Kaynes, sí el famoso
economista británico, era famoso por cambiar de opinión. Un
día, alguien le dijo cómo era posible que hubiera escrito
una opinión absolutamente contradictoria a las conclusiones
de dos años antes y Kaynes respondió, simplemente, que había
reflexionado a fondo y se había dado cuenta de que estaba
equivocado. Lo que no sé es si la persona que le había
preguntado creyó oportuno presumir de que él seguía pensando
lo mismo que a los 18 años. De haber sido así, seguramente
el barón Kaynes le habría contestado lo siguiente: Eso es
señal de que usted nunca ha pensado en nada.
El que no piensa en nada, es decir, el que no quiere ver más
allá de sus narices, suele ser muy dado a usar esa expresión
tan manida de yo no me cambio la chaqueta por nada del
mundo. Y en cuanto se le invita a cualquier viaje con los
gastos pagados no sólo se apunta sino que es capaz de
intimar hasta con el cura a quien acusa de no sé cuantas
cosas malas. Y que lleva años y años, pesado que es,
propalando que se la tiene jurada al cura. Que, todo hay que
decirlo, hace ya mucho tiempo que dejó el sacerdocio.
A mí me parece muy bien que una persona siga, a edad
provecta, manteniendo las mismas ideas de juventud.
Inmovilismo respetable, por supuesto que sí, siempre y
cuando esa persona no atente contra quien al reflexionar
haya dado en pensar de manera distinta a lo que pensaba
otrora. Sobre todo, si el cambio, entre otros motivos, lleva
aparejado sentido común.
A ver si nos enteramos, en este mundo donde abundan los
hipócritas, de que el valiente tiene miedo del contrario; y
el cobarde, de su propio temor. En mi caso, cuando
personalizo en este espacio, procuro destacar en negrita el
nombre de la persona a la que menciono. Aunque sepa que vivo
en una ciudad pequeña y que, por tanto, debo hacerme a la
idea de que a la persona nombrada me la puedo hallar a la
vuelta de la esquina.
Es el riesgo del escritor de periódicos en sitios así:
asumir el respeto que se debe tener al criticado
acerbamente, por una más que posible airada reacción; o a
los enemigos de los halagados, cuyas salidas de tono suelen
ser más peligrosas. Que es lo que viene ocurriendo
últimamente con algunos individuos que no pueden ver al
presidente del PP ni en pintura. Y, claro, cualquier mención
favorable que uno haga de él, pone a sus detractores en pie
de guerra y desbordados por la ira.
Mas a mí, convencido de que el periodismo más que ciencia es
pasión, me dio, hace ya varios meses, tras reflexionar con
hondura, por defender con entusiasmo los intereses de este
periódico. Que es una empresa. Y que, como empresa, no se
mantiene económicamente con la venta de los ejemplares.
¡Aunque tenga en nómina a articulistas tan reputados como
para deleitarnos con sus opiniones sobre hechos nacionales y
que serán algún día motivos de estudios por su valor
incalculable!
Ahora bien, de momento y mientras a mí no me dé por cambiar
de opinión, distinguida por Keynes cual signo de
inteligencia, hablaré de Vivas, si lo creo oportuno;
de Gordillo, si me da la gana; y, si me apetece, del
Delegado del Gobierno. Y aumentarán mis enemigos... Ojalá
que haya alguno inteligente. Ah, se me olvidaba: hubo
funciones de circo, días atrás, y las fieras no se han
comido al domador...
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