Es cierto que el bravío huracán de
aires traicioneros campea por todas las naciones, negar la
evidencia sería absurdo, puesto que los puñales en las
sonrisas de los seres humanos llamean como los relámpagos de
aquí y de allá, de norte a sur, de este a oeste. Dicho lo
anterior, resulta asimismo innegable que el libro de las
palabras, de los hechos, impreso por Naciones Unidas a lo
largo de su devenir, se alza como un astro ardiente, fruto
de su trabajo por el planeta y sus gentes, para “nosotros
los pueblos”. Decía Quevedo que “sólo el que manda con amor
es servido con fidelidad”. Creo, sinceramente, que la
familia de las naciones, aglutinadora de todas las culturas
y nacionalidades, marcha bien por el respeto y la aceptación
recíproca, que son la clave de un lenguaje amoroso. Hoy, la
citada organización, se asemeja a una casa de la poesía en
lugar de una mansión de poder, donde todos sus miembros
caminan en la misma dirección, en dar fuelle a la paz como
auténticos exploradores de la justicia, en cooperar y
asistir a mundos y personas desvalidas. Es para confiar, por
supuesto que sí, en Naciones Unidas. A sus proezas me
remito. Ella, por si misma, presta más ayuda humanitaria que
ninguna otra organización y en los asentamientos más arduos.
Coincidiendo con la celebración del día de las Naciones
Unidas, el 24 de octubre, reconoce el Secretario General,
Ban Ki-moon, que “la gente espera de las Naciones Unidas que
acabemos con la pobreza y el hambre, que mantengamos la paz,
que ampliemos la educación y que defendamos los derechos
humanos en todos los rincones del planeta. Esperan que
pongamos fin a la proliferación de armas mortíferas y la
propagación de enfermedades mortales, y que protejamos a las
personas y las famillas víctimas de desastres. En diciembre,
esperarán de nosotros que sellemos un acuerdo global,
equitativo y ambicioso sobre el cambio climático que nos
proteja a todos y que allane el camino hacia una economía
más ecológica y más sostenible”. Todos, en el mundo, tenemos
necesidad de revisar nuestras expectativas para con Naciones
Unidas. ¿Quién es Naciones Unidas para mí? ¿Qué es lo que me
ha ofrecido? ¿Puedo fiarme de sus promesas? Ya Descartes, en
su tiempo, dijo que era prudente no fiarse por entero de
quienes nos han engañado una vez. No es el caso de las
Naciones Unidas que encarnan la aspiración y la expresión de
la esperanza –la esperanza del bien es ya un gran bien-,
avivando amor en amores imposibles, activando un hogar en el
planeta e injertando comprensión en cada paso. Ganaremos
confianza todos junto a todos, si en verdad cultivamos la
persona por lo que es, la nación por lo que representa, la
especie para perpetuar la especie. Al final, o nadamos
juntos o nos hundimos.
Debiera ser importante para todos nosotros la palabra de
este movimiento mundial, el de las Naciones Unidas, que es
la voz de cada uno de nosotros. Desde la alta tribuna de la
organización se pueden medir los avances conseguidos hasta
ahora, no sólo por el progreso científico o técnico, sino al
mismo tiempo, por la primacía de los valores humanos y por
el progreso respetuoso con la universalidad de los derechos
humanos. Evidentemente, unidas las naciones en Naciones
Unidas se pueden valorar más y mejor, en la verdad y en la
justicia, todos los problemas de la humanidad y todos los
interrogantes del hombre. Por desgracia, el ser humano vive
más en el mundo de los valores materiales que en el mundo de
la conciencia crítica. Le da igual que el viento ría
soplando sobre el espejo de una fuente, que llore
amargamente vaciándose de vida. Tantas veces nos domina el
jinete de lo inhumano, que la belleza considerada como la
manifestación sensible de la idea, cuesta hallarla y
hallarse con ella, tanto como una aguja en un pajar. En
nuestros días, Naciones Unidas sigue hablándonos y hay que
responderle. No se puede mirar hacia otro lado y cada nación
está bien que promueva sus intereses, pero en función del
bien común mundial. La autoridad mundial de Naciones Unidas
debe imponerse en todo el planetario, máxime en un mundo
cada día más abestializado que para nada considera el
lamento de los grillos. El mandato social que propicia esta
organización como propósito de unidad, en nombre de los
vulnerables, impotentes e indefensos, lleva consigo un
preciso y precioso orden ético y moral de las cosas, lo que
exige fidelidad absoluta en la unidad de acción, si queremos
hacer de nuestro hábitat una casa común. Y en este medio
ambiente, quien bien gane, bien gaste, pero no malgaste
energías que son de todos y de nadie. Naciones Unidas
explicita el buen hacer y mejor decir: “Nosotros los
pueblos… unidos por un mundo mejor”. Para conseguir ese otro
mundo posible, sin duda, es indispensable que se instaure
una mayor lealtad de todos entre todos y hacia esa familia
de naciones de la que formamos parte. Ahora debemos poner en
práctica toda esta literatura, que no se quede en una utopía
irrealizable, desde la convicción todo es posible. Frente al
aluvión de sufrimientos, debemos recuperar la visión de lo
que implica la familiaridad y fidelidad; para poder visionar
más allá del dolor y del miedo, otros horizontes sobre el
libro abierto de la vida, y así, sentir con más fuerza latir
el corazón humano, que como bien dijo Quevedo, “los que de
corazón se quieren sólo con el corazón se hablan”.
Aprendamos, pues, que en la variedad está lo único y la
unidad es la ley suprema de la existencia. Unidas las
Naciones, libres y en autenticidad, volverá la poesía a ser
lo que es y el hombre a ser el poeta que nunca debió
perderse y mucho menos esclavizarse.
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