevó a descubrir que aquel hombre
hablaba solo y se había montado aquella comedia para
estimularse. Y así lo publiqué. Y debí hacerlo con tanta
sutileza que aquella persona, poco tiempo después, me envió
una nota dándome las gracias porque estaba convencido de que
mi columna le había ayudado a dejar de hacer el tonto por la
calle.
Días atrás, iba delante de mí otro obseso del portátil que
decía los siguiente: al entrenador hay que llamarle la
atención porque se ha olvidado de hombres como Pedro Díaz
y Manolo Sanlúcar. Se refería a Carlos Orúe.
Así tuve la oportunidad de enterarme de que en el club creen
que el jerezano está desaprovechando a futbolistas
recomendados por él.
Ayer, sin ir más lejos, la palabra coño, voz que introdujo
Cela en la Academia, por la sencilla razón de que no hay
otra en castellano que designe el conjunto de los órganos
sexuales femeninos, era la base de la conversación que
mantenía una mujer a través de su teléfono portátil. Era,
sin duda, el coño conversacional. Puesto que conviene
decirles que existen el coño exclamativo y el coño
propiamente dicho, que dijo Umbral. Pero en esta caso,
repito, se trataba de la voz conversacional. Que suele tener
también, según estudio del maestro, valor de punto y coma,
de interjección tranquila, de rubrica.
La señora se recreó en la suerte de gritar: “Compórtate,
tío, que tu mal rollo me lo paso yo por el coño, respétame,
eh, que no eres más que un lamerón de mierda”. No me asusté,
por supuesto, porque me consta que las mujeres usan mucho el
coño conversacional cuando se meten en discusiones íntimas.
Por ejemplo: “Estoy de ti hasta el coño, rico”. Lo que no me
cuadraba es que nos diera aquella serenata erótica.
Habré de indagar a ver si la fémina es votante del PP. Ya
que decir tacos siempre fue un signo de izquierdismo. Pero
la izquierda se ha vuelto ya muy correcta. El taco ha sido
siempre tachado de machismo por los hombres. Aunque las
mujeres, no sospechosas de machismo, siguen hablando como
carreteros.
Eso sí: cuando lo hacen a través del móvil se crecen y
aumentan los decibelios de su voz para que tomemos nota los
hombres.
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